Ken Salazar cedió en todo para tener contento a López Obrador. Lo defendía de manera tan vehemente, que lo llamaban “el embajador de México en el Departamento de Estado”.
Ken Salazar, el embajador de Estados Unidos en México, debe estar arrepentido por las recomendaciones que hizo a Washington sobre cómo lidiar con el presidente Andrés Manuel López Obrador porque son las mismas que ya provocaron la caída de Juan González, que dirigía los asuntos para América Latina en el Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, cuya aproximación al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, bajo el mismo parámetro del que estableció Salazar para con López Obrador, fracasó.
Maduro desmanteló el acuerdo que tenía de realizar elecciones democráticas este año y está persiguiendo a sus opositores. Recientemente, el Tribunal Supremo de Justicia, controlado por Maduro, inhabilitó a la dirigente opositora, María Corina Machado, como candidata. Aunque en Washington entienden que México y Venezuela son dos países con condiciones diferentes, las similitudes entre López Obrador y Maduro, en cuanto a la utilización de los avances de la democracia para ir desmantelándola aceleradamente fomentando un régimen autoritario, parecen ahora diáfanas.
Hasta hace dos años era diferente. Salazar había logrado sobrevivir a las críticas de las empresas norteamericanas al Departamento de Estado por no defender los intereses estadounidenses e inclinarse por los mexicanos dentro del Acuerdo de Libre Comercio, y las molestias de Foggy Bottom contra su proceder. Salazar, muy cercano al presidente Joe Biden, había establecido una relación fácil, cómoda y amistosa con López Obrador, con el argumento de que tratando al presidente mexicano con una mano suave, podrían los estadounidenses dialogar con él y llegar a acuerdos. Estaba totalmente equivocado.
Un error estratégico en el diseño de Salazar metió en una trampa al gobierno de Estados Unidos, que requería de una buena relación con López Obrador para que ayudara a Biden a contener la migración, convertido en una pesadilla político-electoral muchos meses antes de iniciar la campaña presidencial. Salazar cedió en todo para tener contento a López Obrador, que aprovechó el presidente para salirse con la suya en materia económica, comercial e inversiones, logrando a través de la amenaza de abrir la puerta migratoria, evitar paneles dentro del tratado norteamericano. Su defensa de López Obrador fue tan vehemente, que lo llamaban con sorna “el embajador de México en el Departamento de Estado”.
Biden fue reduciendo el nivel de interlocución de su gobierno con López Obrador. La primera en ser relevada fue Kamala Harris, la vicepresidenta, con lo cual bajó un escalón. Después agotó la paciencia de John Kerry, una especie de embajador at large de Biden, con quien tuvo varios desencuentros en Palacio Nacional. Al final redujeron el nivel de interlocución a Salazar –algo inaudito al convertir al mensajero en la ventanilla de López Obrador–, y agregar a Elizabeth Sherwood-Randall, responsable de Seguridad Territorial en el Consejo Nacional de Seguridad, con lo que dejaron claro que la prioridad de la relación bilateral era la migración y el fentanilo.
En la medida que López Obrador aceptó contener la migración y combatir el fentanilo, Salazar pudo navegar hacia puerto seguro. Las cosas fueron cambiando conforme se acercaban los procesos electorales. El primero en caer fue González por el tema de Venezuela, y personas que conocen a Salazar dicen que se encuentra nervioso de que ese pueda ser su destino, porque los agravantes son mayores que en el caso de Maduro. En Washington están viendo con preocupación la creciente presencia de personal diplomático ruso, que fue detectada por primera vez por la veterana corresponsal mexicana Dolia Estévez, cuya investigación levantó las alertas.
Este domingo, en un largo reportaje en The Hill, el periódico más leído en el Capitolio, se afirmó que la huella rusa es desproporcionadamente grande comparada con la presencia de México en Moscú, lo que ha despertado preocupación por el potencial espionaje del Kremlin y su ciberactividad en Estados Unidos, “un valioso objetivo de inteligencia”, en la actual coyuntura del proceso electoral en aquella nación. “López Obrador, un exmilitante del PRI, ha mantenido una posición neutral en una variedad de temas, específicamente en aquellos que involucran a Rusia”, señaló el reportaje. “Se ha negado a tomar partido en la invasión a Ucrania y no ha condenado aún la muerte del líder opositor Alexéi Navalni”.
Salazar no parece haber informado con oportunidad y contexto sobre la creciente penetración rusa en México, que se está convirtiendo en un tema relevante en Washington por la postura del virtual candidato republicano a la Presidencia, Donald Trump, sobre Rusia. Trump ha dicho que él puede hablar directamente con Vladímir Putin, recién reelecto para un quinto mandato presidencial, y aunque López Obrador no ha dicho públicamente nada similar, sus acciones –como invitar a uno de los batallones que invadieron Ucrania a desfilar el 16 de septiembre–, su inclinación hacia Moscú ha sido evidente.
Tampoco parece haber informado Salazar a Washington –quizás porque le pasó desapercibido–, el apoyo que desde las elecciones presidenciales de 2020 brigadas de Morena en Estados Unidos le dieron a Trump. En la actualidad, ante la posibilidad de que Trump derrote a Biden en noviembre, el embajador ha comenzado a actuar, a su manera. Hace unos días habló con el fiscal Alejandro Gertz Manero para pasarle información de su gobierno de que Trump tenía pensado arrancar su campaña presidencial –después de que sea nominado en la Convención Republicana que se llevará a cabo a mediados de julio– con un discurso muy duro contra México y con nuevas amenazas para imponer aranceles, si el gobierno no frenaba la migración y sellaba su frontera norte.
A Salazar se le fue de las manos la relación con el presidente, por desestimar el perfil de los servicios de inteligencia de su país sobre López Obrador, y hacer caso omiso a la información que lo valoraba. El presidente no engañó al embajador. Si Salazar pensó que podía encontrar los espacios para que trabajaran juntos, con la mano suave de la Casa Blanca y los ojos cerrados ante los abusos políticos que hacía a cambio de colaboración migratoria, hoy da señales de haberse equivocado, porque los costos para su gobierno serían más elevados que aquellos que provocaron la caída de González.
Fuente: El Financiero