La observancia del mesianismo gubernamental en nuestros días, provoca que la razón crítica sucumba frente a la sinergia de la contracorriente populista que erosiona al régimen democrático, cuyo espíritu languidece frente a los apetitos autocráticos que hoy amenazan la institucionalidad.

Los ánimos y la polarización social se exacerban frente al triunfo político populista, que encamina los pasos del Presidente López Obrador al plano del pragmatismo, que vuelve contradictorios los principios de legitimidad y legalidad en nuestra endeble democracia.

La primera contradicción que enfrenta el triunfo populista se centra en la legitimidad que lo respalda, cuyo halo de poder marcado por el ascenso de una popularidad inconsciente, cegada por la esperanza de construir un país mejor, antagoniza con el peso de la quimera que amenaza con terminar en sueños rotos.

La otra contradicción del triunfo la constituye sin duda, la legalidad, cuyo desdén se erige como la Hidra de los dolores de cabeza del gobierno, al olvidarse que no es posible gobernar sin poderes públicos, sin partidos y sin organizaciones de la sociedad civil. La institucionalidad plena parece ser un lastre, una frontera política infranqueable con la que debe transigir y caminar, por eso, el camino preferido, franco y abierto para conseguir, al menos desde el escritorio, la transformación del régimen es la autocracia.

El vector contrario de este apetito autocrático lo revela con claridad María Amparo Casar: “…Las instituciones son el patrimonio de la democracia. Las democracias, así como las libertades y derechos que conllevan, funcionan gracias a sus instituciones. Sin ellas, el gobernante impone su voluntad y el ciudadano queda a la deriva. Disminuir las instituciones es disminuir la democracia. Es lo que está sucediendo en México.” https://bit.ly/2lWsyzc

Un régimen político democrático sólo es posible en el marco de la institucionalidad. Sus estructuras y actores requieren de salud pública y de la funcionalidad plena de sus acciones para que la construcción del consenso y el disenso procese el conflicto político, concrete la tarea pública, garantice estabilidad, armonización y las oportunidades que promuevan la participación y la capilaridad social. Estos son los factores de una democracia inteligente, fuerte, vital y madura.

Un sistema de gobierno democrático, en su entramado de acción vinculante entre el poder público y su ejercicio, reclama planeación, evaluación, seguimiento, control, racionalidad, visión, unidad y entendimiento, para hacer posible que la expresión de los actores e instituciones cobre un ánimo de parlamento abierto, horizontalidad e interacción entre sociedad civil y sociedad política. Asimismo, requiere evitar la verticalidad y el anquilosamiento, o convertirse en el instrumento tiránico de las élites del poder y cegar el valor y los principios de la democracia, perdiendo sentido y legitimidad social.

Empero, ¿cómo gobernar desde una democracia disminuida en un plano autocrático?

Para el autócrata, el poder unipersonal no significa un problema. Se erige desde su voluntad y visión. Es un camino unidireccional y se inviste de voluntad política, pero no de razón política, a diferencia de un régimen democrático, que marca una realidad multidimensional de estructuras, instituciones y actores, que le dan sentido al sistema político como un todo orgánico.

La diferencia es clara: la autocracia y los autócratas se erigen como poder ciego, sin estructuras ni instituciones reales, sólo formales, para que en el discurso y desde el discurso, se gobierne sin juicios, críticas o contrapesos, haciendo del poder público un patriarcado sórdido, donde la promesa y el mesianismo se vuelen fórmulas perfectas del ejercicio de gobierno.

En esta dimensión, el régimen político pasa a segundo término. El poder autocrático devela que el único que puede ver con claridad al Estado es quien lo dirige, a la vez que convierte a los ciudadanos en autómatas, seres sin conciencia política o social, y por ende, sin poder de escrutinio o deliberación pública, se vuelven zombis, sólo reactivos a la luz del mesías.

Pero, ¿qué hace posible el ascenso de la autocracia republicana?

La respuesta es evidente, el abandono, el atropello y la desesperanza política del pueblo, la falta de respuestas centradas en revitalizar el régimen político, el sistema de gobierno y al ciudadano como sujeto político.

Cuando el ciudadano como sujeto político, no es reconocido como parte integral del Estado, el poder público no se sustenta en el poder soberano del pueblo. Consecuentemente, el régimen político y el sistema de gobierno son incapaces de brindarle respuestas y soluciones, y el entramado político se pierde y deja de tener sentido.

La historia nos ha aleccionado que la derrota de la democracia se presenta cuando el régimen político y el sistema de gobierno, postrando al ciudadano, pierden la capacidad de articulación, equilibrio y conducción societal; ironía política que pavimenta claramente el camino para que la autocracia emerja desde las sombras.

Pero en esta cruenta paradoja, ¿cuándo deja ser válido el autócrata?

El poder no es unipersonal ni puede serlo. La institucionalidad es el corazón del Estado, no es prescindible y constituye los vasos comunicantes del régimen político y del sistema de gobierno, cuando sus arterias se obstruyen, el orden sistémico colapsa, por lo que un autócrata al negar el valor de la institucionalidad, tiene sus días contados.

El epitafio autocrático sólo requiere que la ilusión quimérica se disipe y cuando la funcionalidad gubernamental comience a tropezar por la carencia de institucionalidad democrática, el régimen político, el sistema de gobierno y la ciudadanía se revelan con la fuerza de la conciencia, que no puede ser cegada definitivamente por el mesianismo; no sin un costo social, no sin dolor social y mucho menos, sin costo para la Nación.

La contracorriente populista avasalla en estos momentos al régimen político democrático, porque las fuerzas políticas no han entendido su papel histórico y su rol se encuentra momificado, pero de las cenizas siempre emerge la razón y la razón del Estado es el pueblo, sólo debe despertar del sueño mesiánico para derrotar a la autocracia.

Agenda

  • El Presidente López Obrador, con motivo de su Primer Informe de Gobierno, rindió desde Palacio Nacional un mensaje que tituló Tercer Informe de Gobierno al Pueblo de México. En el claroscuro de las cifras oficiales, descalificó a las fuerzas políticas ausentes, a quienes consideró como derrotadas moralmente, asumiéndose como el triunfador moral.
  • El Gobernador Omar Fayad Meneses presentó por escrito su Tercer Informe de Gobierno ante la Cámara de Diputados y dirigió un mensaje por radio, televisión y redes sociales a los hidalguenses. Comunicó los importantes logros conseguidos en materia económica, empleo, finanzas públicas, agricultura, biodiversidad, desarrollo social, educación, salud, vivienda, seguridad pública, infraestructura, y gobernabilidad.  

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