Los mexicanos votaron por un sistema conocido desde 2018, y apoyan esa ‘regresión’. La pregunta es por qué.
La avalancha electoral con la que Morena bañó el país el domingo nos coloca en la realidad de una sociedad que estaba ahí pero no la habíamos visto, donde la mayoría de quienes decidieron el futuro nacional confirmó el porqué de la popularidad del presidente Andrés Manuel López Obrador: no le importan casi un millón de muertos, ni la violencia, ni la corrupción; es irrelevante la separación de poderes, los contrapesos y la rendición de cuentas; un régimen de libertades es cosa del pasado, y el Estado de derecho es secundario. El voto por Morena consolida el régimen híbrido de López Obrador, donde la división entre democracia y autoritarismo es muy delgada.
Pablo Hiriart lo definió en EL FINANCIERO como “la terrible regresión”, porque un proceso electoral que no fue justo ni balanceado entregó a la candidata oficialista Claudia Sheinbaum “un triunfo ganado por la intervención anticonstitucional del Presidente y la compra de voto más grande en la historia”. Recursos masivos distribuidos entre el electorado, inducción y manipulación son algunas de las herramientas que sugiere se utilizaron para tener una elección fraudulenta, no el domingo, sino de tiempo atrás. Sin embargo, los datos que empiezan a surgir sobre cómo votaron unos 35 millones de mexicanos permiten reflexionar sobre si la “regresión” es algo mucho más profundo y se extiende más allá del andamiaje social y político.
¿Qué fue lo que provocó un tsunami político muy superior al que vivió López Obrador en 2018? Muchos plantean que fueron los programas sociales que bañaron a 30 millones de familias con 25 mil millones de pesos anuales, que hizo sentido con la propuesta de Sheinbaum de construir “el segundo piso de la transformación” y la estrategia de señalar que, de ganar la oposición, se acabaría la entrega de esos recursos. Otros pueden considerar el fracaso de la opositora Xóchitl Gálvez, que perdió 2 a 1 ante Sheinbaum, mostrando lo fallido que resultó el planteamiento de su campaña. Unos más tendrán la certeza de que el PAN, el PRI y el PRD son franquicias agotadas.
Los datos de las encuestas de salida, no obstante, proponen reflexiones adicionales. Consulta Mitofsky reportó que en todos los segmentos y cruces que realizaron en su sondeo el domingo, Sheinbaum no sólo ganó sino incrementó los porcentajes que obtuvo López Obrador en 2018. Sólo en dos categorías, en el nivel de ingreso alto y de universitarios y posgrados, no lo logró. En el primero quedó debajo de Gálvez por tres décimas de punto, y en el segundo se quedó a 1.8 puntos de empatar lo que tuvo López Obrador hace seis años. Elevó, en cambio, el voto joven de 18 a 29 años en casi cinco puntos, 0.3 en aquellos entre 30 y 49, y 3.8 en mayores de 50.
¿Por qué, pese a que la mayoría de los indicadores en la gestión de gobierno de López Obrador es negativo, el Presidente triunfó en su plebiscito y la candidata oficialista obtuvo al menos cuatro millones de votos más que él en 2018? La encuesta de salida a boca de urna mostró un impacto importante de los programas sociales, al responder 56.1 por ciento que sí los recibía, aunque 41.9 por ciento que no es beneficiario también votó por ella por encima de Gálvez. Incluso si los adultos mayores, principales beneficiarios de los programas sociales, hubieran votado homogéneamente por Sheinbaum, apenas representan 14 por ciento de la lista nominal, mientras la tercera parte de la lista se encuentra en la población de 19 a 34 años –donde se cruzan grados de escolaridad y programas sociales–, donde su ventaja fue de cuando menos 15 por ciento sobre su rival.
Las clases medias, vilipendiadas sistemáticamente por López Obrador, también optaron por Sheinbaum sobre Gálvez por casi 20 puntos en el segmento de ingresos medios, y 16.6 por ciento arriba de la opositora en las zonas urbanas, que habían votado predominantemente contra López Obrador y Morena. Tampoco los ataques presidenciales contra ese grupo social antepusieron sus agravios al voto por el proyecto presidencial.
López Obrador elogió a la ciudadanía por haber hecho valer sus derechos el domingo y decidir “libre y democráticamente”. El respaldo fue, como lo ha dicho en anteriores ocasiones de forma maniquea, por “un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Esa frase, que utiliza fuera de contexto, proviene del discurso de Abraham Lincoln tras la batalla de Gettysburg en la Guerra Civil de Estados Unidos, que ciertamente hablaba de una democracia participativa, pero en el contexto de un sistema político armado con contrapesos y rendición de cuentas.
No es esto lo que quiere López Obrador y que tampoco desea, por sus discursos, la virtual presidenta electa. El electorado, menos. Como se vio el domingo, la mayoría está conforme con la violencia, la corrupción, las deficiencias, la colonización de instituciones y órganos autónomos, la opacidad y la ausencia de rendición de cuentas. Votó por un régimen híbrido que está caminando de la democracia al autoritarismo, y de ahí el señalamiento de Hiriart como una “regresión”. ¿Se equivocó el pueblo?
Los mexicanos no votaron como los ingleses cuando apoyaron el Brexit y al día siguiente preguntaron qué era eso. Los mexicanos votaron por un sistema conocido desde 2018, y apoyan esa “regresión”. La pregunta es por qué. No hay respuesta en este momento, sino una invitación a reflexionar a partir de la premisa de que los valores de la democracia, como los conocemos, dejaron de ser importantes y fundamentales en México.
La avalancha electoral muestra que la soberanía popular que planteó Lincoln –sin los contrapesos que él tenía– es lo que quieren que defina a la nación, donde un poder centralizado –como el de López Obrador– aplaste a sus adversarios y al pensamiento crítico, con una narrativa que alimente el sentido de injusticia y reclame reparación, que fue lo que llevó el país de la polarización hacia el alineamiento político e ideológico. El voto no fue por la democracia sino por el autoritarismo. Llamémoslo por su nombre. Después de todo, es el mandato de las urnas.
Fuente: El Financiero