El pasado 19 de septiembre, la teleaudiencia mexicana presenció la representación más obscena y cínica (hasta el momento) de la sociedad entre Televisa, el principal consorcio televisivo mexicano, y Enrique Peña Nieto, en estos momentos (de acuerdo con las encuestas de preferencia electoral) el más fuerte aspirante a la Presidencia de la República.
En el espacio estelar del noticiario nocturno del canal insignia de Televisa, tras haberlo anunciado en titulares y avances noticiosos, el ya exgobernador del Estado de México, presente en el estudio y en entrevista en vivo, afirmó: “Sí quiero ser presidente; sí aspiro a ser el candidato de mi partido; sí aspiro a participar en la contienda electoral del próximo año y aspiro a ser el presidente de los mexicanos. Así de claro, así de abierto, así de franco”.
El noticiario de Joaquín López Doriga fue la vía que Peña Nieto y sus mercadotecnistas (parte del mismo Grupo Televisa, como ha documentado Proceso) eligieron para confirmar formalmente a los priistas y a los mexicanos lo que ya todo el mundo sabía: las intenciones del personaje de ser presidente de la República. No lo hizo en un mensaje a sus correligionarios, no en una conferencia de prensa, no en una entrevista desde la sede de su partido o, al menos, desde su oficina particular, sino en una entrevista en vivo en el estudio de la televisora.
Más allá de lo poco que dijo en los nueve minutos que la televisora le concedió de pantalla y micrófono, los mensajes implícitos en dicha decisión son claros: él le apuesta a Televisa (no a los medios de comunicación masiva, no a las nuevas tecnologías de la información) para comunicarse con los priistas y los mexicanos, con todo lo que eso implica.
En el ámbito concreto de la relación político-ciudadanía, impone una comunicación unidireccional, es decir, únicamente del político hacia la ciudadanía, sin posibilidades de interlocución y retroalimentación. Y, nuevamente, con el desprecio que dicha postura conlleva hacia las posiciones, argumentos, opiniones y expresiones de sus correligionarios en particular y de los mexicanos en general.
Peña Nieto, a través de sus seguidores, desde hace tiempo ha creado diversas plataformas en internet como parte de su estrategia de posicionamiento; sin embargo, en este caso (que seguramente él considera una decisión importante y trascendente) no optó por esta vía, sino por Televisa, impulsando la concentración y el poder del principal consorcio televisivo de México.
Uno de los pendientes más acuciantes del país es precisamente diseñar e implementar las normas (leyes y reglamentos) que permitan la construcción de un sistema mediático que garantice el acceso a los medios de comunicación masiva a la diversidad existente en la sociedad mexicana, lo cual hoy no sucede por la existencia del duopolio televisivo (Televisa y TV Azteca, que concentran 94% de las frecuencias comerciales del país y aproximadamente el mismo porcentaje de audiencia televisiva), que se convierte en un obstáculo infranqueable para amplios sectores de la sociedad mexicana.
En este caso, Peña Nieto no eligió el duopolio televisivo, sino sólo a Televisa, que por sí sola concentra 57% de las frecuencias comerciales del país. Es decir, se trata de un compromiso con esa concentración.
Desde su postulación como candidato tricolor a la gubernatura del Estado de México, en febrero de 2005, Peña Nieto dirigió sus esfuerzos a construir una imagen ganadora en Televisa. El 3 de julio del 2005 consiguió la mayoría de votos en la elección, y el 15 de septiembre rindió protesta como gobernador. Desde entonces se acrecentó su cercanía con Televisa, y su presencia en los espacios de esa televisora se multiplicó, aunque en los noticiarios de TV Azteca también aparece con frecuencia.
A pesar de que las dos televisoras le brindan un trato preferencial y una presencia prominente en las pantallas, las diferencias en la relación de una y otra televisoras son evidentes: con TV Azteca es fundamentalmente una relación comercial, donde el gran flujo de recursos del erario a la televisora le asegura un tratamiento deferente; y con Televisa, el lunes más que nunca fue evidente que, más allá de la relación comercial, comparten un proyecto: llegar a la Presidencia de la República.
En el año 2002, el Instituto Federal Electoral convocó al VI Certamen de Ensayo Francisco I. Madero, con el tema Democracia y medios de comunicación. Uno de los participantes que obtuvo mención honorífica en dicho certamen, Claudio López-Guerra Fernández, inició su documento con el siguiente párrafo: “Si un candidato tuviera la oportunidad de elegir un recurso, cualquiera, para asegurar el triunfo electoral, no pediría ser el más elocuente ni tener el mejor programa de gobierno ni estar rodeado de la gente mejor preparada ni contar con la mejor estructura partidaria ni ser el más experimentado para el cargo. Así como un militar escogería, antes de la batalla, el arma más poderosa, el candidato seguramente elegiría, en la actualidad, controlar los medios de comunicación: los resultados electorales dependen de la opinión pública, de las preferencias ciudadanas, y los medios –según abundantes estudios, como se verá– tienen hoy un poder sin igual para alterarlas”.
Peña Nieto actuó de acuerdo con dicha sentencia, pero no eligió “controlar a los medios de comunicación”, sino asociarse con el medio de comunicación más influyente en México: Televisa. Él sabe que Televisa ha sido un factor importantísimo para que, en estos momentos, tenga el apoyo de 86.2% de los priistas y alrededor de 48% de las preferencias electorales en una eventual competencia abierta (de acuerdo con la encuesta de agosto de Consulta Mitofsky), y, por ello, apuesta a que el mismo consorcio le permita ganar la elección presidencial del 1 de julio de 2012.
Sin embargo, presumir con tanta obscenidad y cinismo su sociedad puede resultar contraproducente, por las consecuencias negativas que implica.
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(Proceso 1821, 25/IX/2011)