Hace un año, una tormenta tropical se enamoró de un huracán. Ambos fenómenos meteorológicos se citaron sobre las costas del Pacífico mexicano para un efusivo encuentro. En aquella sesión de apareamiento, el mar se cayó del cielo sobre ciudades y serranías. Ella se llamaba Ingrid y a él lo nombraron Manuel. El asunto no es materia de cuento climático, ni de poesía romántica. Sólo en el estado de Guerrero, estos fenómenos meteorológicos causaron la muerte de 101 personas y 13 mil viviendas fueron afectadas. De tu bolsa y del erario público, el Fonden pagó 10 mil millones de pesos para reponer algo de lo que el agua se llevó.

Acapulco, una de las zonas más afectadas por las lluvias, tenía un sofisticado atlas de riesgos para prevenir asentamientos humanos en zonas con alta probabilidad de inundación. En 1997, el Huracán Paulina había hecho estragos y tragedias en el Puerto. El atlas de riesgo fue la moraleja para evitar un nuevo desastre. Sin embargo, Ingrid y Manuel repitieron la película pero en versión reloaded. Donde el atlas de riesgo marcaba zonas de inminente peligro se construyeron cientos de casas.

Hay catástrofes naturales y desastres corruptocráticos. Tláloc fue el culpable de las tempestades, pero resulta mucho más difícil señalar a los responsables humanos de la desgracia. ¿Quién dio los permisos de uso del suelo?, ¿el gobierno municipal? ¿Quién hizo caso omiso del mapa de riesgos?, ¿el gobierno estatal? ¿Quién hizo los estudios de impacto ambiental?, ¿la Semarnat a nivel federal? ¿Quién dio las hipotecas para las nuevas casas?, ¿el Infonavit? Donde hay demasiados responsables, no hay ninguno. ¿Quién gobierna sobre la planeación de las ciudades y el territorio mexicano?

Para responder esta pregunta, el IMCO realizó el Índice de Competitividad de Ciudades 2014. El tema puede parecer un asunto menor. Sin embargo, gobernar el territorio es gobernar el destino de una ciudad o de un país conformado por ciudades. Si no tenemos una mejor estrategia de crecimiento de las ciudades, no habrá impuestos suficientes para tener metrópolis medianamente equipadas.

En Ciudad Juárez se construyó un nuevo campus universitario a 40 kilómetros del centro de la ciudad. Alguien decidió edificar una flamante universidad pública en un páramo desértico. Esta urbe en el norte de México destaca por los predios baldíos y los edificios abandonados en el primer cuadro de la ciudad. Para llegar a la universidad se necesitó trazar y pavimentar una carretera que cubriera toda la ruta. El traslado de estudiantes y trabajadores requirió una nueva ruta de transporte público. El proyecto de la universidad era una oportunidad inmejorable para revitalizar y repoblar el centro de Ciudad Juárez. Sin embargo, la negligencia o la transa determinaron la expansión horizontal de la mancha urbana. En Ciudad Juárez hay 5 policías por kilómetro cuadrado, en el DF son más de 180. Mientras más se expande una ciudad es más caro y difícil garantizar la seguridad, la pavimentación, el acceso a agua potable, el drenaje, la recolección de basura.

México necesita replantear su gobernanza urbana. En un modelo muy centralizado, la construcción de un edificio en Mérida requeriría de un permiso en el Distrito Federal. En un modelo muy descentralizado, un ayuntamiento rural permite la construcción de cientos de casas en un prado donde ayer pastaban vacas. Necesitamos un equilibrio más cercano al sentido común. Las ciudades más amables y vivibles tienen mejores posibilidades de generar prosperidad. En el mejor de los casos, la anarquía es la gran arquitecta de nuestra planificación urbana. En el peor escenario, el trazo absurdo de nuestras metrópolis lo dibuja la mano de la corrupción (Silva-Herzog, dixit).

@jepardinas

Fuente: Reforma