Quienes de alguna manera participamos en el ámbito de la comunicación y llegamos a involucrarnos en el tema del Derecho de Acceso a la Información Pública (DAIP), de repente no entendemos por qué las personas promedio no entienden algo tan vital para considerarnos ciudadanos, como mayores de edad.

En nuestra burbuja despreciamos a quienes ignoran cuestiones elementales, por ejemplo en materia de salud, individual y pública.

Sin más, es lacerante y lastimoso escuchar a un médico de profesión o a un gobernador considerarlos unos pendejos, idiotas o demás linduras léxicas por el estilo.  Un pendejo, dice la primera de las definiciones que a esta palabra da el diccionario de la Real Academia Española de la lengua, es un tonto, un estúpido.

Y sin mucha demora, pasan de esa idea simplista de que hay personas que son pendejas porque no entienden que deben quedarse en su casa para evitar los contagios del COVID-19, a pensar en medidas coercitivas para lograr lo que no logran por convencimiento.

Para ese médico, para ese gobernador, para ese periodista, no es que la gente por cuestiones socioeconómicas ignoré la gravedad de la pandemia; como si de nacimiento, piensan y dicen, sean estúpidos, como animales quizá, burros por ejemplo. Por lo tanto hay que golpearlos.  Hay que sacar a la fuerza pública para que los arree.  Los encorrale aunque no les importe luego llevarles su alimento para que sobrevivan.

Sin ninguna intención de reflexionar a fondo, en aspectos como la educación o la cultura de la ciudadanía que los eligió  como gobernantes, disfrazan de falsa preocupación su personalidad autoritaria, como la describió Adorno desde la Escuela de Frankfurt, y luego de llamarlos pendejos, los tratan de esa manera.

Pero el pueblo no es pendejo siempre.  Llega a darse cuenta que los verdaderos pendejos son los que creen que ellos son pendejos.  Toman conciencia, no saben bien a bien de donde la toman, pero durante unos minutos en un centro de votación les regresan el epíteto a quien se los lanzó cobardemente desde el poder.

Pero ese médico, más que el gobernador, tiene cierta razón al calificar a muchos, sobre todo los jóvenes, de idiotas.  Aunque en sentido no son realmente idiotas, o sea tontos, sino imbéciles.

Porque sí, hay que recordar que “imbécil”, nos dice Fernando Savater en su Ética para Amador, es alguien carente de conciencia. 

“Y aparece Pepito Grillo”, se llama el épico capítulo en el que el filósofo español nos referencia cómo pese a que Pepito siempre andaba detrás de Pinocho, diciéndole lo que no debería hacer, a éste no le importaba y hacía lo contrario pese a que estuvo en peligro de quedar convertido para siempre en burro o que su padre, Geppeto, haya sido devorado por un tiburón, en cuyo estomago lo encuentra y le pregunta si no está enfadado con él. 

Pienso que Carlo Collodi, sintetiza la enseñanza de su historia en la respuesta de Geppeto.  La trascribo para luego concluir esta reflexión. “Al principio lo estaba, y mucho. ¡Tanto que incluso me arrepentí de haberte creado!  Luego se me fue pasando porque comprendí que había sido muy soberbio al querer que te comportases siempre tal y como yo lo deseaba.  Porque casi todos los padres del mundo, Pinocho, deseamos que nuestros hijos sean como nosotros queremos.”

Nuestros jóvenes, principalmente los mayores de 18 años, que en esta contingencia, se resisten a obedecer y trasgreden la sugerencia de quedarse en casa, no son pendejos, ni idiotas; son imbéciles.  No asumen su responsabilidad de mayores de edad.  Ponen de pretexto que sus padres tampoco lo hacen y que los gobernantes tampoco.

El paternalismo gubernamental insiste en verlos como menores de edad y muchos de ellos se escudan en eso para no asumir éticamente su responsabilidad social.  No tienen conciencia social.  No reconocen que pertenecen y se deben a una sociedad.

No comprenden que esta sociedad mexicana, en estos días, vive los momentos más críticos, los de mayor contagio del nuevo coronavirus, y que la afectación no es individual sino colectiva.  En su inconsciente, estos jóvenes que se hacen, no son, pendejos, asumen grandes verdades de otras pandemias.  Se enfermaran muchos árboles, otros muchos morirán, pero el bosque humano no desaparecerá.

Y habrá muchos daños colaterales.  Los guardabosques tendrán que hacer su trabajo y quizá reforestar.

Fuente: CONTRAOPACIDAD

Por: Claudio Cirio R.