Está claro que ser de izquierda puede significar cosas muy distintas y aún contrapuestas según el tiempo, el lugar, la trama, los personajes. No hay una patente de corzo que garantice que decirse “de izquierda” lo coloque a uno, en el lado bueno de la historia.
Compárese por ejemplo lo que está haciendo el gobierno de López Obrador, quien se dice progresista, liberal y anticonservador, con lo que hace 40 años (con menos propaganda y más eficacia) hicieron los socialistas con su mayoría absoluta en el parlamento español.
La victoria había sido precedida por una gran movilización social y un profundo cambio político cultural. Como ha insistido Joaquín Estefanía en El País: “…la pulsión dominante de aquella sociedad tan joven, no era la revolución, sino las ganas de ser europeos”.
Pues esas ganas de ser europeo fueron brillantemente condensadas por la izquierda socialdemócrata de aquel país en éstos tres imperativos (de nuevo siguiendo a Estefanía): 1) afirmar la supremacía del poder civil sobre el poder militar, fortaleciendo el conjunto de instituciones de la democracia (recuérdese que la victoria electoral del PSOE ocurrió a tan solo 20 meses del intento de golpe de Estado del teniente coronel Antonio Tejero; 2) con la consigna de adherir España a la Comunidad Europea de entonces, asumiendo compromisos y tejiendo alianzas con las democracias del viejo continente, especialmente con la Alemania de Helmut Kohl y, 3) a través de un enorme paquete económico y social que crearía el Estado de Bienestar español.
Un gran acierto de la mano de Felipe González. Aquel gobierno de izquierdas consolidaba la democracia, el pluralismo, respetando los grandes acuerdos alcanzados en los Pactos de la Moncloa pero poniendo atención al crecimiento económico, la redistribución del ingreso (impuestos y salarios) y las instituciones educativas, sanitarias y de seguridad social.
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