El 4 de agosto, la Secretaría de Educación Pública dio a conocer los resultados de la aplicación de los instrumentos del Plan Nacional para la Evaluación de los Aprendizajes en la educación media, a la que se le sigue agregando el adjetivo superior, aun cuando la secundaria ya forma parte de la educación básica. Se trata de las pruebas con las que se ha sustituido a ENLACE, la primera herramienta con el que se contó en México para poder generar un diagnóstico comparativo del calamitoso estado en el que se encuentra la educación en el país, y respecto a la cual presenta diferencias importantes que requerirán de un análisis más cuidadoso para poder decir si realmente ha resultado un avance en el necesario proceso de evaluación del sistema educativo.
La información recabada es, sin duda, muy valiosa. Es una base importante para observar dónde están las principales deficiencias en la enseñanza en México y para medir avances y retrocesos, pues a pesar de ser PLANEA un instrumento distinto a ENLACE, se aplicó una prueba puente para tener información comparable. Gradualmente se va construyendo un sistema capaz de generar información para conocer el desempeño de las escuelas, los profesores y los estudiantes, de manera que se puedan diseñar las intervenciones necesarias para enfrentar los serios problemas de la educación en México; PLANEA es una parte de lo que debe ser un complejo sistema de medición de los indicadores educativos, diseñada sólo para medir las competencias de comprensión lectora y matemáticas de los alumnos, en consonancia con los objetivos de la prueba PISA de la OCDE, y no para sacar conclusiones sobre el desempeño específico de las escuelas o los profesores.
La información dada ahora a conocer muestra una circunstancia que produce grima: la mayoría de los alumnos que concluyen el bachillerato no sabe leer ni escribir ni expresarse de manera clara al hablar y todavía menos tienen las competencias adecuadas en matemáticas para emprender estudios superiores. En matemáticas, el 51.3 por ciento de los alumnos evaluados quedó en el nivel más bajo; en lenguaje, el 43.3 por ciento está en sótano. Ocho de cada diez de los que egresaron del bachillerato este año tienen conocimientos deficientes de matemáticas y seis de cada diez reprueba en su manejo del idioma. Sólo el 6.4 por ciento quedó en el nivel alto de matemáticas, mientras apenas el 12.2 lo alcanzó en lenguaje. La prueba confirma lo que cualquier profesor universitario puede constar: sólo unos cuantos de los de por sí pocos alumnos que llegan a la universidad —apenas la décima parte de los que ingresan a la primaria— saben realmente leer y escribir y menos todavía tienen las competencias matemáticas necesarias para los estudios superiores.
Los resultados difundidos ampliamente por los medios de comunicación muestran con contundencia las manifestaciones externas del desastre. Debajo de los datos crudos está un sistema educativo quebrado. Es verdad que el bachillerato recibe a estudiantes que llegan con deficiencias graves de la educación básica, donde está el origen del problema, pero el propio sistema —es un decir— de educación media no sólo es incapaz de corregir la herencia del ciclo previo, sino que amplifica los defectos, en buena medida por falta de objetivos claros y estructuras de enseñanza—aprendizaje adecuadas.
En México no ha existido una idea clara e integral de lo que debería ser la educación media. Prueba de ello es la enorme diversidad de programas y proyectos educativos que han surgido más como ocurrencias de los gobiernos o como salidas al paso frente a las demandas sociales. Hasta la década de 1970, el bachillerato estaba pensado esencialmente como una formación propedéutica para el ingreso a la educación superior y estaba dominado por las escuelas preparatorias de la UNAM y las estatales. A partir de entonces, los sistemas de bachillerato comenzaron a pulular. La UNAM misma creó los Colegios de Ciencias y Humanidades, como un modelo paralelo y pretendidamente más moderno que sus tradicionales prepas. La SEP comenzó a crear bachilleratos tecnológicos industriales o agropecuarios, con la idea de que sirvieran también como formación técnica terminal adecuada al entorno social; después, durante el gobierno de López Portillo, se creó el CONALEP, para formar profesionales técnicos como opción a la educación superior, pero el proyecto acabó por frustrarse en sus objetivos más ambiciosos. De pronto, la educación media estaba formada por varios sistemas sin integración entre sí (un estudiante que comenzaba sus estudios en un bachillerato agropecuario pero que se mudaba a una ciudad no los podía continuar en uno industrial) y con objetivos poco claros, precariamente articulados con la oferta educativa superior e incapaces de convertirse realmente en opciones terminales que capacitaran para el trabajo.
El gobierno de Calderón anunció una reforma integral del bachillerato para construir un auténtico sistema nacional que, sin acabar con la diversidad de programas —lo que de suyo no tiene por qué ser negativo—, sí estableciera un núcleo formativo común y facilitara el tránsito de un tipo de bachillerato a otro. Sin embargo, poco parece haber avanzado aquella reforma, más allá de la creación de un mecanismo de equivalencias para facilitar los trámites burocráticos de revalidación de estudios. La fragmentación continúa y no se ha logrado generar un sistema con diversas opciones terminales, entre las que la continuación de estudios superiores sea sólo una de ellas.
La nueva prueba PLANEA puede servir de base para definir al menos parte de las exigencias básicas comunes que la educación media debe satisfacer en las competencias de lenguaje y matemáticas. No abarca, empero, a toda la educación media, porque la UNAM, el IPN y las malhadadas preparatorias de la Ciudad de México insisten en considerarse burbujas ajenas a un sistema nacional. El bachillerato sigue necesitando una reforma que afine sus objetivos, cree ámbitos comunes de conocimientos para sus estudiantes y genere opciones educativas terminales para el ingreso de los jóvenes al empleo, mientras que el paso a la educación superior debe ser sólo una de sus posibles salidas.
Es cierto que la parte más relevante de la reforma educativa pendiente está en la primaria y la secundaria. La profesionalización de los docentes, mal diseñada y presentada como la gran reforma por este gobierno, no es más que una pequeña parte de la reestructuración general que requiere el arreglo educativo, pero sin un bachillerato bien articulado, que enseñe a pensar y a utilizar la tecnología, México seguirá sin superar el atraso. Hoy los egresados de la educación media son, en su mayoría, unos incapacitados profesionales y eso es algo que este país ya no puede seguirse permitiendo.
Fuente: Sin Embargo