Considero serios, intelectualmente hablando, a quienes han promovido, sobre todo desde esa entelequia amorfa que llaman sociedad civil, el llamado Sistema Nacional Anticorrupción (SNA).  Respeto su trabajo, pero no coincido con su visión de que vía leyes e instituciones burocráticas se resolverá el flagelo de la corrupción en México.  La verdadera solución es generacional y poco se hace con los niños al respecto.

Claro, pero quien soy yo, un simple académico y opinador frente a los expertos a los que aludo, y que influyen en los políticos de profesión de los diversos partidos, codeándose en el regocijo de que se avanza, ante sus ojos de eruditos, aunque la gente de a pie no lo perciba.

No importa, me siento obligado a no ser parte de ese equipo de nado sincronizado (le robo la expresión a Darío Ramírez) y revolotear las aguas de la piscina en que se aplaude la promulgación del primer paquete de siete leyes del SNA.   Alguien lo tiene que hacer.

Pero no me quiero referir a la promulgación o al evento en sí, sino a la indignación que ha causado en muchos, el cinismo, o descaro como lo ha calificado mi amigo Ricardo Cano (filósofo él), manifestado por Enrique Peña Nieto al realizar tal acto solemne.

Creyendo sus asesores que todos somos aficionados a los teledramas de Televisa, en los cuales la esposa de Peña ha sido relumbrante estrella, le han recomendado y escrito (y seguro ensayado) que pida perdón por el “error” de la Casa Blanca y duchos han decidido (¿por eso habrían pospuesto el evento?) que mejor evento no podía haber que precisamente el arranque del SNA.

Hemos observado los videos en los que, cual mal actor que resulta, digamos del estilo televiso, de memoria, es decir sin telepronter, en unas cuantas palabras ha aceptado que corrompió la investidura presidencial.

Desde luego no lo ha dicho así.  Pero para quienes acostumbramos leer entre líneas, no nos queda ninguna duda que lo que él llama “error” en realidad es el más vil, por visible, acto de corrupción del actual sexenio.  El simple hecho de que aluda el “caso de la Casa Blanca” y considere que por eso debe extender disculpas al pueblo de México, nos pone ante dos lecturas, una la de los que olvidando que el que está hablando es un funcionario público, creen que están viendo un acto de humildad; y dos, la de los que vemos la burla de una persona sin la menor honradez en su más amplio significado.

Porque cuando hablamos de una persona corrupta, de lo que le acusamos es de falta de honradez, es de decir de alguien en el que no hay integridad en el actuar.

Por lo que había que recordar algo elemental sobre el caso, la llamada Casa Blanca se conoció públicamente gracias a un trabajo de investigación periodística seria encabezado por Carmen Aristegui.  Se demostró que la adquisición de esa propiedad con un valor de 86 millones de pesos, por parte de Peña y consorte, resultaba algo más cercano a un pago de favores por parte de un empresario, beneficiado por la concesión de obras por el propio gobierno federal actual y por el gobierno del Estado de México cuando Peña era el gobernador.

A la luz del sentido común eso es un caso de corrupción no sólo escandaloso sino aberrante.  Lastimosamente ese elemental sentido común no lo tienen los “expertos” que al codearse con los políticos de profesión en la misma mesa del presídium del pomposo acto, aplauden condescendiendo a la solicitud de perdón del corrupto, traicionando las más de 600 mil firmas de ciudadanos recabadas para presentar la iniciativa de la llama ley 3 de 3 (que finalmente quedo dos que tres).

Veremos que el vitoreado SNA poco hará en un plazo inmediato para mermar la corrupción.  No iremos enterando en un mediano plazo (dos años digamos) que como comúnmente se dice, nos saldrá más caro ese “sistema” que las albóndigas.  Y aceptaremos en un plazo mayor (¿para después de las elecciones presidenciales del 2018?) que, como lo han dicho juristas serios como Ernesto Villanueva, que no se precisa de tantas leyes para un problema de perfiles más sociológicos y hasta psicológicos.

No, no tenemos bola mágica o instrumento parecido sino más bien conocemos los antecedentes de la corrupción mexicana. Principalmente el priismo como cultura de la trampa construido durante más de setenta años de Priato, fundado en cuadros políticos con personalidad autoritaria.  Priismo diseminado en todos los partidos políticos (con distintos niveles de intensidad), en los órganos autónomos del Estado y como lo hemos visto ahora incluso en la academia (¡en serio no concibo como intelectuales de gran capacidad se rebajan a aplaudir ahí!) y en la máscara de “sociedad civil” que el Consejo Coordinador Empresarial ha utilizado hoy.

Eso opino.  No descalifico a los que aplauden, espero no ser descalificado por no aplaudir lo que me parece una farsa de lucha contra la corrupción.

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