En medio de la desolación social que prima en América Latina, en México, la dinámica social que pretende instaurar el actual gobierno desde la centralización del poder político, invita a repensar la realidad para tratar de comprender el quiebre del Estado, desde un optimismo irrisorio a un escepticismo patético.

El presidente López Obrador presume que se fragua una conspiración contra su gobierno. Sorprendió advirtiendo a los conservadores y sus halcones, que México no es tierra fértil para el genocidio, que una mayoría ciudadana no permitiría un golpe de Estado como el que derrocó y asesino a Francisco I. Madero. Destacó los ataques de la prensa fifí en este hecho e ignoró a los verdaderos responsables: la Embajada Americana, los intereses creados y el Ejército.

Pero por qué siente que se agrede a su gobierno, si a pesar de la obsecuencia gubernamental, que hoy cimbra la conciencia de miles de ciudadanos que no admiten la retórica de los datos paralelos del presidente López Obrador, y mucho menos, sus proyecciones económicas halagüeñas frente al nulo crecimiento, la falta de oportunidades sociales y la creciente inseguridad; lo cierto es que el agua no ha llegado al río.

Por ningún lado se perciben señales de un golpe de Estado. Lo que sí es evidente es que el presidente López Obrador ha declarado una guerra contra los medios de comunicación recordarles la frase: “Le muerden la mano a quien les quitó el bozal”, de Gustavo Madero, dando un puñetazo dictatorial a la libertad de expresión, a la opinión pública y a la democracia.

Ha tomado el poder de manera absoluta, sin equilibrios ni contrapesos, como se demuestra en cada nombramiento que se hace desde las cámaras. Es el constituyente único, pone y quita las disposiciones legales y personalidades que quiere; limita la libertad democrática al privar a los actores políticos del ejercicio horizontal del quehacer público en menoscabo del nivel jurídico del Estado Democrático de Derecho; conductas violentas que ofenden y amenazan al pueblo con retrotraer la historia hacia la instauración del autoritarismo político.

El deterioro de principios y libertades básicas, la ausencia de un modelo económico, la tendencia al asistencialismo populista, el debilitamiento de la libertad de prensa, la inseguridad pública; mantienen un déficit en la toma de decisiones, que implica la verticalidad y omnipotencia del Poder Ejecutivo y el enclaustramiento de los espacios de debate político por un Poder Legislativo mayoritario.

La responsabilidad de un gobernante no es sólo agradecer a sus votantes. Su obligación es no chocar, agredir, descalificar, enjuiciar, ni condenar. Asimismo, debe evitar la polarización, el divisionismo y la confrontación; debe promover la unidad y la igualdad, lograr un México justo, con armonía social, que en un sentido amplio implica procurar justicia y equidad.

Lapidario resulta la creciente inseguridad pública, advierte un punto de quiebre por los hechos ocurridos recientemente, en Culiacán, Guerrero, Michoacán y ahora en Sonora, y marcan un antes y un después en la lógica de combate a la delincuencia organizada, ante una inoperancia e impericia inédita del Estado, que alerta sobre la debilidad institucional del Estado Mexicano.

El auto/golpe que se ha infringido el presidente López Obrador, viola no solo los derechos políticos sino también los humanos; fractura la institucionalidad y aleja las condiciones para una convivencia social armónica y un fortalecido asociativismo ciudadano. Las estructuras públicas, mantiene postrada, amordazada y frustrada a la sociedad y no actúan como conductores sociales por su ambigüedad; y el asalto a la razón informativa y comunicacional, incomoda al presidente López Obrador, que no admite interpelación cuando desde el púlpito dicta el destino de la Nación.

En este escenario confuso, el pandemonio que implica la ausencia de un verdadero programa de gobierno, ha hecho estragos en la confianza ciudadana. El sincretismo de la irresponsabilidad populista y la verticalidad del control político, deparan la crónica de una tragedia anunciada, donde la sociedad civil padece las consecuencias de un gobierno al garete, sin planeación democrática, carente de inteligencia institucional y, por si fuera poco, antidemocrático.

Nos encontramos en la vía de un auto/golpe, que perfilado desde el terrorismo de Estado, ha creado monstruos sociales como la “mafia del poder, prensa fifí, los conservadores, los derechairos, los lastres del pasado”, narrativas necesarias para justificar lo injustificable de la involución política que hoy nos agobia, sin que hasta ahora exista una clara conciencia de la realidad política que vive el país.

Sin aceptar que no hay transformación política, ni económica y mucho menos social, la victimización gubernamental culpa al pasado de los estragos sociales y con una retórica mentirosa, crea condiciones para que el dogmatismo y el pragmatismo planteen el bienestar ciudadano desde un optimismo sórdido, que ya amenaza desde su neurosis política, con la prevalencia del autoritarismo como premisa de conducción gubernamental.

La democracia sucumbe ante el pragmatismo y el dogmatismo público. Hemos vuelto a la época del Rey Sol, “el Estado soy yo”, decía Luis XIV, quien creía que se podía gobernar al margen de la voluntad del pueblo, sin aceptar que la responsabilidad de un gobernante es garantizar el equilibrio del poder, no la verticalidad que impide la capilaridad social y las oportunidades sociales.

El “modelo político-emocional” que se impulsa con un exitoso discurso de ilusionismo populista, incentiva la creación de un imaginario que desvirtúa la realidad; siembra el marasmo de la conciencia y la razón; y crea una quimera cuya esperanza se ha diluido en el primer año de gobierno.

Esta terrible realidad social, al no ser escudriñada con agudeza mental, denota el grado de despolitización que ha creado la magia populista, sin que nadie advierta que lo que está en entredicho es el porvenir de la Nación, que debería trazarse con políticas públicas alejadas del asistencialismo de Estado y acordes con la realidad social.

La conciencia ideológica de la ciudadanía debe gestar la crítica social, entender que el país se construye con esfuerzo, tenacidad e inteligencia institucional; pero cuando esto se sustituye por el pragmatismo y el dogmatismo, se transita como en Culiacán y en Sonora, de la ingenuidad a la irresponsabilidad, del ridículo a la indignación. Cuidado, el riesgo de la tragedia social toca la puerta.

Agenda

  • En medio del escándalo por el robo de dos votos, con los que no se alcanzaría la mayoría calificada, el Senado eligió a Rosario Piedra Ibarra como Presidenta de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
  • La Junta de Gobierno de la UNAM anunció la reelección del Dr. Enrique Luis Graue Wiechers, como Rector de nuestra máxima casa de estudios.

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