Culiacán vivió hace diez días, momentos aciagos ante la desorganización del actual gobierno. La estrategia de seguridad del Estado fue desbordada por el crimen organizado y la institucionalidad ausente ha infringido desde la derrota de la seguridad pública y procuración de la justicia, la devastación de la credibilidad y confianza ciudadana.

 ¿Nos precipitamos hacia un Estado fallido?

La literatura política argumenta que un Estado fallido se presenta cuando uno de sus elementos esenciales de preservación -integridad del territorio, seguridad de sus habitantes o soberanía-, se ha perdido o extraviado su funcionalidad.

El saldo rojo y la derrota del Estado en los hechos de Culiacán, son la punta del iceberg de un país que sólo se transforma desde el púlpito mañanero, pero en los hechos, la actuación del gobierno pone en entredicho su estrategia de seguridad, que ha sido desbordada y rebasada en una lamentable estela de desaciertos, que hacen que los mexicanos, experimenten los estragos de la incapacidad gubernamental y la estrategia de pacto, amnistía y conciliación con el crimen organizado, prueba la debilidad orgánica de la actual administración.

De acuerdo a InSight Crime (organización de análisis e investigación del crimen organizado), no se percibe cambio alguno ante la inmovilidad de las palabras del presidente: “Tomamos esta decisión para proteger la vida de la ciudadanía. No se puede combatir el fuego con el fuego. Así es como esta administración se diferencia de las anteriores. Nosotros no queremos la guerra”. https://bit.ly/2pXpyEu

Este trazo analítico de la postura del Presidente de la Republica requiere un panóptico al cual se ha resistido, empero, ya no puede evitarse desde la retórica de “yo tengo otros datos”, porque la paralización del Estado en materia de seguridad advierte que un gobierno no se improvisa desde la retórica y no se edifica en la promesa barata del asistencialismo, porque el desastre vivido en Culiacán ha puesto de rodillas al gobierno y a los ciudadanos frente al crimen organizado, que hoy por hoy se revalora como amo y señor.

La impericia del mesianismo de Estado de la cual la 4T, es parodia y pantomima absurda que rompe las palabras de Michel Foucault, quien ha expresado que: “El poder político es mucho más profundo de lo que se sospecha. Hay centros y puntos de apoyo invisible, poco conocidos. Su verdadera resistencia, su verdadera solidez se encuentra, quizás, allí donde no lo esperamos.”.

Resultaron sórdidas las imágenes del gobierno derrotado en Culiacán y absurdos los comentarios tanto del presidente López Obrador como los de su secretario de seguridad, Durazo; quienes trataron de justificar la manera reactiva, irresponsable y descuidada, de un operativo que requería la presencia de un gobierno fuerte, con planeación, coordinación interinstitucional, comunicación e inteligencia capaz de garantizar la seguridad e integridad de la ciudadanía y de preservar el Estado Democrático de Derecho, que hoy, famélico, se encuentra en coma.

Pero, ¿en qué cabeza cabe enfrentar al crimen organizado desde la desorganización pública?

Esta paradoja política, por no utilizar un adjetivo iracundo de la sociedad, sólo es explicable desde la retórica halagüeña de un Estado Populista que interpreta la realidad de manera anormal, la percibe e interpreta con emociones, conductas y pensamientos contradictorios y provoca que emerjan grandes tragedias sociales. Es el caso de Culiacán donde se ha pavimentado el camino para que el efecto combinado entre la impericia gubernamental y la pericia delictiva, hoy permitan cuestionar la viabilidad del Poder Ejecutivo y su proyecto de Nación, el cual, por cierto, sólo se ha esbozado desde el discurso mañanero y no desde los resultados concretos.

Este panorama desolador se enfatiza en la carencia de un enfoque gubernamental centrado en una verdadera estrategia de seguridad, que no sólo exija el combate a la corrupción e impunidad, sino la operatividad logística de las fuerzas castrenses y policiacas, tarea que ha hecho evidente: primero, que la Guardia Nacional no ha inhibido al crimen organizado, y segundo, las inconsistencias de las intenciones erradas del Poder Ejecutivo para pacificar el país.

Es verdad, como señala López Obrador, que “el fuego no se combate con el fuego”, pero eso lo sabemos todos. La “guerra” iniciada por Calderón Hinojosa, provocó estragos en la ciudadanía, pero hoy, ello no avala la impericia, la carencia de estrategia de seguridad, ni el espectro reactivo del gobierno de la 4T, que ha puesto de rodillas a la Nación y fortalecido al crimen organizado.

¿Qué debe hacer el gobierno para garantizar la seguridad de la Nación?

En primer término, tener una estrategia de seguridad. Nada se gana con la actual estrategia de no confrontación. Se ha debilitado tanto la credibilidad como la confianza institucional, al crear el escenario propicio para que la inseguridad aumente en la medida que los grupos delictivos se envalentonan, cobran fuerza y sondean las debilidades del Estado en materia de capacidad de respuesta e investigación, que hasta ahora parecen estar ausentes.

Vivimos en un Estado populista fallido, que desde sus inicios en los números, oficiales y reales, dio cuenta de que la inseguridad aumentaba dramáticamente, sin que nada ni nadie la pudiera contener.

No obstante, la complacencia de la retórica del púlpito, desde el imaginario informativo, sin razón alguna censura a quienes la denuncian y nos presenta hoy, y mañana tras mañana, un país que no existe, ni siquiera en la 4T.

No podemos aceptar que el gobierno perfile la nula acción en materia de seguridad y con ello nos arroje y deje al garete y a la indefensión de la sobrevivencia ciudadana, porque el salvajismo de la delincuencia ya probó en Culiacán la “ley del más fuerte”, que no es ninguna ley, sino la expresión brutal que hoy se burla del Estado.

¿Cuántos Culiacanes más requiere López Obrador para entender que el populismo es bueno en las urnas, pero erróneo en los hechos del ejercicio de gobierno?

Lo público se ha desdibujado y se ha perdido la brújula del Estado. Los elementos esenciales de la confianza y la fe gubernamental, no podrán ser soportados en el peso de la retórica. El despertar ciudadano ha iniciado desde Culiacán, sólo que esta vez, desgraciadamente, desde la tragedia, la pesadumbre y el dolor social.

Agenda

  • La sombra del desencuentro, la incertidumbre y la polarización social, producto de la lucha por el poder y de la impericia gubernamental populista, hoy priva lo mismo en Chile, Ecuador, Venezuela, Nicaragua, Perú, Argentina, Guatemala, Honduras, El Salvador y México, flagelando a sus pueblos, que son los menos culpables de esta barbarie política.

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