El Tecnológico de Monterrey elaboró el año pasado un Índice de competitividad turística de los estados mexicanos (ICTEM). A pesar del abuso que suele hacerse del término competitividad, hay sectores en los que su aplicación parece pertinente. Para este estudio, se define competitividad turítistica como el “conjunto de habilidades y capacidades que le permiten [a un estado] alcanzar sus objetivos en un marco de competencia frente a otros Estados, generando así desarrollo económico y social en su territorio”.
Según sus autores, el estudio:
Representa un inventario de recursos y acciones emprendidas por cada entidad, para contribuir a la competitividad turística. Dicha competitividad ha sido evaluada a través de ciento doce variables, que se encuentran agrupadas en diez grandes dimensiones. Estas variables y dimensiones refieren a la existencia de recursos e infraestructura acordes para la actividad turística en sus distintas ramas, así como a las acciones que en cada entidad se han puesto en marcha y a los resultados obtenidos para consolidar este sector.
Los datos agregados (véase el Mapa de la competitividad turística), sin duda permitan observar las diferencias entre los estados –muchas de ellas atribuibles a condiciones geográficas. Al mismo tiempo, esos datos agregan un variables de naturaleza muy distinta, que no forman parte de una definición estricta, sino que parecen ser simplemente elementos relacionados con la actividad turística. En efecto, no obstante la definición, muchos de los componentes del índice no miden “habilidades y capacidades”, sino que se refieren más bien a actividades turísticas (festivales culturales), oferta cultural (número de catedrales) o a características de la población (porcentaje de población indígena), factores climáticos (número de ciclones) o infraestructura hotelera (densidad de hoteles y moteles).