Mal andan nuestros medios en términos de inclusión social, equidad de género e igualdad. Y no hay que elaborar sofisticados estudios para identificarlo. El pasado 27 de agosto, en menos de 140 caracteres, Natalia Calero lo probó en un tuit: “Miércoles de club de Tobby al dos por uno: en @El_Universal_Mx @Univ_ Opinion y @REFORMACOM. Ninguna mujer articulista #igualdad.”
Mal también andamos algunos de nosotros. Cuando mi madre me escuchaba criticar asuntos de los que, consideraba, yo también era responsable, me decía: “Buscando a la burra y montado en ella”. Y así me siento. Dedico muchas tardes a buscar datos, estudios e historias para escribir esta columna, sin prestar del todo atención al contexto en el que ésta se inserta. La falta de reflexión y auto observación hace que uno sea parte de los mecanismos que reproducen muchas formas de violencia, entre ellas, la exclusión. En mi caso, sin que entonces importe demasiado lo que mis palabras “denuncien” o afirmen.
Por ejemplo, el 7 de mayo —a propósito de una crítica a la política social y a Rosario Robles en lo particular— escribí en este mismo espacio: “Tal como lo advirtió desde hace 15 años el Informe de Desarrollo Humano: ‘ninguna sociedad trata a sus mujeres tan bien como a sus hombres’ (…frente a eso…) ¿por qué las políticas sociales no están logrando una distribución más justa entre hombres y mujeres de bienes materiales y simbólicos así como de responsabilidades y de roles, tanto públicos como privados?”.
Pero, ese día, de 13 opiniones publicadas sólo 2 eran de mujeres. ¿No será entonces que además de preguntarle a la secretaria Robles sobre los bienes simbólicos, también me lo debo preguntar a mí? Porque uno debe hacerse cargo de la falta de conciencia sobre la reproducción de jerarquías en las que está involucrado. ¿Y si además lo hago asumiendo con responsabilidad el sentido de pertenencia a este medio? Porque estoy seguro que una vez puesto el tema en la mesa, muchas personas que aquí trabajan y escriben estarán dispuestas a reflexionar y a actuar respecto de esta situación. Aunque —por lógica consecuencia— algunos de nosotros tengamos que quedar fuera.
¡Pero esto tiene que cambiar! Porque esta falta de representación es resultado de nuestras dinámicas sociales, pero también su causa. Así que bien vale la pena serenarse y asumir con madurez los efectos que tiene. Cuando callamos en nuestra circunstancia de privilegio también estamos —como a mi entender lo dirían Alda Facio o Rita Segato— perpetuando las jerarquías —de raza, clase, género— sin hacernos cargo de ello. Y no estoy alegando a favor de formas de inclusión simple, propias de quienes denuncian el bloqueo invisible al avance profesional y social de las mujeres. Creo que el asunto es más complejo y que, al mismo tiempo, se puede ir más allá.
Como nos advierten en Against Equality, libro coordinado por Ryan Conrad, las medidas de igualdad suelen funcionar como cortinas de humo que esconden injusticias sistémicas. Yo abrazo las ideas ahí propuestas de pensar en las increíbles oportunidades que una revolución queer significan para trascender la mera inclusión. Se trata de pensar la convivencia radical, obviamente incluyendo a los que se han atrevido a ser diferentes o a los que, por el sesgo de la dominación, vemos como tales.
En EL UNIVERSAL bien podríamos tener un foro sobre el tema. Sumemos al Conapred y a voces fuera del establishment para visibilizar la complejidad del asunto. Hablemos con honestidad intelectual, social y política de las tensiones en juego y de alternativas para lograr una política (y no simples reglas) para la representación editorial de la diversidad. Creo que la cosa está clara: si nos quedamos en silencio, con nuestra correspondiente dosis de responsabilidad, el androcentrismo también se quedará.
Fuente: El Universal