La evolución política en México se caracteriza por la momificación de los partidos políticos, proceso que impone una narrativa con un cuestionamiento de fondo: ¿hasta dónde llegará la simulación y el inmovilismo de los partidos, que sin compromiso social, siguen al garete como comparsas del gobierno federal, estatales y municipales?

La partidocracia, carente de presencia orgánica, inteligencia política y sin esperanza ni imaginación, está perdida en la retórica de escritorio. Presa del confort de la simulación, ha sucumbido al capital político del mesianismo, y su pragmatismo ha desplazado el peso de la conciencia y la ideología, como premisas del activismo político congruente, que debe ser su esencia.

La clase política se convirtió en palaciega. Los mirreyes y sus lugartenientes, han deshecho la esperanza fundacional de la Nación; mientras el peculado y la malversación, los transformó en vástagos de un sistema de prebendas que los llevó al aborto social y a la crisis de representatividad que los ha hecho naufragar.

Este contexto explica la fragmentación del sistema de partidos y el recrudecimiento de la arbitrariedad política, que lo mismo se expresa en la censura mordaz a la prensa, que en la arbitrariedad del Poder Legislativo de Baja California; anomias que acentúan la descomposición política que vivimos.

La agonía de la democracia frente a la verticalidad de las estructuras partidistas y sus cúpulas de poder, se explica porque históricamente, la ideología y la conciencia política fue cercenada y sustituida por el dominio de élites; condición que negó el activismo de las bases militantes y obstruyó el desenvolvimiento crítico, que a la postre los debilitó y convirtió en maquinarias instrumentistas.

Los partidos políticos, vetustos y anquilosados ante la corrupción, se convirtieron en momias que causaban terror a la sociedad y afianzaban su descrédito con la inercia del inmovilismo democrático ampliamente impugnado por los ciudadanos, quienes con su acción pública conquistan el ascenso de una cultura política participativa ante la indiferencia institucional, que lejos de abrirles los espacios necesarios, los obstaculiza y margina.

Al respecto, el discurso de la clase política en el poder, se circunscribe a una retórica sórdida. Desde el Ejecutivo, afianza lógicas de protagonismo y concentración del poder inescrutables, impugna a ciudadanos, empresarios, prensa y organizaciones de la sociedad civil, que desde un despropósito mañanero hace de la realidad, quimera y desdén institucional.

En este escenario y frente a la polarización social que vivimos, ¿cuál es el rol que deben jugar los partidos políticos?

Como conductores sociales deben iniciar la verdadera transformación de la Nación, abriendo su función política desde lo local a lo nacional, y como fuerzas políticas integrales, inteligentes y decisorias de la institucionalidad, propiciar una revolución de la conciencia social, que sirva a la ciudadanía y encauce su voz soberana, sin sectarismos ni exclusiones.

Deben organizarse para suprimir las radicales medidas de una austeridad pública indolente; la desazón de la política migratoria que, por fin, nos ha vuelto el guarura de Estados Unidos; evidenciar el paralelismo de la cifras oficiales con respecto a las reales; la creciente violencia e inseguridad; condenar la mordaza a las voces críticas y a la prensa; el marasmo económico, así como la catástrofe petrolera, ¿son desaciertos suficientes para que los partidos políticos jueguen un rol histórico en el ejercicio de gobierno?

Tienen que constituirse como interlocutores sociales mediante una dinámica social de competitividad democrática, cuya representación vinculante frente al Estado, construya desde el espacio público, oportunidades que armonicen el desarrollo humano y lo erijan como auténtico interés de la Nación.

Un partido como organismo de interés público, lo es en la medida que sus Estatutos, Declaración de Principios y Programa de Acción, reflejan los anhelos de justicia de la sociedad; donde todas las voces cuentan y participan en la construcción del Plan y de los Programas de Gobierno; y escrutan al poder público como su esencia, jamás como comparsa o pantomima de simulación política como lo hemos experimentado por décadas, desde un populismo recalcitrante, hasta un pragmatismo indolente.

La desoladora realidad partidista también exige disciplina ciudadana. Se requiere hacer de la praxis política, un escenario de crecimiento ciudadano, que desde la pedagogía política partidista, conozca, comprenda, organice y potencie la fuerza ciudadana en el control del quehacer público y evite la atomización y polarización populista de Estado.

Empero, ¿Qué requieren los partidos para regresar como el Ave Fénix?

Deben democratizar su vida interna; dar a la base militante oportunidades para competir por el poder, y encausar en la diversidad, el potencial de la conciencia e ideología política que siempre debió acompañar al ejercicio público, de manera crítica, sin sigilos ni tutelas espurias; porque la fuerza de un partido está en ser vanguardia de la dignidad humana y social.

Tienen que fortalecer la conciencia social, la ciudadanía debe apreciar y comprender que su labor política no puede estar disociada de su militancia partidista y que la cultura participativa refrenda lo significativo de la soberanía popular.

No pueden permitir que México sea el país de un solo hombre, porque el ejercicio de gobierno requiere diversidad social y pluralidad política frente a la uniformidad que petrifica al poder público, lo aleja de la realidad del pueblo e históricamente ya provocó graves conflictos políticos, económicos y sociales.

Como oposición responsable, deben estrechar los lazos de comunicación con la sociedad, y desde la pedagogía política, formar una ciudadanía crítica que represente la posibilidad de transformar a la Nación.

Comprometerse a constituir estructuras políticas abiertas, incluyentes, plurales, deliberantes, horizontales y asociativistas y prohijar la edificación ideológica y programática del poder público, sustentada en la concertación progresista de sus bases y ánimo político para integrar la armonización y dignificación de la sociedad.

Sólo entonces, el telón se abrirá para que la crítica de la oposición partidista hacia el espectro político y las acciones del gobierno, reorienten y retroalimenten su proceder, haciendo valer el voto programático, que se erige desde la planeación democrática y da cabida a un proyecto incluyente de Nación.

Las condiciones políticas están dadas para que los partidos resurjan desde la democratización de sus estructuras, la fuerza vital de sus militantes y el valor de la dignidad humana, argumentos primigenios que han perdido y que hoy expresan en este sórdido sigilo inaudito, que los tiene en la oscuridad.

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  • Frente a la crítica del Presidente López Obrador a la Revista Proceso, su director Rafael Rodríguez Castañeda señaló que: “Proceso ha participado en la transformación del país… me parece preocupante que el mandatario dé señales de que busca aplausos permanentes…”

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