En medio de un vertiginoso intento de transformación pública, que deja en entredicho la esencia estructural del sistema político y económico, el presidente López Obrador ha rendido su Primer Informe de Gobierno, con una retórica que se mueve en la prospectiva halagüeña de lo que se puede lograr en la construcción de la Nación, más no en los hechos de piso firme.

Esta dimensión de la política tiene dos componentes. El primero, refiere la legitimidad del liderazgo unipersonal de López Obrador y el basamento retórico y mesiánico, donde su opinión se erige como verdad oficial; y el segundo reseña la condena a los opositores de su proyecto político, a quienes desde el púlpito mañanero los increpa con una letanía entre conversos y herejes.

En esta verticalidad del poder del régimen, la sombra del caudillo manipula a su antojo el funcionamiento de las instituciones democráticas del sistema político. En otras palabras, donde se deberían concebir y edificar las acciones para fortalecer la soberanía del pueblo, la operación del régimen han maniatado los instrumentos legislativos, las acciones de la oposición, y las disposiciones legales, como ocurrió con la designación de Rosario Piedra Ibarra en la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), que evidenció el poder del Rey Sol. El Estado soy yo.

No obstante esta realidad, el discurso populista marca la intención de cambiar el régimen y emprender una reestructuración orgánica del Estado, pero ignora las variables políticas y económicas por las que atraviesa el país; olvida el peso que tienen para lograr trazos de equidad social y distribución de la riqueza; desdeña la forma de mejorar la seguridad pública o de mitigar los estragos del nulo crecimiento económico del país, causado por la franca expansión del Poder Ejecutivo hacia la captura del Estado.

La postura es clara: ni un paso atrás, pero tampoco uno hacia el frente. Así de maniquea es la conducta gubernamental en este primer año de gobierno, donde su retórica al estilo de Poncio Pilatos, alecciona que los lastres del país y la inanición social provienen de un laberinto oscuro y siniestro construido por la mafia del poder del pasado reciente.No admiten que los errores de la actual administración, son los que impide que Quetzalcóatl vuele a la tierra a construir la transformación anhelada.

Este escenario es el prolegómeno del enclaustramiento que vive el juego de pesos y contrapesos políticos, sustituido por una sórdida verticalidad metaconstitucional del Poder Ejecutivo, que ya trasciende al Poder Legislativo y al Judicial, predisponiendo la marcha de un gobierno sin interlocutores, porque en el ajedrez político la oposición está en jaque y el Poder Ejecutivo es amo y señor en este aislacionismo político.

Empero, la penumbra gubernamental la erigen la economía y los precarios logros alcanzados en un año de gobierno, donde las inconsistencias de la inversión pública y la incertidumbre de la inversión privada nacional y extranjera, han marcado el infausto 0.0% de crecimiento del PIB, que de acuerdo a INEGI, es técnicamente la entrada en recesión, lo que fractura la línea de flotación que debe mantener el desarrollo económico para ser competitivo a nivel internacional.

Sin embargo, para el presidente las cifras se vuelven anacrónicas; los avances económicos, apetitos gubernamentales, y la certidumbre de la inversión, una veleidad antinacionalista; todo ello, antítesis de su “Modelo Económico”, del que sólo se puede advertir el asistencialismo, como bandera sustituta de la generación de políticas públicas y de salud económica del país.

Los síntomas de descomposición política y social atraviesan por los estragos de la inseguridad, que de manera manifiesta desborda las cifras delictivas del sexenio pasado, hacen evidente un antes y un después, y marcan reiteradamente el fracaso de la estrategia de seguridad pública en Guerrero, Michoacán, Tamaulipas, Chihuahua, Sonora y en Sinaloa, con el de Ovidio Guzmán, entre otros; lo que ha demeritado el compromiso de combatir la impunidad, la corrupción y garantizar la seguridad de los mexicanos, que hasta ahora ha brillado por su ausencia.  

¿Los efectos sociales del retroceso del régimen político y de gobierno, así como del sistema político, son suficientes evidencias para marcar como desastroso el primer año de gobierno?

Claro que sí, pero lamentablemente aún nos falta conocer la destrucción democrática que ya se perfila; la agudización de la violencia, el crimen, la ingobernabilidad y el fracaso económico.

La ruina del país se deja sentir en la exclusión social, donde la nula generación de riqueza y oportunidades, ya se manifiesta en la inestabilidad política y económica, la cual está más allá de los números o cifras del Presidente. Ya se perciben los efectos del subempleo y el desempleo abierto, los raquíticos salarios, el costo creciente de la vida, la inseguridad, los estragos en materia de salud pública y el comportamiento del mercado interno, donde es más el estire que el afloje de los dividendos económicos y los impactos proclives al decrecimiento del país.

¿Qué hacer frente a este desastre del primer año de gestión del Poder Ejecutivo?

Toda vez que los indicadores internos y externos de esta condición política y social además de evidenciar el temprano fracaso del proyecto político de la 4T, advierten como imperativo llenar el vacío de poder de la oposición; subsanar la carencia de un proyecto de alternancia política; corregir la falta de una sociedad organizada, consciente, informada y deliberante; así como cerrar la brecha para que el liderazgo populista siga obnubilando la vista de los que menos tienen, y de aquellos sectores que aún creen que la verticalidad del Poder Ejecutivo brindará soluciones a las expectativas sociales que demanda el país.

Agenda

  • Paradójico resulta el rumbo incierto del país. A un año de la nueva administración federal al decretarse la recesión económica, Carlos Slim y Carlos Salazar Lomelín, presidente del Consejo Coordinador Empresarial, advirtieron que resulta ocioso debatir sobre si hay recesión o estancamiento económico, pasando por alto que la falta de crecimiento provoca el desempleo, que hiere a millones de mexicanos. Considerar que es una nimiedad, es como si se obviaran los miles de homicidios del actual sexenio, precisamente porque ya están muertos y no vale la pena hablar de ello.
  • El presidente López Obrador publicó su libro “Hacia una Economía moral”, en el que atiende a variables de aceptación social, pero no a los indicadores macroeconómicos del desarrollo del país.

Por Esteban Ángeles Cerón

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