“Frente a cualquier expresión de autoritarismo, es preciso reafirmar que la tutela de los derechos humanos constituye —y ha constituido siempre, como lo puso de manifiesto el pensamiento de la Ilustración, en Europa y en América— el fin al que se orienta la organización política y el punto de referencia para acreditar tanto los compromisos éticos del Estado como la legitimidad en el comportamiento de sus agentes” .
Qué razón tiene el juez Sergio García Ramírez al ser leído en sus votos concurrentes cuando integraba la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Aportaciones que, apenas, dan un pequeño testimonio de su legado. Se fue un demócrata. Pero su obra permanece: no hay mejor forma de recordar al hombre de Estado que actuando sus principios en el servicio público. Claro, es verdad que Don Sergio diría que esos no eran suyos, sino, más bien, aquéllos a los que aspiraba.
De vocación humanista desde joven: en sus inicios como abogado fungió como alto funcionario avocado a la juventud y mejora del proceso de readaptación social en un México que requería construcción. Subsecretario en diversas secretarías de Estado, fue un fiel ejemplo de la cultura del esfuerzo, pues ocuparía, posteriormente, posiciones estratégicas de la Administración Pública Federal: secretario del Trabajo con el presidente López Portillo y procurador General de la República con Miguel de la Madrid. No es casualidad que fuera reconocido como un distinguido posible candidato a la Presidencia.
Como gran jurista, fue el primer presidente del Tribunal Superior Agrario, juez y presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y, como estadista conocedor de la evolución democrática de México, culminó su carrera de servidor público como consejero del entonces Instituto Federal Electoral. Siempre profesor de su querida UNAM, fue un maestro de muchas y de muchos. De profesión y de vida.
Su siempre trato amable y respetuoso, como también abierto para quien lo buscaba, coincidía con lo que enseñaba y defendía. Decía que para la política se necesitaba el diálogo y la inteligencia. Creía en el poder del Estado, “bien ejercido”, para contrarrestar la crisis de seguridad en la que nos encontramos. Veía a México como un “país de gente buena” y propugnaba la necesidad de la unidad nacional. Tenía, pues, el carácter del demócrata: respetuoso del pluralismo y leal a las instituciones.
De la pluma de Don Sergio se escribió el primer boceto sobre el control de convencionalidad que asegura la eficacia del Sistema Interamericano de protección de los derechos humanos. Su origen no fue una casualidad: su compromiso con la defensa de las libertades y los derechos fundamentales le valió el prestigio necesario para ocupar una silla en un tribunal internacional. Por ello, su incidencia en el diseño del nuevo control jurisdiccional, que ha potenciado la garantía de la libertad en el derecho interno de los Estados americanos, fue solo un desenlace natural de su carrera.
El profesor García Ramírez defendió la transparencia como la condición misma de la democracia. La tiranía, decía, se facilita en la ignorancia y en el misterio . Fue un defensor del INAI. Señaló siempre el papel de este órgano constitucional autónomo en la preservación del Estado de derecho y de la debida justicia . Escribió varios artículos e impartió conferencias para resaltar el servicio de la Casa de la Transparencia en México. Su larga experiencia le permitió advertir del daño potencial que representan los secretos del poder a la democracia constitucional: “Sin transparencia, retorna el poder absoluto, dueño de la verdad y de las conciencias. Y también de las urnas donde el pueblo deposita (ingenuamente) sus sufragios”.
El legado de Sergio García Ramírez será siempre referencia insoslayable para las y los mexicanos que buscamos engrandecer nuestra democracia. Particularmente, para todas y todos nosotros que encontramos en la defensa de los derechos humanos, en la arquitectura responsable de las instituciones y en el principio de la máxima divulgación, el único camino posible del gobierno democrático. Descanse en paz, querido maestro.
Fuente: Heraldo