En noviembre de 2003, el entonces presidente de Chile, Ricardo Lagos, encargó a una comisión de ocho personas encabezada por un obispo -Sergio Valech- la elaboración de un informe sobre la represión ocurrida entre 1973 y 1990, los 17 años de dictadura de Augusto Pinochet.
Después de un año de trabajo, en 646 páginas se describió detalladamente más de 800 centros de tortura, sus técnicas empleadas, los testimonios, las consecuencias que acarrearon en las vidas de las víctimas y varias propuestas para la reparación de daños (un ejercicio que luego conoceríamos como parte de la “justicia transicional”).
Nadie ha de saber qué padre fue forzado a presenciar la tortura de su hijo o qué hijo a contemplar el maltrato a su madre, ni se conocer quién estuvo una semana de pie, sin alimento ni agua. Sólo la palabra hombre o mujer identifica a las víctimas.
Una mujer detenida en 1974 testifica “quedé embarazada por violación de los torturadores y aborté en la cárcel… Me obligaron a tomar drogas, sufrí acoso sexual con perros, la introducción de ratas vivas por la vagina y todo el cuerpo. Me obligaron a tener relaciones sexuales con mi padre y mi hermano, que estaban detenidos. También a ver y a escuchar las torturas de mi hermano y padre. Tenía 25 años”.
Los hijos de las víctimas llevan el horror hacia la siguiente generación. Una mujer que fue detenida y violada a los 15 años. Al salir, tuvo una hija, quien a los 29 prestó testimonio: “Yo represento la prueba gráfica, represento el dolor más grande, lo más fuerte que ha vivido mi mamá en su vida… Había mucha rabia dentro de ella, yo la sentía. Esto ha marcado mi vida y es para siempre”.
¿Cómo explicar tanto horror, cómo tal extrema crueldad? Para mantener el terror “Fue una política de Estado. Participó el Ejecutivo, representado por Pinochet; el Legislativo y el Judicial, por omisión. Por eso es el Estado el responsable de reparar a las víctimas” dijo Lagos.
El informe Valech es importante no solo por la documentación que realiza, sino porque -paradójicamente- intenta dejar atrás un gran dolor. Y es que no se puede recordar el presente, o sea: una sociedad necesita realizar un corte en el tiempo, necesita poder llamar “pasado” a un conjunto de hechos para luego, poder “recordarlos”. Y eso es particularmente notorio cuando lo que se recuerda es el trauma más profundo que ha vivido. Justo lo que representa Pinochet para Chile, hace tan solo 50 años.
Fuente: Crónica