Cuando se discutió la aprobación de la reelección legislativa inmediata en México, sus promotores argumentaron que una de las deficiencias en el quehacer de nuestros representantes era la ausencia de profesionalización. Tres años parecía poco para construir un liderazgo. La reelección ofrecía la posibilidad de forjar destacadas trayectorias, evitaba la simulación de saltar de un cargo a otro y a la vez consolidaba un mecanismo de rendición de cuentas vertical. Los ciudadanos aprobarían o castigarían con su voto el buen o mal desempeño de sus representantes.

Bajo esta idea se aprobó la reforma electoral que ahora permite que un diputado, tanto a nivel federal como a nivel local, repita en el cargo hasta cuatro veces sucesivas y que un presidente municipal, regidor o síndico lo haga hasta por un periodo adicional. En los hechos, la reelección no ha significado ni mayor apertura ni mejor rendición de cuentas. Por el contrario, a espaldas de los ciudadanos, las cúpulas partidistas ejercen un arma discrecional para premiar o castigar lealtades según les convenga.

En el actual proceso electoral, 434 diputados federales manifestaron su interés por reelegirse, y sin embargo, solo 213 recibieron la bendición de sus presidentes. Los criterios de selección, los méritos considerados o las propuestas formuladas permanecen como un misterio. Solo los presidentes de partido y sus acuerdos lo saben.

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Fuente: El Universal