Se nos ha querido convencer de odiar todo aquello que hizo daño en el pasado
Sigmund Freud decía que el odio es un sentimiento “profundo y duradero, intensa expresión de animosidad, ira y hostilidad hacia una persona, grupo u objeto”. Llegamos al 2 de junio con millones de personas que interiorizaron la idea del adversario. ¿Cuántos hoy con el afán de describirse a sí mismos, requieren de un enemigo para entenderse?
Está por concluir el primer gobierno autodenominado de “izquierda” y con su despedida se han hecho más visibles los estereotipos de pertenencia. Desde ambas partes, en la defensa de los proyectos, se ha lastimado el tejido social que nos permitía mirar una ruta convergente. Es ahí donde está parado el país, en el odio que ve en el otro a un enemigo al que hay que temerle y derrocarle.
Se hizo viral el uso del clasismo, del racismo, la gordofobia, se ha pisoteado el laicismo, se ha denostado al contrincante por su origen, por sus ideas, por su filiación, por sus alianzas. Imposible no ver la caricaturización de las identidades a partir de ideologías políticas que no son más que sofismas. En estos últimos años, y sobre todo en esta campaña, hemos visto cómo los políticos capitalizan la necesidad identitaria de diversos grupos de la sociedad, vendiendo una pertenencia que es tan intolerante a lo que suena distinto como complaciente a lo que debería ser inaceptable. La apuesta por la división reditúa en las urnas y es manejable en el mediano plazo, pero incontrolable una vez que hay que enfrentar la, afortunadamente implacable, pluralidad.
Se nos ha querido convencer de odiar todo aquello que hizo daño en el pasado sin ninguna posibilidad para navegar en las circunstancias actuales, aunque no haya suficientes referentes de que se quedó atrás el desasosiego de la violencia ni la insultante desigualdad.
“Los miedos van a dominar durante tanto tiempo que va a ser difícil hablar de paz”. Son palabras del escritor israelí David Grossman –un referente del pensamiento judío y los derechos humanos– en una entrevista publicada por la edición española de El País en Mevaseret Zion. A pesar de que las palabras de Grossman están contextualizadas en el conflicto de Medio Oriente, no están alejadas de la realidad mexicana que marcará la elección del próximo domingo: el miedo. Gran parte de la sociedad está instalada en la profunda desconfianza por todo aquello que represente contraste, diferencia, alejado de su asimilada identidad.
¿Quién es el otro, la otra? El filósofo lituano Emmanuel Levinas enseñó cómo puede reconocerse en el rostro ajeno aquella verdad que buscamos desde nuestra individualidad y racionalidad. Los políticos solo ven en el otro un punto de reconciliación cuando se unen a su causa o a su negocio: si estás con los que odio, también te odio a ti, si vienes a mí, te cubro con halo de moralidad e impunidad.
Estamos muy distraídas en alimentar este odio sostenido en las falacias de la superioridad. Tenemos una deuda con resarcir el tejido social. Para eso hay que sacudirnos las hipocresías. Desafortunadamente son cada vez menos las y los que identifican al enemigo en la corrupción que mata, la violación a la ley, la violencia más desgarradora y su blindaje desde la autoridad.
Concluye la elección más violenta, la que más vidas ha cobrado, la que mas divisiones ha generado. No permitamos que el odio nos siga arrebatando el valor de ser una sociedad diversa, respetuosa de la multiculturalidad y sobretodo merecedora de libertades y de paz.
Fuente: El Universal