No es fácil sorprender a los brasileños en tiempos de escándalos continuos de corrupción. Pero el viernes pasó lo impensable: Luiz Inácio Lula da Silva, el que fue el presidente más popular de la democracia de Brasil, la cara mediática del Partido de los Trabajadores (PT), el gobernante que sacó a 30 millones de personas de la pobreza, recibió el golpe más duro de su carrera y protagonizó el peor capítulo de la crisis del Gobierno de 12 años del PT. A las seis de la mañana del viernes, la policía llegó a la casa de Lula en São Bernardo (a 20 kilómetros de São Paulo), la registró y se lo llevó a declarar por supuesta corrupción.

Durante tres horas, el expresidente fue interrogado sobre su presunta participación en una trama corrupta que desangró durante años la petrolera estatal Petrobras. Aún sin tiempo para recuperarse del impacto de ver al presidente más popular de la democracia en esa coyuntura, los brasileños vieron por primera vez una acusación formal contra Lula, al que últimamente cercaban sospechas de corrupción, pero contra el que los investigadores no se habían pronunciado públicamente con tanta dureza como ahora. La fiscalía lo acusa de ser “uno de los principales beneficiarios” de un sistema de desvío de dinero en Petrobras (entre 2004 y 2012, supuestamente salieron 10.000 millones de reales, unos 2.400 millones de euros) para favorecer a empresas corruptas.

La macrooperación policial del viernes, bautizada como Aletheia en referencia a la expresión griega “búsqueda de la verdad”, fue a lo grande: 200 policías y 30 auditores de Hacienda cumplieron órdenes judiciales en los Estados de São Paulo, Río de Janeiro y Bahía desde primera hora. Lula reaccionó indignado en una conferencia de prensa después del interrogatorio forzoso, afirmando que se sintió “prisionero”…

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