Los partidos políticos se han convertido en grandes oligarquías monopólicas del ejercicio de gobierno. Sus bases militantes en muchos casos han sido privadas del derecho a participar en los procesos de toma de decisiones y del sano ejercicio de la corresponsabilidad política. Son consultadas sólo para legitimar acciones y decisiones que han sido tomadas previamente por las cúpulas de poder.

La precaria democratización al interior de los partidos políticos, devela el juego de los grupos de interés y sus burdas estrategias de simulación, para secuestrar y maniatar a sus cuadros y estructuras, con mecanismos que reproducen las lógicas y mimetismos autocráticos de una clase política que los margina de una auténtica selección interna de candidatos.

Sin partidos políticos no hay democracia. Pareciera que los partidos no han comprendido el valor de esta función histórica; que no entienden que su poder orgánico debe fomentar y fortalecer la interlocución y la  conducción social.

Esta dualidad política la advirtió Gramsci, al señalar que “el partido es un intelectual orgánico”; empero, para poder serlo, debía encausar la conciencia social y abrirla a la ideología, condición que en nuestra realidad resulta una cuestión ajena a la partidocracia, que enclaustra la conciencia y reducen la democracia a la demagogia y al populismo.

Ante este anquilosamiento de los partidos políticos, el cuestionamiento social que sobresale es ¿cuándo un partido es democrático? Cuando sus estructuras sujetan su actuación a los estatutos y principios que emergieron de una Concertación Progresista, donde el respeto al consenso y al disenso de sus bases militantes, afianza el marco ideológico de apertura social e incluyente y le da significado al ejercicio político.

La democratización interna de un partido es un fenómeno multidimensional, pero sin duda, una condición sine qua non; es el sentido progresista de sus procedimientos internos, sustentados en mecanismos incluyentes, plurales y deliberativos, donde todo militante es un agente activo en la toma de decisiones, y por ende, toda decisión es voluntad horizontal, que respeta el principio de mayorías y promueve la constante refuncionalización de sus principios programáticos.

Un partido político jamás debe ser ni percibirse como un enclave autoritario. La mayor fuerza orgánica de un partido es su legitimidad, aquella que construye en procesos de toma de decisiones, fundados en un orden normativo que da voz y voto a sus militantes; la que genera con la capacitación permanente, donde la información es el principal insumo para la instrucción y adiestramiento político de sus bases militantes, para el ejercicio de gobierno.

Desde esta visión, se debe admitir que existe un déficit en la democratización interna de los partidos políticos, que incide no sólo en una crisis de representatividad, sino también, en la percepción de credibilidad, confianza y viabilidad como estructuras de conducción social. El ascenso de los candidatos sin partido es un claro ejemplo.

Los militantes no son autómatas, ni la política es un proceso de factoría que los  engrane a los dictados de estructuras autoritarias y decadentes de élites políticas.

La conciencia política de las bases militantes de un partido, no pueden ser percibidas por los cuadros dirigentes como sujetos utilitarios que acompasan sus determinaciones. La militancia debe exigir a las dirigencias partidistas, el respeto a sus derechos políticos; la construcción horizontal de una participación corresponsable; y una composición orgánica e ideológica en las tareas de conducción.

Los partidos deben dar cauce a mecanismos que democraticen sus procedimientos internos de selección de candidatos. La convención de delegados, la consulta a la base, los usos y costumbres, encuestas, sondeos; ninguno de ellos es indebido, pero el autoritarismo y verticalidad como los han operado, no sólo ha violado el espíritu de sus principios ideológicos, estatutos y programas de acción, sino la probidad democrática que les da origen y sentido.

El autoritarismo de las élites partidistas, ha deprimido la vitalidad del tejido social. Se ha convertido en el cáncer que impide que la cultura de la legalidad, construya el crisol de la fraternidad social y ha generado un grave inmovilismo ciudadano.

En este marco, el empuje de la sociedad civil organizada por escrutar el funcionamiento interno de los partidos, ha logrado transitar de las cuotas a la paridad de género; ampliar la figura de sujetos obligados en materia de transparencia; el juicio para la protección de los derechos político-electorales del ciudadano, también denominado juicio ciudadano, en el que la autoridad jurisdiccional electoral, revisa la legalidad de los actos de los partidos y confirma la vigencia y validez de sus normas internas.

La tarea fundamental de la base militante estriba en recuperar su dignidad y respeto político. Es necesario que el partido sea visto como una fuerza dinámica donde cada militante resignifique su papel y deje de ser percibido como objeto prescindible, o como eslabón de una estructura monolítica de poder.

La fragmentación entre los militantes y las cúpulas partidistas, evidencia una sociedad impedida: si el ciudadano es marginado en su partido, también lo será en la corresponsabilidad del quehacer público, lo que significa vaciar de contenido a la democracia.

Cuando el poder ya no emerja de la ciudadanía, se habrá perdido toda posibilidad de construir el porvenir, ante el peso del oscurantismo partidista, que no quiere abandonar la Edad Media.

Los partidos políticos parecen olvidar que son entidades de interés público; que la edificación de sus plataformas políticas debe sustentarse en las necesidades y aspiraciones sociales; que sus planes y programas son el rostro del pueblo; y que deben ser ejemplo de la dignidad que históricamente se ha negado a los ciudadanos.

El fenómeno del abstencionismo es el reflejo del rechazo ciudadano ante las incongruencias de los partidos y las instituciones. ¿Cómo pretender que un ciudadano participe en un proceso electoral para elegir a sus representantes y autoridades, cuando en su partido se le niega la oportunidad de participar en la selección interna de candidatos, en la elección de dirigentes, en la elaboración de plataformas electorales y programas de acción, y aun peor, cuando no se reconoce su lealtad ni su carrera partidista?

Agenda

  • Los atentados en Bélgica, reivindicados por el grupo fundamentalista Estado Islámico, advierten la necesidad de intensificar el diálogo y el respeto a la autodeterminación de los pueblos.
  • En un aniversario más del magnicidio de Luis Donaldo Colosio, México debe reflexionar sobre la asequibilidad de la justicia y la custodia del clima de seguridad y paz social que permita la armonía entre sus habitantes.

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