La Cámara de Senadores hizo un excelente trabajo con las consultas que llevaron a la reforma en materia de transparencia. Supieron escuchar a las organizaciones sociales, asumieron los diagnósticos académicos, tomaron en cuenta las alertas que presentaron diversas instituciones públicas y produjeron un buen dictamen que hoy —si así lo determinan los dioses parlamentarios— está a un paso de ser aprobado por la cámara baja. Pero todo eso sucedió, en buena medida, gracias a los consensos previos que ya se habían construido en torno del tema: las diferencias eran mucho menores que los disensos y nadie en su sano juicio se hubiera opuesto a pavimentar los caminos del acceso a la información pública.

Hoy los senadores están tratando de replicar esa fórmula de éxito con las iniciativas que buscan combatir a la corrupción, y nadie sensato debería pasarles reproche por intentarlo. Pero el tema no sólo es distinto sino que es mucho más complejo que el anterior, mientras que el consenso de los actores que participaron en las deliberaciones de transparencia corre por cuerdas muy diferentes a las que planteó el presidente Peña Nieto con la Comisión Nacional Anticorrupción. De modo que los cabos sueltos que los legisladores deben atar forman varias madejas de estambre.

Aunque las prácticas parlamentarias tuvieran éxito en el formato —y no hay nada que lo impida en definitiva— la lucha contra la corrupción reclama una elaboración mucho más fina. De hecho, si algo sabemos con total certidumbre es que ese tema no se resolverá creando otra organización burocrática, llámese como se llame. Y sabemos también que, más allá de las toneladas de dinero y de propaganda gubernativa que se pongan en juego, la corrupción seguirá intacta mientras no se aborde por sus causas y no por sus consecuencias.

La experiencia comparada con el resto del mundo —como lo han subrayado David Arellano y Guillermo Cejudo, entre muchos otros— demuestra que la creación de órganos burocráticos sirve, en el mejor de los casos, para cazar chivos expiatorios y pescar peces gordos, pero no para combatir a la corrupción. Esos órganos son eficaces como instrumentos políticos en manos del poderoso, pero no sirven para modificar los cursos de acción que producen malversaciones de fondos, conflictos de interés, desviación de recursos, negocios jugosos con dineros del pueblo y negligencias carísimas de toda índole, entre toda una gama de vicios basada en el mismo principio; a saber: la apropiación ilegítima y el abuso de los medios públicos para obtener beneficios privados, sin rendirle cuentas a nadie y sin asumir la responsabilidad consecuente.

Presionados por el titular del Ejecutivo, los legisladores podrían aprobar soluciones cosméticas —y muy caras, como todos los cosméticos que valen la pena— sin haber aportado un ápice a la solución del problema. Y aún peor: creando una Comisión Anticorrupción por apremio político, habrían producido mayor fragmentación de la que ya existe, nuevos conflictos para la designación de los titulares del nuevo juguete gubernativo y un verdadero berenjenal para orquestar sus trabajos con la PGR, con la Auditoría Superior de la Federación, con la Secretaría de Hacienda, con el IFAI, con los tribunales fiscales y administrativos y con todas las versiones locales de ese conjunto de dependencias.

En otras entregas he subrayado la evidencia que tengo a la vista para sostener que el Presidente de la República no ha querido escuchar a quienes han estudiado a fondo este tema. Y sobre la base de esa evidencia, tiendo a creer que su preferencia está más bien en hacer propaganda política que en afrontar el problema. Pero los legisladores de buena fe —que los hay— no están obligados a seguir esa misma conducta. Por el contrario, podrían tomarse un respiro para limar el combate a la corrupción desde sus verdaderas aristas y regalarle al país una prueba de aplomo y sentido de largo aliento, con una reforma constitucional que efectivamente modifique las condiciones que hoy no sólo hacen posible, sino que favorecen la corrupción en el trabajo.

Publicado en El Universal