En su camino a Itaca, Ulises fue advertido del peligro de sucumbir a los encantos de las sirenas. Para evitar que él y sus marinos terminaran devorados, les ordenó taparse los oídos con cera y atarlo al mástil. Así la mitología cuenta que pudo escuchar el canto sin sufrir las consecuencias de la seducción, pues sus ruegos para desatarlo no fueron escuchados.

Ulises atado al mástil es una metáfora para ilustrar una forma de enfrentar las tentaciones. O hay extravío  ante ellas o se viven sin perder de vista que Itaca es el punto de llegada.

Partidizar el nombramiento de ministros de la Corte es una tentación; repartir por cuotas a los futuros magistrados del Tribunal de Justicia Administrativa que juzgarán los casos de corrupción, es otra; aprobar la Ley de Obra Pública con una amplia discrecionalidad para evitar la licitación, lo es también.

Nombrar como ministro a un político, porque es la reciprocidad por el nombramiento de otro político; ampliar la discrecionalidad para que las contrataciones sean pagos diferidos por favores recibidos, por ejemplo, son formas de extraviarse en el camino.

Los partidos y sus dirigencias, los grupos parlamentarios y los pocos que deciden tienen una posición privilegiada. Desde la perspectiva cruda del ejercicio del poder, pareciera ser que se salen con la suya cuando aprueban una ley que es un plan de negocios más que un instrumento para hacer mejores obras o mejores compras con el dinero público. O que son muy astutos cuando nombran a un juzgador pensado más para consolidar el poder que en los contrapesos propios de un Estado constitucional.

Cuando en el ejercicio del poder se pierde la perspectiva del bien público y se sucumbe ante el bienestar de la élite, de la parentela, de la tribu, se vive el engaño del éxito. Es un éxito en el que el triunfador se auto consume y sacrifica a la tripulación y hunde al barco. Cada contrato dado discrecionalmente, cada OHL, cada nombramiento sin merecimientos, cada saqueo y destrucción de archivos en los cambios de gobierno delegacional aumenta el desprestigio, el hartazgo, el cuestionamiento, la erosión de las instituciones. En tal lógica, quienes se creen los Ulises del navío son a la vez sus termitas.

Para atemperar tales consecuencias importan, por supuesto, las restricciones institucionales. Para ser ministro no se debe ser senador durante el año previo a su designación, dice la Constitución, y un senador con licencia sigue siendo senador, por ejemplo. Pero al aplicar la Constitución al caso, la interpretación de quienes deciden puede soslayar tal calidad. El canto de las sirenas es cautivador, narra Homero.

Las decisiones son a final de cuentas actos humanos. Se decide en medio de ambiciones, intereses, pactos ocultos, apetencias. Ulises no era ajeno a ellas, su deseo de escuchar el canto de las sirenas fue invencible, pero y de ahí el valor de la metáfora, tuvo la sabiduría para  auto restringirse.

En el arribo a Itaca tiene que ver eso que forma parte de pocas biografías, la visión de Estado.

 

Fuente: La Silla Rota