Me aburrí hasta la hamaca en el tercer debate presidencial. Me pareció débil la ofensiva de Xóchitl Gálvez y cómica la frialdad fabulatoria de Claudia Sheinbaum.

Los debates presidenciales han sido un desperdicio, un hábil dispositivo, no sé si intencional, para evitar el único debate que importa hoy en México: el de las distintas visiones de país que tienen las primeras dos candidatas de nuestra historia que pueden ganar la Presidencia. Todo ayudó a evitar ese debate, particularmente los formatos del INE, diseñados para que no quedaran claras, entre tantos temas planteados, las opciones fundamentales de la elección de junio.

Esas opciones son democracia o autocracia. Democracia imperfecta o autocracia en perfeccionamiento. Es el dilema del 2 de junio. Los debates presidenciales ayudaron a dispersar no a precisar el dilema.

Esa fue mi primera impresión del tercer debate.

Pero no fue la que privó en la mesa del posdebate al que acudí, el mismo domingo por la noche, con Lorena Becerra, Lorenzo Córdova, Denise Dresser, Jesús Silva-Herzog Márquez y Leopoldo Gómez, bajo la conducción de Carlos Loret de Mola.

El veredicto de esa mesa fue que el debate tuvo la gran virtud de dejar claro quién es quién: Xóchitl representa la opción de la pluralidad, Claudia la del autoritario “ellos o nosotros”.

No estoy citando a mis compañeros de mesa sino resumiendo sus palabras en mis términos, así que cualquiera de ellos puede alegar, con verdad, que no dijo lo que digo.

Fue lo que yo saqué de la mesa, todo menos aburrida o insustancial, al punto de que me hizo corregir mi primer veredicto sobre la inocuidad.

Si el veredicto de la mesa en que estuve tiene razón, y creo que la tiene, durante el tercer debate quedaron dibujadas claramente las únicas dos opciones que los mexicanos tienen para elegir el 2 de junio:

Una es Xóchitl Gálvez, que propone el cambio, la pluralidad, la reconciliación y la reconstrucción, en el marco de una democracia con división de poderes.

La otra es Claudia Sheinbaum, que propone la continuidad, la polarización y el regreso con esteroides a un presidencialismo autocrático, sin división de poderes.

Fuente: Milenio