Sinclair Lewis, en 1935 imaginó una distopía a partir de una pregunta ¿Cómo los Estados Unidos podrían convertirse en una dictadura? Y en el núcleo de su respuesta están dos factores conectados: un personaje sin escrúpulo alguno, dispuesto a saltarse la constitución, toda ley y todo control, al lado de una sociedad (un pueblo, digamos) que ha cambiado, presa del malestar económico, la decepción y de la cólera. Tal cóctel deriva en destrucción y al final ¡en una guerra contra México!
Es probable que lo mejor de esa novela sea la descripción de Berzelius Windrip, su carácter y la sucesión de sus manías, siempre yendo más lejos, apostando más alto, rebasando cualquier límite, así y se eche mano de las mentiras más flagrantes.
Escribe Lewis: “El diez de diciembre era el día en que nació Berzelius Windrip, aunque en su primera época como político (antes de llegar a la fructífera conclusión de que las mentiras a veces se publicaban y podían echárselas en cara injustamente en un futuro) solía decirle a todo el mundo que su cumpleaños era el veinticinco de diciembre, como el de un personaje que incluso él reconocía como líder aún más importante, y gritar con auténticas lágrimas en los que su nombre completo era Berzelius Noel Weinacht Windrip”.
Continúa: “Sus propias decisiones lo transformaban y agudizaban todos sus rasgos, especialmente la capacidad para realizar lo que nadie, antes de ese momento, creía que sería capaz”. Su poder político radica en la sorpresa, en lo inconcebible y la extralógica, o sea, en el abuso.
Es una fenomenología exacta de los déspotas de allá y de acá: no actúan por clarividencia ni por programa sino por instinto, respondiendo paso a paso a las necesidades de la coyuntura que ellos crean o que enfrentan.
¿Alguien hubiera imaginado -digamos en junio de 2018- que López Obrador cancelaría a tan alto costo y con tal improvisación al aeropuerto de Texcoco? ¿alguien hubiera pensado que con la grave crisis de derechos humanos en la que vivimos, se enanizaría a la Comisión encargada? ¿alguien hubiera imaginado al presidente de México saludando a la madre de uno de los principales capos de la droga de país? ¿alguien hubiese, siquiera supuesto, que sería capaz de romper el Tratado de Libre Comercio, primero negociado afanosamente con Trump, y ahora desafiado altaneramente frente a Biden? Y ¿alguien hubiera sospechado que militarizaría la seguridad pública mediante un decreto, violando la Constitución y violando los acuerdos del Congreso de la Unión que elaboró su propio partido?
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