Creo que para resistir la andanada destructiva es indispensable repasar los avances enormes para la convivencia de una sociedad plural y diversa logrados por la democratización. México ha sido, a pesar del aumento de la violencia generada por la lucha por el control de los mercados ilegales, un país que ha resuelto sus desavenencias políticas en paz y donde han avanzado los derechos formales de las personas.
A la memoria de Ludolfo Paramio, de quien tanto aprendí.
La semana pasada me referí a los fracasos de la transición. El tono de mi artículo provocó reclamos entre amigos cercanos involucrados a fondo en que el régimen democrático funcionara y se arraigara. Alguno me afeó que no hablara de los logros, a otros no les gustó mi reconcomio, que consideran anticipado, por el final del régimen surgido del pacto de 1996.
Sobre lo segundo, creo que el modelo de democracia surgido del acuerdo institucional de finales del siglo pasado no sólo ya no es sostenible, sino que ha sido deformado a tal grado que ha dejado de existir. Tal vez lo básico: cierta separación formal entre poderes, una representación amplia de la pluralidad nacional y un sistema electoral funcional todavía resista, pero sufrirá reformas legales y nombramientos unipersonales que lo harán mera fachada una nueva versión de la ficción aceptada, donde el poder concentrado guarda mera apariencia de control legal, como durante el Porfiriato o el régimen del PRI.
Sin embargo, la primera crítica sí es pertinente. Creo que para resistir la andanada destructiva es indispensable repasar los avances enormes para la convivencia de una sociedad plural y diversa logrados por la democratización. México ha sido, a pesar del aumento de la violencia generada por la lucha por el control de los mercados ilegales, un país que ha resuelto sus desavenencias políticas en paz y donde han avanzado los derechos formales de las personas. Además, hubo reformas muy relevantes para ir hacia una economía más eficiente y competitiva, con regulación de los monopolios, apertura a la inversión en sectores estratégicos para la competitividad del país, mayor control judicial sobre las decisiones arbitrarias de la política y las bases para mejorar la calidad de la educación, con base en la evaluación de resultados del sistema.
En el ámbito de la política, el espacio clave de la democracia, los cambios fueron colosales respecto al antiguo régimen. La pluralidad de la representación política durante las últimas años tres décadas, producto menos de la competencia abierta de propuestas más o menos diferenciadas que de la amplitud del personal político del país en busca de captura de una parcela presupuestal y de un trozo de capacidad de coacción legal, sí ha servido para que la ciudadanía saque del Gobierno y de la representación a los que lo hacen mal. Por otro lado, la posibilidad de reelección ha permitido que sean premiadas las buenas gestiones y la cercanía con la población.
El sistema democrático ha dado resultados muy dispares. Primero generó gobiernos divididos, con ejecutivos acotados, y una gran pluralidad en los gobiernos estatales, repartidos entre los tres partidos centrales del pacto de 1996. Sin embargo, con base en el mismo arreglo y con la ayuda de mañas interpretativas de la Ley que originalmente beneficiaron marginalmente a los ahora derrotados, a partir de 2018 se ha generado una sobrerrepresentación de la coalición mayoritaria, al grado de que ahora está a punto de tener la mayoría calificad en las dos cámaras del Congreso, cosa que no ocurría desde 1988, todavía en los tiempos del sistema electoral controlado por la Secretaría de Gobernación.