No podemos negar, en este arranque de año, que uno de los principales retos para el conjunto de las instituciones de México, independientemente de su naturaleza, funciones o inclusive signo partidario, es actuar de forma decidida para restablecer sus vínculos con amplios sectores de la sociedad, que, desafortunadamente, se han visto erosionados por la falta de respuesta oportuna a los cuestionamientos, las expectativas y las necesidades de los diversos colectivos que integran a la comunidad.

Coloquialmente se dice que una de las definiciones de la locura es hacer lo mismo frente a un problema y pretender obtener resultados distintos: en ese sentido, es necesario que no sólo las instituciones gubernamentales, sino las organizaciones ciudadanas, los grupos empresariales, los colegios de académicos, los formadores de opinión, y hasta el mismo ciudadano individual, encuentren un momento para la reflexión acerca de su manera de interactuar con su entorno, y del tipo de comunicación que utilizan para transmitir a otros su pensamiento, deseos o acciones.

Si analizamos someramente la experiencia mexicana, encontraremos, con cierta facilidad, dos elementos que han acompañado desde siempre la vida pública, y que representan enormes lastres para poder concebirnos de una manera distinta: el primero es el predominio de la inmediatez en el pensamiento estratégico, y el segundo corresponde a la incapacidad de expresar, de manera clara, objetiva, comprensible y sencilla, nuestros argumentos e ideas.

Respecto al primero, vemos que, al parecer, la situación nacional y la opinión pública, se mueven al día; no existe una contextualización de los hechos que vemos; no se da un seguimiento a las cadenas de causa-efecto que originan los problemas y no se tienen en mente las vulnerabilidades que están latentes en nuestro entorno y que representan factores de riesgo. De la misma manera, tanto las acciones como las demandas, buscan satisfacer el corto plazo: la premura va en contra de la eficiencia.

En cuanto al segundo, hay verdaderamente un desgaste de las palabras, de los conceptos y del discurso, que muestra una incapacidad de representar con fidelidad quiénes somos y qué es lo que hacemos. Parecería que nuestra dinámica de comunicación, como sociedad y como individuos, se basa en el pensamiento del ministro de Relaciones Exteriores de Napoleón Bonaparte, Charles Maurice de Talleyrand, quien afirmaba que “la palabra fue dada al hombre para ocultar su pensamiento”.

Es claro que en la arena política, en los negocios, en las relaciones interpersonales, se requiere un matiz específico para argumentar y convencer, sin embargo, esto no debe constituirse en un pretexto para ocultar el contenido detrás de la forma. Ambas deben contribuir a la transmisión de la idea.

En este sentido, en el ámbito de la Auditoría Superior de la Federación, y con motivo de la próxima presentación de los resultados de la revisión de la Cuenta Pública, hemos decidido elaborar un nuevo Informe General, en donde incorporaremos una visión de largo plazo de lo que representa nuestra labor para entender el fenómeno gubernamental buscando la causa raíz de los problemas y por medio de un mensaje directo, claro y sencillo.

En la Auditoría Superior de la Federación estamos convencidos que si se aprobaran las distintas reformas y modificaciones a la normativa existente que hemos propuesto para fortalecer nuestras facultades y al Sistema Nacional de Fiscalización, podríamos ampliar la penetración de la labor fiscalizadora, pero aún en ausencia de ellas, el compromiso es ir al límite de nuestras atribuciones actuales para contribuir, de manera sustancial, al mejoramiento de la gestión gubernamental.

Fuente: El Universal