En medio de la violencia cada vez más salvaje que vivimos, producto, entre otras cosas, de la extensión de los grupos del crimen organizado y de la frecuente complicidad de las fuerzas públicas, conviene traer a cuento un tipo de violencia no menos bárbara, pero sí endémica y sistemática, aunque menos visible: la violencia contra las mujeres. Es verdad que la violencia provoca más violencia, pero la de género tiene sus raíces propias y requiere ser combatida por mecanismos específicos.

En ocasión de la conmemoración del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer y a 20 años de la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia de Género (Convención de Belém do Pará, Brasil, 1994), el sábado pasado se escenificó en Bellas Artes el proyecto teatral de Serena Dandini, titulado Heridas de Muerte.

El libro reúne una serie de monólogos, basados en casos reales de feminicidios de diferentes partes del mundo, que se refieren a mujeres de distintas edades, extracción social, grupo étnico o religioso, nivel educativo, evidenciando que se trata de un fenómeno que afecta a las mujeres por la sencilla razón de ser mujeres.

Los 15 casos dramáticos que fueron leídos en esta ocasión abarcaron desde el relato de una chica de Mali que, al convertirse en mujer, debía someterse al ritual del corte del clítoris por parte de su abuela, quien al hacerlo mal, le provocó la muerte, pasando por el de una mujer que en una ciudad invadida es víctima de violación por un militar, o el de una joven que es sometida a engorda para ser prostituida a una edad más temprana.

Hay también casos de situaciones cotidianas, de relación de pareja, que muestran los abusos y malos tratos de hombres que recurren a la fuerza física para someter a la mujer, llegando al homicidio, o que optan por asesinar a los hijos para castigarlas.

La última lectura abordó un feminicidio en Ciudad Juárez, en donde en los últimos veinte años se han identificado casi 5 mil mujeres muertas o desaparecidas. La narración se refiere a una mujer que denunció al asesino de su hija y que, en venganza fue atacada, descuartizada y colocada en una bolsa de basura.

Estas historias reales están muy extendidas, no es casual que las cifras de la Organización Mundial de la Salud de 2009 señalen que el maltrato y la violencia de género es el fenómeno social que más vidas cobra por año en todas partes del mundo. Las estadísticas globales de 2013 muestran que el 35% de las mujeres ha sufrido violencia física o sexual en el contexto de la relación de pareja o fuera de ella y 70% ha sufrido algún tipo de violencia en algún momento de su vida. En América Latina, cada minuto 4 mujeres son agredidas sexualmente, siendo ésta la principal causa de muerte en mujeres entre 15 y 44 años de edad.

No cabe duda que la violencia de género se ahonda en contextos de atraso cultural como los estados fundamentalistas en los que se invocan interpretaciones de textos sagrados para justificar violaciones graves a los derechos de las mujeres, como la mutilación genital. También está claro que hay herramientas como el acceso a la educación y la vida en democracia, que ayudan a colocar a las mujeres en posiciones de igualdad de oportunidades y de ejercicio efectivo de sus libertades. Pero, lo arraigada que sigue estando la violencia contra las mujeres obliga a no bajar la guardia en la tarea de sensibilizar a la opinión pública sobre cómo ésta milita en contra del acceso de todos a la justicia.

La lectura de Heridas de muerte, organizada por la magistrada electoral María del Carmen Alanis, permitió darle visibilidad al tema y, sobre todo, recordar que es preciso reforzar los compromisos de hace veinte años de la Convención Interamericana de Belém do Pará.

Fuente: El Universal