El sábado pasado 16 mil personas recorrieron la avenida Reforma portando una bandera con los colores del arcoíris. La ciudad de México autorizó para que, en el lugar de la cita, la estatua del Ángel de la Independencia fuese iluminada con los tonos de la diversidad sexual.

La marcha número 37 del Orgullo Lésbico, Gay, Bisexual, Transgénero, Transexual, Travesti e Intersexual LGBTTTI estuvo marcada por el festejo que implicó la resolución de la Suprema Corte estadounidense a favor de los matrimonios homosexuales. Permitió por igual presumir que en México esa decisión sucedió antes.

El lema fue “Nuestra ciudad, orgullosa de sus identidades diversas”. Y es que la ciudad de México es la más tolerante del país, al menos en lo que toca a la identidad sexual.

Aquí se ha logrado mucho en términos de igualdad jurídica.

No obstante, nuestra estructura de oportunidades sigue siendo asimétrica y muy injusta. El Ángel Arcoíris es apenas punto de partida de una larga jornada de reformas a las morales pública y privada.

En México la homosexualidad es todavía peligrosa cuando se está ante un policía o un ministerio público, en la cárcel y las poblaciones rurales, ante los ojos de sacerdotes y pastores, en el interior del salón de clases, en un barrio pobre o una colonia ubicada en los márgenes.

En la mente del padre empresario no cabe que el esfuerzo de toda una vida sea herencia para un hijo homosexual. Si el vástago con preferencias “raras” quiere beneficiarse del patrimonio familiar debe simular; ha de casarse con mujer y esconder a sus amigos “afeminados”.

Hay quienes se ocultan porque quieren ahorrar tristeza innecesaria a sus viejos; en revancha, lesbianas y homosexuales cargan con los dolores de una naturaleza que habría de ser tan gozosa como cualquier otra.

Nadie cuestiona hoy en México que un gay se dedique a la peluquería, el maquillaje o la manicura. Se acepta que sean mejores para lo estético y por eso tampoco incomoda que sean artistas, pintores, actores, escenógrafos o bailarines de ballet.

Sin embargo, se conciben como inadecuadas para el homosexual otras profesiones vinculadas al rudo mundo de los negocios o a la liza escarpada de la política.

Por ello se justifica que en la organización social haya puestos reservados en exclusiva para los heteros. El cargo de elección popular es buen ejemplo. Sólo se ocupa por quien hizo carrera política a partir de su identidad sexual, como representante de la comunidad LGBTTTI. Pero están obligados a ocultarse quienes decidieron participar en la política sin mezclar sexualidad y profesión.

Hoy la alcaldesa de Houston es una mujer lesbiana. El de París es también abiertamente homosexual. En aquellas ciudades la preferencia sexual no juega como elemento principal del quehacer político.

En contraste, son todavía muchos quienes afirman en México que un político “puto” no podría ser un buen político.

Argumento similar corre en los despachos jurídicos. Para ganar casos en tribunales hay que ser más macho que Jorge Negrete y más rudo que Terminator. El de abogado es un oficio donde no caben “maricones”.

En revancha se descalifica a la mujer lesbiana porque puede ser demasiado masculina. Desequilibra la balanza que, en el imaginario del universo legal, gobierna la mentalidad de los jueces.

Variaciones de este razonamiento se repiten en algunas empresas que evitan arriesgar su imagen corporativa identificándola con los colores lúdicos de la diversidad sexual. Para muchos directivos homosexualidad y sobriedad no se llevan bien. Con tal pretexto es que los cargos mejor pagados se reservan, como privilegio, para unos cuantos.

ZOOM: Ahora que están de moda, qué bien le caería a México contar con una candidatura presidencial independiente de los autoritarios y excluyentes prejuicios sexuales. Un Ángel de la Independencia multicolor.

Fuente: El Universal