Para hacerme entender, comenzaré con una anécdota sencilla y crudamente real: un conductor joven que se gana la vida -uber mediante- pagaba una renta de 4 mil 500 pesos mensuales durante la pandemia. No pudo sostener el tren y regresó a casa materna (el pobre). Cuando la situación económica se recuperaba, volvió con su casera quien, sin pena alguna, le anunció la nueva renta: 7 mil del águila, un aumento de 65 por ciento por el mismo inmueble. Los ingresos del trabajador uberizado también subieron pero nunca a ese nivel.

Si ustedes consumen en restaurantes con alguna frecuencia verán que después de la pandemia, en un acomodo inusual de precios, el menú se ha vuelto mucho más elevado que la línea de inflación promedio: 30 o 40 por ciento. Y así, prácticamente en cualquier mercado: ha ocurrido un desalineamiento de precios que no expresa alguna refinada ecuación de algún economista, sino que sucede mediante millones de decisiones individuales de quienes poseen el poder monopsónico para determinar los precios.

Así pues ¿Quiénes en el ajuste pospandémico, están contribuyendo más a la inflación? Los propietarios, empresarios y rentistas, más, mientras más grandes y más monopolistas.

Ahora veamos las cosas desde otro ánguilo: el desorden pandémico puede entenderse como un coma autoinducido, una paralización deliberada de gran parte de la actividad económica. Muchos gobiernos (sobre todo los Estados Unidos de Biden) respondieron con gigantescos programas de ayuda a los trabajadores despedidos y a las empresas apuradas, lo que mantuvo e incluso aumentó, la capacidad para comprar bienes y servicios. Pero, y este es el quid, esa fortaleza del lado de la demanda ocurría en una coyuntura en la que la capacidad para suministrar bienes se había alterado y disminuido por el confinamiento obligado por la misma pandemia. Poder de compra vigoroso pero capacidad de oferta trastornado. Resultado: inflación que, en parte, importamos en México.

Luego vino la invasión a Ucrania como nuevo desorden global y en ese río revuelto, los que toman decisiones económicas se apresuraron y se volvieron a acomodar para retomar sus niveles de ganancia (y si se puede, más). ¿Resultado? Que la inflación actual, en México se explica sobre todo por el acomodo de las ganancias (79 por ciento) y no por los aumentos salariales que en buena hora, y después de 35 años, por fin hemos presenciado.

Este cálculo acaba de ser publicado por la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos (CONASAMI) en un documento muy notable (https://tinyurl.com/2dhtbt5v) que tropicaliza entre nosotros, una metodología del Banco Central Europeo. La conclusión es que no hay tal espiral entre salarios y precios, sino más bien una espiral de incremento de las ganancias que repercute fuertemente en los precios, ganancias que crecen demasiado aprisa y que provocan inflación.

Convengamos: no se trata de sustituir un dogma por otro nuevo. Hay inflaciones de distinta raíz: provocadas por mala gestión, por desorden monetario, por shocks de oferta, por exceso de demanda pero también por pujas oligopólicas que buscan recuperar las ganancias pérdidas, tan rápido y tan alto como sea posible. En esas estamos.

Antes de culpar a nuestros pequeños salarios por la inflación alta y persistente, hay que ver otros factores mucho más determinantes (como la inseguridad y los “segundos impuestos” o cobros de piso, por ejemplo) para comprender y domeñar al fenómeno.

Cualquier recuento honesto de la inflación actual debe partir de ese descargo intelectual: pandemia, nunca habíamos pasado por algo así, por eso no estamos seguros de cómo se desarrollarán las cosas. No obstante, la nueva evidencia y las nuevas herramientas metodológicas, como la ofrecida por CONASAMI, en este contexto, son una aportación sustanciosa. Estaba haciendo falta.

Fuente: Crónica