Si el Presidente tuviera alguna prueba de lo que sostuvo públicamente debería denunciar
No digo nada nuevo: las conferencias de prensa matutinas del presidente de la República son un espacio de linchamiento público y de imposición de la narrativa que, desde el poder, se quiere vender como información.
El modelo está claramente definido desde hace tiempo y se sigue puntualmente. Primero: alguno de los pseudoperiodistas (todos blogueros o titulares de medios digitales inexistentes o intrascendentes hasta antes de que el gobierno actual los encumbrara) hace alguna pregunta a modo pidiéndole al presidente su opinión sobre el tema o el “villano” del día al que hay que machacar desde el púlpito presidencial (una de esas “bolas lentas” que le gustan al titular del Ejecutivo para “macanear” a gusto). Segundo: eso le permite a López Obrador explayarse para definirle a su red de comunicación/linchamiento cuál es la instrucción presidencial y el sentido y contenidos con los que deberá alimentarse la narrativa oficial o el ataque a su enemigo del momento. Tercero: un conjunto de “influencers” o de notorios opinadores que actúan como nodos multiplicadores del discurso presidencial replican la instrucción (en sus cuentas de redes sociales o en los medios convencionales en los que han sido estratégicamente insertados como comentaristas-propagandistas). Cuarto: lo anterior es el banderazo de salida para que las legiones de seguidores reales o ficticios (cada vez que escribo un artículo o hago un comentario en mis redes, me doy cuenta que los más groseros y furibundos replicantes, que crecen día con día, son cuentas con un puñado de seguidores, es decir, claramente cuentas falsas) reproduzcan sin ton ni son el discurso que les han dictado o bien desaten el linchamiento mediático del hereje en turno y enciendan sus antorchas para quemarlo en las piras de sus redes sociales.
Se trata de un fenómeno, ya muy poco original, que fue evidenciado desde hace tiempo por quienes estudian el comportamiento comunicacional del actual gobierno y que sigue replicándose puntualmente al grado de volverse predecible.
La única novedad, si acaso, es que, además de quienes somos o hemos sido los clientes recurrentes de los ataques y descalificaciones presidenciales y de sus hordas, ocasionalmente se suman nuevos destinatarios del odio gubernamental.
Ahora le tocó el turno a una consejera electoral del INE que ha demostrado siempre seriedad, templanza, conocimiento, estricto apego a la legalidad y compromiso institucional en su trabajo, Claudia Zavala, que fue acusada por el presidente de ser quien ordenó la manipulación de sus expresiones en el procedimiento especial sancionador en el que se le ordenó suspender sus ataques en contra de la aspirante presidencial de la oposición por incurrir en violencia política de género.
Según el Presidente, el responsable de la transcripción inexacta de sus dichos, el director de la Unidad Técnica de lo Contencioso Electoral, es sólo alguien que “pagó los platos rotos”, pues “él no [lo] hubiese hecho si no se lo ordenan desde arriba. Yo creo que fue la consejera [Zavala]” (según una nota de EL UNIVERSAL, 31-X-2023).
Si en México hubiera algún atisbo de vigencia del estado de derecho y el Presidente tuviera alguna prueba de lo que sostuvo públicamente debería denunciar los hechos, si no, callarse. Pero lo que aquí se vive es puro y duro abuso del poder.
El Presidente sabe que quien tomó la decisión de sancionarlo fue una Comisión compuesta por tres integrantes y no una sola consejera; sabe también que hay una investigación en curso para aclarar la equivocada transcripción de sus dichos (pedida, entre otras por la misma consejera Zavala); sabe que al responsable directo de ese error se le ha suspendido provisionalmente; y sabe también que él mismo es un violador sistemático y contumaz del orden jurídico en materia electoral, particularmente de las prohibiciones constitucionales a las que está sujeto como servidor público. Pero a él eso no le importa, sino que su propósito es acosar a quien no se pliega a sus designios y voluntad, amedrentar con toda la potencia del Poder Ejecutivo, desprestigiar a las personas para tratar así de descalificar el trabajo de las instituciones (particularmente las de control del poder, como el INE).
Afortunadamente la consejera Zavala y muchos de sus compañeros y compañeras saben aguantar y ser resilientes al acoso desde el poder. Mi solidaridad y reconocimiento con ellos.
Fuente: El Universal