18 de marzo 2025
Por Centro Prodh
@CentroProdh

@Pajaropolitico

Hace unos años, después de visitar una exposición que entre otras cosas mostraba zapatos de las víctimas de la Shoah, Manuel Vicent escribió en El País un texto que tituló “Los zapatos de la muerte caminan solos”. El escritor, reflexionando cómo esos objetos se vuelven testigos de verdades que debemos recordar, decía ahí: “esos zapatos siguen caminando por sí solos sin el muerto a lo largo de la historia”.

Guardando las proporciones debidas, y de ninguna manera comparando sucesos, cabe tomar prestadas de ese texto las palabras que hoy nos faltan para aludir a las imágenes de cientos de pares de zapatos y otros objetos recuperados por las madres buscadoras del colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco en el “Rancho Izaguirre”, de Teuchitlán, Jalisco.

Incluso para una sociedad adormecida por la normalización de la violencia, la difusión de esta realidad de terror ha significado una sacudida, en buena medida por la fuerza evocativa de las imágenes de los zapatos encontrados en el lugar. Así lo acreditan las jornadas de luto, duelo y protesta el fin de semana en varias ciudades del país.

Teuchitlán nos recuerda que hay regiones del país donde la vida no es posible porque los destinos los decide la macrocriminalidad. Muestra que la crisis de desapariciones continúa y que se ha profundizado por más que se intente disimular esta verdad manipulando cifras. Confirma que sin las dignas madres buscadoras y las y los valientes fotoperiodistas que acompañan sus búsquedas estas realidades seguirían invisibilizadas.

Hay que decirlo con claridad: la verdadera amenaza a nuestra soberanía nacional, el verdadero cáncer que carcome a nuestra maltrecha democracia, es el avance de la gobernanza criminal en amplias regiones del país, que tiene en la permanente epidemia de desapariciones una de sus manifestaciones más brutales y dolorosas.

Vendrá el momento de revisar lo que se ha hecho y lo que se ha dejado de hacer en justicia y seguridad para generar las circunstancias en las que estos campos de exterminio se vuelven posibles. Vendrá el tiempo de analizar cuánta responsabilidad corresponde a las autoridades locales y cuánta a las autoridades federales, mientras los funcionarios se atribuyen la culpa los unos a los otros. Vendrá, en fin, la ocasión de revisar el abandono de los esfuerzos para generar políticas extraordinarias frente al rezago forense, como el Banco Nacional de Datos Forenses y el Centro Nacional de Identificación Humana.

Habrá que señalar al gobierno estatal de Jalisco, hostil contra los colectivos de buscadoras en la pasada administración y señalado por la colusión con la criminalidad de sus áreas de seguridad y justicia, evidenciadas éstas en su inmensa negligencia por no agotar y asegurar cabalmente el lugar.

Habrá que señalar también cómo las y los desparecidos no habían llegado, hasta antes de este hallazgo, a la agenda de prioridades del actual gobierno federal, que relegó el tema apostando erróneamente a la continuidad del mediocre desenlace de la anterior administración en esta materia. Y habrá que responder a quienes ya intentan trivializar el hallazgo negando lo que se ha denunciado, recordando que la infraestructura de muerte en estos espacios es más bien poco sofisticada y fabricada para no dejar rastro.

Pero por ahora, en un país que se ha vuelto mayoritariamente indiferente ante la violencia; en una nación donde desde el oficialismo se busca minimizar con negligencia la causa de las desapariciones para proteger el proyecto político, al tiempo que  desde la debilitada oposición partidista se intenta instrumentalizar con oportunismo y sin respeto esta tragedia; en un México donde hoy, cuando se publica este texto, jóvenes de barrios marginales seguirán desapareciendo mientras en algún paraje madres y padres abrirán la tierra con pico y pila buscando a quienes les faltan; en este país, en suma, adolorido y de nuevo sacudido, acaso lo más sensato sea abrir espacio para condolernos: para decir que los zapatos de Teuchitlán seguirán caminando hacia adelante, en nuestra historia.

Porque esos zapatos seguirán evocando a las víctimas que los calzaban, así como portaban sus alegrías y sus sueños, antes de que fueran arrancados con violencia y demasiado pronto de la vida. Porque con sus silenciosas –y al mismo tiempo, estruendosas– pisadas, esos zapatos no nos permitirán olvidar que somos parte de una generación que no ha podido revertir la degradación extrema de amplias regiones del país, donde la muerte sigue segando vidas jóvenes.

Porque esos zapatos no dejarán de hacer presente que este es el México real que no hemos logrado cambiar, que debemos cambiar. Hasta tanto eso ocurra, estos “zapatos de la muerte” seguirán caminando, entre nosotros y nosotras, obligándonos a no olvidar.

Fuente: Animal Político