En una democracia, cualquier ciudadano tiene el derecho de hacer preguntas incómodas a la autoridad. Esa es la esencia de la rendición de cuentas. Al menos en teoría, en una República los individuos estamos igualados por nuestros derechos y obligaciones. Así que un taxista, un físico nuclear o un ganador del Oscar tienen pleno derecho de cuestionar las decisiones y propuestas del gobierno.

La oposición a la reforma energética ha destacado por un vacío de propuestas alternativas. Para algunos adversarios de la iniciativa, el insulto de “vendepatrias” aparece como la única respuesta disponible ante la ausencia de ideas propias. Por su parte, el PRD ha objetado más el procedimiento que la substancia. El Partido del Sol Azteca pide un referéndum popular como mecanismo para refrendar la reforma constitucional, pero no presenta soluciones claras a tres problemas concretos: 1) la producción de Pemex es 25% menor que hace 10 años; 2) tenemos importantes reservas de gas en el subsuelo, pero sufrimos riesgos de escasez a nivel de la superficie y, 3) no tenemos suficiente dinero público para resolver los problemas 1 y 2. Ante la necesidad de dotar de racionalidad económica al sector energético es necesario impulsar un cambio profundo.

La reforma energética se parece a la caída del muro de Berlín. Nuestras industrias de petróleo, gas y electricidad han estado aisladas del mundo y gobernadas por ideas que no aguantaron el paso del tiempo. El derrumbe del muro alemán permitió la ampliación de las libertades de millones de personas en Europa del Este, pero también fue el caldo de cultivo de la mafia rusa, la guerra de Chechenia y las ambiciones imperiales del señor Putin. Los grandes cambios pueden traer transformaciones muy positivas, pero también consecuencias imprevistas. Este déficit de imaginación sobre los riesgos que conlleva el porvenir se puede aminorar por medio de una discusión pública sustentada en argumentos y evidencias.

Lo que no hizo López Obrador y lo que no preguntó Cuauhtémoc Cárdenas, lo puso sobre la mesa un mexicano que usa imágenes para contar historias. El afortunado y oportuno cuestionario de Alfonso Cuarón es la lista más completa de desafíos que tenemos enfrente para lograr que la reforma energética materialice su enorme potencial de grandeza. En medio de un debate bipolar entre el Sí y el No se dejó en el margen la discusión de los detalles. La fuerza de las preguntas de Cuarón no radica en que el señor es un personaje famoso, sino un tipo inteligente. El reflector y la neurona formaron una mezcla poderosa para detonar las respuestas del presidente Peña y hacer el trabajo que vocacionalmente le correspondería a los partidos de oposición.

Ricardo Raphael ha publicado una serie de provocadores artículos sobre los llamados mirreyes (El Universal, 21-IV y 29-IV). La premisa de los textos de Raphael es que una parte medular de los problemas de México es la calidad de sus élites. La épica visual de Gravedad convirtió a Cuarón en una de las 100 personas más influyentes del sistema solar, de acuerdo a los editores del Time. El desplegado de Cuarón es un matiz o un signo de interrogación sobre la hipótesis de una elite indiferente a nuestros asuntos públicos.

Nuestro país no va a cambiar con la llegada de un Tlatoani salvador o un presidente reformador. El futuro será muy distinto cuando los mexicanos de todas las regiones y los distintos deciles de ingreso nos asumamos como corresponsables de nuestra casa común. Con ciudadanos exigentes y autoridades que tengan obligación de dar respuestas, la esperanza en México tiene motivos y fundamentos. Hace un siglo, el antónimo de ciudadano era súbdito. Hoy la palabra opuesta a ciudadanía es indiferencia.

@jepardinas

Publicado en Reforma