El próximo lunes 31 de marzo se cumplen cien años del nacimiento de Octavio Paz, lo que no sólo ha generado un alud de homenajes y recordatorios de la efeméride, sino que ha puesto al alcance de nuevos lectores la obra del pensador de más amplio espectro de la segunda mitad del siglo XX mexicano, gracias a la publicación de nuevas antologías y de reediciones de su obra.

A 16 años de su muerte, la obra de Paz mantiene una vigencia enorme; no sólo su poesía, intemporal, o sus ensayos estéticos y literarios, sino su obra de reflexión política, mucha de ella escrita con carácter polémico al calor del momento, otra con mayores pretensiones de comprensión histórica.

Entre las novedades editoriales publicadas por el centenario, se encuentra una notable antología de textos políticos de Paz compilada por Armando González Torres, auspiciada por el Senado de la República y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Como parte de los actos conmemorativos, el libro fue presentado el 24 de marzo y fui invitado a comentarlo, junto con Jesús Silva Herzog-Márquez y el propio González Torres. Éstas son las notas de mi intervención.

El primer acierto de la antología es su título: Itinerario crítico. Es un acierto en primer lugar, porque sirve en buena medida para ilustrar el autorretrato político que el propio Paz tituló Itinerario. Los textos compilados por Armando pueden ser leídos de manera paralela al texto que Paz publicó al final de su vida, en 1994, como un ajuste de cuentas con su vocación política y con la trayectoria de su pensamiento social.

El segundo acierto del título de Armando es el calificativo de crítico que aplica a su versión del Itinerario. Para Paz la crítica es antídoto. La crítica no es un absoluto, equiparable a los principios religiosos o metafísicos, sino un instrumento para desenmascarar a los falsos absolutos y denunciar sus atropellos. La crítica como corrector de la visión deformada por el cristal de la ideología.

La presentación cronológica de los textos seleccionados por González Torres permite seguir las permanencias y las transformaciones del pensamiento de Paz. Desde el adolescente preparatoriano que a los 17 años ya es editor una revista literaria y que reflexiona tempranamente sobre un tema que será recurrente en su pensamiento: el papel del artista frente a la sociedad y su responsabilidad ética, hasta el viejo conmocionado por la reaparición de la violencia como medio en la política mexicana aquel infausto año de 1994.

La antología presenta casi en viñetas los momentos cruciales de la reflexión política de Paz lo mismo a través de artículos breves que de ensayos de más alcance y fragmentos de sus obras más relevantes. Aparece aquí el cronista ilustrado que narra su tiempo junto al pensador original que usa la erudición, no como mero objeto decorativo sino como andamiaje de la imaginación y al feroz polemista que derrumba tópicos. Los puntos cruciales que el propio Paz marca en su trayectoria vital y mental se encuentran representados en la compilación, aunque con diversa relevancia: el impacto que provocó en el joven poeta la experiencia yucateca durante el cardenismo, cuando fue a dirigir la escuela para hijos de trabajadores a Mérida provoca una crónica vívida, mientras que la experiencia española en plena guerra civil, calificada después por el poeta como “varia y vasta”, no se refleja en textos de la época, como tampoco el primer momento de su desilusión respecto al experimento soviético, convertido en terrible pesadilla, en buena medida porque en su momento decidió no hacer ninguna declaración pública ni escribir en contra de sus compañeros después del pacto nazi soviético “Me voy a casa porque no entiendo nada de lo que ocurre…”

En los primeros años de la década de 1940, los artículos publicados en Novedades, resultan  bocetos de lo que después sería el gran fresco del Laberinto. Sigue su época en los Estados Unidos con sus notas de la conferencia de San Francisco de 1945, donde nació la ONU, no incluidas en las obras completas y que fueron publicadas póstumamente por Antonio Saborit como Crónica trunca de días excepcionales; éstas muestran a un observador muy refinado que vislumbra los obstáculos que enfrentará la creación de un nuevo orden mundial en la posguerra. Hay también un fragmento del Laberinto de la Soledad, el final, donde reflexiona sobre aquellos años en los que el PRI se consolidaba después de una revolución que entiende como crítica al liberalismo.

De esa primera etapa está el texto crucial sobre los campos de concentración soviéticos, publicado en 1951 a partir de la lectura de David Rousset, que representa un punto de inflexión y ruptura en su posición política y su ajuste de cuentas con la idea marxista de la revolución

Otra estación relevante es el 68, a través de sus cartas desde su posición de embajador en la India a Carrillo Flores, entonces Secretario de Relaciones Exteriores, y su renuncia, glosadas estupendamente por Christopher Domínguez en el fragmento publicado hace poco de la biografía de Paz que prepara. Sigue después, de Posdata, “La crítica de la pirámide”, texto para mi gusto en exceso metafórico, convertido en tópico por quienes repiten sus fórmulas pero sin su esencia, casi como estampita de papelería.

En Polvos de aquellos lodos, vuelve Paz a los campos de concentración soviéticos con motivo de la expulsión de Solzhenitzin de la URSS. Denuncia el ominoso silencio de los intelectuales mexicanos, con la excepción de José Revueltas -su coetáneo, amigo de adolescencia por el que no dejó de sentir respeto- y es la base para tejer de nuevo la crítica al modelo soviético y al espejismo de la revolución.

El Ogro filantrópico me volvió a deslumbrar, como lo había hecho en 1978, cuando lo leí por primera vez a mi llegada a la vida adulta y a la militancia política. Su capacidad descriptiva es poderosa, si se deja de lado su intento de teorización inicial sobre el Estado, no muy afortunada. Hay ahí rasgos que emparientan a Paz con las corrientes del institucionalismo histórico: el patrimonialismo, el peso de la historia, la tradición, la herencia como pesada carga. No es la suya una visión conservadora, ni cree ya en la filosofía de la historia marxista. Para Paz cuentan la voluntad y las intenciones de los hombres y la historia no está determinada por leyes inexorables. No es ciencia política, pero ese ensayo es más útil para entender al Estado mexicano y al régimen del PRI que cualquier trabajo de ciencia política mexicana de la época. Su panorámica resulta todo un programa de investigación.

Otra estación definitoria es El diálogo y el ruido, discurso que pronunció Francfort cuando los libreros alemanes le dieron el premio de la paz y que provocó su linchamiento en efigie por fanáticos mexicanos en 1984. Paradójicamente se trata de un texto sobre el diálogo y a la democracia; la respuesta fue eco del ruido al que cuestiona.

La parte final de la antología está compuesta, sobre todo, por los artículos dedicados a la insurrección del EZLN. Sobre ellos, coincido con José Antonio Aguilar:

Enfrentado a un movimiento romántico en el ocaso del siglo XX, arcaico, autoritario, acaudillado por un simpático sofista enmascarado, Paz no pudo articular una crítica clara y contundente a esa aparición inverosímil: el espectro de la Revolución, la gran Puta, ahora encarnada en los mitos más queridos de la imaginación romántica.

Pareciera como si la condescendencia de Paz con el estilo cursi y alambicado de Marcos y su indulgencia con la rebelión, se debieran al temor de volver a ser linchado en el clima de polarización de aquellos días aciagos.

A lo largo de la antología se observa que la visión política de Paz es, esencialmente, moral, pero no la moral del compromiso que crítica en Sartre y los estalinistas, ni la del honor, que identifica con Bretón, sino la de la responsabilidad personal, la de la voluntad y las intenciones. La historia no es para Paz una mera instancia superior objetiva e independiente de nuestra voluntad que determina las leyes del desarrollo social. En el dominio de la historia todas las explicaciones son relativas y el presente es el territorio inmenso de lo imprevisible. A lo largo de los textos de la antología se hace evidente que el mayor  arte de Octavio Paz, como escribió el ex presidente de Uruguay Julio María Sanguinatti, era el de pensar bien.

Fuente: Sin Embargo