Aturde la confusión cuando en vez de toparse con la casa de los jueces, en la misma dirección hay una cueva de ladrones, como aquella de Alí Babá.
El Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México lleva muchos años pudriendo todo cuanto toca. No es un sitio donde se imparta justicia sino corrupción.
Si hay jueces y magistrados decentes, son minoría y su silencio los ha convertido en cómplices de una gran aberración.
La libertad, la vida, el patrimonio, la custodia de los hijos, los negocios, la certidumbre jurídica y una tonelada más de asuntos muy importantes para la ciudadanía están siendo administradas por manos indecentes.
Tiene por lo menos cuatro años que personal de ese tribunal presentó denuncias por actos relacionados con la corrupción y el nepotismo.
Una que provocó un gran escándalo fue aquella en contra de una red de funcionarios que solía sacar de las oficinas expedientes judiciales, calificados como de alto impacto, para esconderlos en casas y despachos privados.
Otro episodio memorable de esa cueva sucedió en el verano de 2018, cuando Álvaro Augusto Pérez Juárez pretendió reelegirse como presidente del tribunal y para hacerlo ofreció un bono de alrededor de 200 mil pesos a favor de los magistrados que debían elegirlo.
En buen español, se trató de un soborno.
Si bien los destinatarios recibieron felices el regalo, al final optaron por deponer al sobornante.
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Por: Ricardo Raphael