No hubo error de Cárdenas. Por el contrario, fue un gran acierto político para consolidar la hegemonía de la coalición de poder. La democracia electoral no estaba entre los objetivos de entonces.

La construcción mitológica del obradorismo se basa en la idea simplificada de la historia mexicana que tiene el caudillo, estructurada por el ideólogo del Gobierno, Jesús Ramírez, en torno a la pretensión de que están fundando un nuevo régimen político. Entre sus mitos fundacionales difunden el tópico de cierto paralelismo entre el actual Presidente y el general Cárdenas, como si el primero tuviera la misión de concluir lo que el segundo dejó pendiente.

No voy a dedicarle mucha atención al despropósito histórico de equiparar a Cárdenas con López Obrador, ni siquiera con el lugar común de la tragedia y la comedia –que algunos citan como si se tratara de una frase científica de Marx y no una gracejada retórica para introducir su mejor panfleto, tal vez su obra maestra como periodista, el 18 brumario­– porque ya hubo otro delirante previo que pretendió ser Cárdenas redivivo y mereció la comparación sardónica: Luis Echeverría.

En un artículo de hace unos días en Crónica, Ricardo Becerra hace un contraste atinado y sintético del abismo entre el fundador del Estado corporativo y López Obrador. El estadista Cárdenas frente a frente el profeta desnortado. Poco habría que añadir al catálogo diferenciador.

Me interesa, en cambio, recordar cómo fue en realidad el proceso sucesorio de 1940, para confrontar lo ocurrido con la simpleza de que Cárdenas pudo haber decidido la sucesión a favor de Múgica, pero cometió el error de optar por Ávila Camacho, lo que convirtió a la mexicana en una “revolución interrumpida”, como la llamó aquel libro simpático pero muy inexacto sobre el que es considerado, desde cierta historiografía marxista, el momento presoviético de nuestra historia.

La sucesión presidencial de 1939–1940 es uno de los hitos cruciales de la historia mexicana y es la piedra fundacional del autoritarismo basado en el control electoral. Es una solución pragmática para reducir al militarismo caudillista y depredador, mal endémico de la política mexicana desde el final de la guerra civil.

Según el mito, en algún momento el Presidente Cárdenas consideró al general Francisco J. Múgica como su sucesor, para continuar con una agenda de reformas radicales que eventualmente llevaría a la toma total del control de la economía y la abolición justiciera de la propiedad privada. En realidad, hay suficiente evidencia, tanto en los apuntes de Cárdenas como en el análisis de la prensa de entonces, para saber que nunca lo consideró su sucesor. Lo quería mucho, lo llamaba su mentor, pero sabía perfectamente bien que Múgica era conflictivo y rijosos, un puritano laico que no podría conducir un Gobierno con tino.

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Múgica no era bien visto por el estamento militar, crucial en la definición de la candidatura presidencial en ese momento. Había sido suspendido del Ejército por su supuesta cercanía con la rebelión delahuertista y ninguno de los generales relevantes lo aceptaba. Vicente Lombardo Toledano, líder de la CTM y figura central de la coalición política, no lo toleraba y se oponía abiertamente a su candidatura, sobre todo por el papel que había jugado Múgica en la concesión de asilo a Trotski, tema al que Lombardo, agente de estalinismo en México, se oponía.

Múgica, en cambio, sí pensó que podía ser candidato y se promovió, con la simpatía del Partido Comunista, a pesar de affaire Trotski. Renunció y comenzó su precampaña, hasta la decisión de Cárdenas, la cual aceptó con rencorosa disciplina.

La candidatura de Manuel Ávila Camacho se abrió paso como la mejor solución para evitar un desastre electoral o una nueva rebelión. Los flancos abiertos eran muchos y era indispensable contentar a la mayoría de los generales para no dar pretexto a un soporte militar amplio a la candidatura de Juan Andreu Almazán, que concitaba apoyos importantes entre la oficialidad del Ejército, los empresarios y la iglesia.

El mito del error de Cárdenas supone que éste tenía un proyecto todavía más ambicioso o que, fuera de Múgica o el minoritario Partido Comunista, alguien quería conducir la revolución más allá de las reformas de aquel sexenio, momento crucial del cambio de poder y propiedad en nombre de una idea que definió al siglo XX mexicano. Lombardo hablaba retóricamente del camino al socialismo, pero lo veía como un proceso gradual que se daría de manera natural por el desarrollo teleológico de la historia, lo que le permitió abrazar con entusiasmo la candidatura de Ávila Camacho, su paisano de Teziutlán, con quien tenía una buena relación, a pesar de la abierta enemistad que sostenía con su hermano Maximino, cacique de Puebla.

Así, Ávila Camacho era el candidato viable, la manera de frenar la polarización y cerrarle el paso a la coalición opositora, que representaba una clara agenda de reversión de la distribución de propiedad y de captura estatal de los recursos cruciales. Era el que permitiría consolidar la idea de Estado de Cárdenas, cosa que sin duda logró, pues el régimen del PRI, en su forma más estable, se sostuvo gracias a la renta petrolera, al control corporativo y clientelista de las organizaciones de masas y a la manipulación centralizada de los resultados electorales.

A pesar del tino en la selección del candidato, en 1940 sí surgió una coalición contrahegemónica con arrastre electoral en torno al general Andreu Almazán. Finalmente, el mito del PRI como expresión democrática de las fuerzas populares se construyó sobre la base de un gran fraude electoral. Es imposible saber a ciencia cierta cuántos votos tuvo realmente Almazán, pero en las ciudades más importantes es muy probable que ganase, aunque en un país mayoritariamente rural, después de la gran distribución agrícola, el voto de las clientelas y las corporaciones le diera mayoría nacional a Ávila Camacho.

El hecho es que Cárdenas veía Ávila Camacho una garantía contra la rebelión militar masiva y sabía que el posible levantamiento de Almazán no contaría con el apoyo de los Estados Unidos. Para restarle toda legitimidad, solo se le reconoció al PRUN la mayoría en un distrito electoral de Ciudad de México. Claro, previo pacto con el candidato, que se incorporó a la bancada única en cuanto se sentó en el escaño.

No hubo error de Cárdenas. Por el contrario, fue un gran acierto político para consolidar la hegemonía de la coalición de poder. La democracia electoral no estaba entre los objetivos de entonces. Bastaba con tener una capacidad de movilización de clientelas para presentar una fachada de apoyo mayoritario.

Por eso me parece ominoso que López Obrador hable del error de Cárdenas. En su discurso suena convencido de que lo suyo será fundar una nueva hegemonía más allá de los votos contantes y sonantes, pero ahora sí con un mero agente de su voluntad transformadora inconclusa, remedo de reelección embozada.

Fuente: Sinembargo