El perfil del actual migrante ya no es el trabajador temporal que busca el sueño americano. Son familias enteras que huyen del terror, de la ausencia de Estado, de la crisis social en su país de origen.
Los datos son solo el reflejo del horror: en los cinco años de este gobierno se disparó el número de mexicanos que abandonan el país rumbo a Estados Unidos. Pero esta vez la causa no es la coyuntura económica. Se trata del éxodo del miedo.
Debo al doctor Tonatiuh Guillén el llamado de atención sobre este delicado asunto, pues fue él quien desde su amplio conocimiento expuso esta realidad en un seminario reciente en la UNAM y documenta en sus trabajos el desafortunado viraje en la política migratoria de nuestro país, así como el ominoso cambio en los patrones de expulsión de connacionales al norte.
Los datos públicos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos señalan que en 2018 se registraron 70.3 mil “encuentros” con mexicanos que intentaron cruzar de forma irregular la frontera o solicitaron refugio. Para 2023, la cifra había ascendido a 717 mil “encuentros”: el número creció diez veces. Si bien una persona que busca internarse en Estados Unidos puede tener varios de esos ‘encuentros’ —el migrante que es regresado, vuelve intentar cruzar y lo pueden detener otra vez—, la unidad de medida es la misma y no deja lugar a dudas.
Las cifras de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza dan cuenta de cuatro tipos de ‘encuentros’: a) con adultos solos, b) con integrantes de núcleos familiares —que involucran al menos a un adulto y un menor juntos—, c) con menores acompañados —por un adulto con permiso de residencia en Estados Unidos o por un ciudadano de ese país— y, d) con menores que iban solos. Los adultos solos pasaron de 46 mil en 2018 a 529 mil en 2023: un aumento de 483 mil personas en cinco años, mil por ciento más. Los individuos en grupos familiares migrantes pasaron de 21 mil a 158 mil, esto es, 137 mil más, un 636 por ciento adicional. Los menores acompañados fueron mil 184 en 2018 y 2 mil 26 cinco años después, un incremento de 71 por ciento. Los menores que iban solos, a los que no acompañaba ningún adulto en su travesía para irse al otro lado, pasaron de 2 mil 200 en 2018 a 28 mil en 2023, esto es, 26 mil más, equivalentes a una expansión de casi mil 200 por ciento. Así, el grupo migrante que más creció fue el de menores que abandonan en soledad el país que los vio nacer. ¿Qué otro dato podría describir con más crudeza el fracaso de México en estos años?
Basta asomarse a las noticias de pueblos y comunidades que viven bajo la zozobra del crimen en Chiapas, el Estado de México, Guerrero, Jalisco, Michoacán, Morelos, Zacatecas y un largo etcétera, para saber qué motiva este nuevo patrón de migración. “Vivir con miedo es tan dañino como pasar hambre”, escribió con nitidez Antonio Muñoz Molina.
Este último auge migratorio, ocurrido a lo largo de los años del gobierno de López Obrador, no se explica por la coyuntura económica. Si bien el país no logra crecer a un ritmo adecuado, los datos de empleo del INEGI muestran que el número de personas ocupadas en México pasó de 52.2 millones en el cuarto trimestre de 2018 a 59.4 millones en el mismo trimestre de 2023, un aumento de 14 por ciento, mayor al de la fuerza de trabajo total en el país, que pasó de 55.5 a 61 millones en el periodo, con un incremento de 10 por ciento. Tampoco fue el rezago de las remuneraciones al trabajo, pues entre 2018 y 2023 el salario mínimo general en México aumentó 90 por ciento —lo que constituye el único acierto en la política económica de esta administración—. Así que no fue, como solía ocurrir, la economía el detonador de este masivo éxodo del país.
El perfil del actual migrante ya no es el trabajador temporal que busca el sueño americano. Son familias enteras que huyen del terror, de la ausencia de Estado, de la crisis social en su país de origen. Como diagnosticó Tonatiuh Guillén, ahora en vez de emigrantes, México empieza a tener en el exterior refugiados de la violencia.
El gobierno mexicano ignora y niega esta cruenta realidad, insensible como es ante las víctimas de su abominable complacencia con el poder del crimen.
Fuente: El Financiero