Gobernar sin oposición es el anhelo de todo líder cuyo autoritarismo sólo quiere impugnaciones a modo y estructuras cuya naturaleza antidemocrática, propician que los autócratas se disfracen frente a las demandas de la sociedad.

Marcos Peckel refiere al respecto: “Haciendo el mejor uso de las herramientas que otorga la democracia, autócratas de todos los pelambres están con pasmosa habilidad política, eliminando elementos sacrosantos del sistema democrático, comenzando por la división de poderes, cooptando el poder judicial y restringiendo los medios tradicionales. Han creado grandes comunidades virtuales con “bodegas”, “community managers” y otras especies de la fauna digital desde las cuales desatan los demonios del odio racial, religioso, étnico, homofóbico y otros.” https://bit.ly/2XjGkuk

En este nivel de autoritarismo pleno, el líder mesiánico responde solo a la voluntad de sus antojos y se convierte en el patriarca que gobierna a diestra y siniestra, sin la existencia de pesos y contrapesos republicanos de instituciones autónomas e independientes y de sujetos sociales participativos con una conciencia de fuerza viva exigente, deliberativa y propositiva.

La anti-política del autoritarismo pretende aniquilar la horizontalidad y el asociativismo de los actores y de las fuerzas políticas y sociales en la toma de decisiones del ejercicio de gobierno; y al margen de la ley, en un clima enrarecido de manifestaciones discursivas, intenta convencer de las bondades de un programa de gobierno oscuro e incierto.

Esta condición tiene su epicentro en la débil formación política, la precaria organización de la sociedad civil y la escasa presencia de fuerzas partidistas, lo que hace que los actores políticos y sociales se conviertan en náufragos del Estado y víctimas de la verticalidad política.

En esta tesitura, la 4T apela al caudillismo mesiánico, porque no existe un Proyecto de Nación, no tiene argumentos de planeación democrática, ni un verdadero programa de gobierno, ni una carta abierta que cuando menos, describa las estrategias y acciones gubernamentales para construir el porvenir del Estado, lo que ocasiona que la vuelta a la realidad desde el púlpito mañanero, sea cada vez más cruda y cada vez más, un diálogo de sordos.

La paradoja es el rudimentario retorno al México de caudillos, que históricamente solo trajo desolación, frustración y encono social, haciendo del poder político el basamento antidemocrático, que negó el poder social.

Héctor Aguilar Camín, al respecto, nos expresa que la elección del año 2018 es una “especie de vuelta a nuestra costumbre política: la elección de un gobierno fuerte, de rasgos caudillistas y providenciales, luego de dos décadas de gobiernos débiles, incuestionablemente democráticos pero ineficaces y corruptos…sospecha de que estamos frente a la escena temida de nuestro sueño democrático: el regreso a un gobierno fuerte cuyo instrumento es el populismo y cuyo destino final puede ser la tiranía.” https://bit.ly/2OxMkMb

Este presagio de tiranía populista se sustenta en la cooptación del poder, que ha permitido establecer un férreo control del Congreso Federal y de la mayoría de los congresos locales. El análisis de los indicios muestra que se está maquinando la reestructuración orgánica de la Constitución, con fines de consumar un continuismo político sin precedentes, donde la hegemonía, al no provenir de un partido sino de un movimiento, es decir, de una fuerza que se rearticula constantemente, no atiende las lógicas de la gobernabilidad democrática, porque su naturaleza es la fuerza y el atropello.

En la configuración de un régimen autoritario, la razón y el respeto al Estado Democrático de Derecho y a su espíritu ciudadano, sale sobrando. Este peligro se afianza frente al anquilosamiento de los partidos políticos de oposición y a una ciudadanía desarmada y desprovista de pensamiento crítico, que considera que el mesianismo no tiene ninguna consecuencia y se entrega inconsciente a un frenesí político nunca antes visto.

Los recientes hechos vividos en Bolivia, donde las fuerzas políticas y ciudadanas han impedido el abuso del Poder Ejecutivo, que ha tenido que renunciar a su encargo, nos revelan que la democracia no se hace o construye de manera vertical. Son los ciudadanos y su participación consciente y solidaria, lo que debe ser el fundamento de los usos inteligentes de la soberanía popular. Jamás el populismo.

El poder populista conlleva la articulación autoritaria del Estado, que no hemos sido capaces de apreciar, frente a una retórica que traza enemigos imaginarios y verdades de escritorio.

No podemos caer en la disyuntiva de tolerar el autoritarismo, porque es un camino ciego cuyo costo social es inenarrable. Hay que defender la democracia, dejando de ser un pueblo alienado y al margen de la crítica pública.

El ciudadano que hace suyo el ejercicio de gobierno, rechaza ser comparsa de la atrocidad política y de la mordaza democrática; destierra la apatía política y promueve la organización ciudadana activa, deliberante y participativa como principio de construcción gubernamental; impide que un gobierno investido de fuerza legislativa, genere una democracia incompleta, segregando a sectores de la sociedad que se oponen a las tropelías mesiánicas; y denuncia los graves estragos económicos, de seguridad y de desigualdad social, que el asistencialismo de Estado pretende disfrazar de programas sociales.

Es necesario denunciar y encarar el manipuleo de la conciencia mediática, que ha construido una parafernalia caudillista, para impedir que la legalidad, se vuelva una estructura utilitaria para defender el statu quo; y también, a los beneficiarios de este abyecto populismo, que gozan de la verticalidad del poder y se satisfacen con la limitada intencionalidad de las acciones de gobierno.

Lo ocurrido en el Senado con la elección de la presidenta de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), dañó la democracia y evidencia la intromisión del Poder Ejecutivo; revela un lamentable laberinto de corrupción e impunidad sin cortapisas públicas; y un Senado sometido, que desprecia la legalidad, los acuerdos y las reglas, donde la probidad del Estado está ausente y la verdadera realidad se encuentra proscritica, desde que el púlpito político la convirtió en retorica mañanera. Como dijera Porfirio Muñoz Ledo, “Ch…qué manera de legislar”.

Si abandonamos el espíritu demócrata, renunciamos al uso de la razón del pueblo. No podemos consentir el parlamentarismo corrupto, porque la ley no debe responder a pretensiones políticas sectarias o de grupo, que socaven las libertades individuales, restrinjan la libertad de expresión y limiten la oposición política.

Agenda

  • Un grupo de encapuchados incendiaron parte de las instalaciones del edificio de Rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quemaron la bandera nacional, realizaron pintas, rompieron los cristales del inmueble y agredieron a representantes de medios de comunicación. ¿El gobierno seguirá permitiendo estos actos vergonzosos y ofensivos?

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