El malestar social y la agonía de la democracia en el orbe, demandan de las instituciones funcionalidad para garantizar equidad, oportunidades de desarrollo humano y dignidad social; y abre el debate del ascenso al poder de élites y fuerzas políticas amalgamadas en los partidos.

Entonces, ¿Cómo evitar la agonía de la democracia? ¿Cómo generar el elixir de vida para las democracias?

Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en Cómo Mueren las Democracias, nos dicen que: “Las democracias pueden fracasar a manos no ya de generales, sino de líderes electos, de presidentes o primeros ministros, que subvierten el proceso mismo que los condujo al poder. Algunos de esos dirigentes desmantelan la democracia a toda prisa, como lo hizo Hitler en la estela del incendio del Reichstag en 1933. Pero, más a menudo, las democracias se erosionan lentamente, en pasos apenas apreciables.

Refieren como factores de este retroceso en muchas democracias, el trato de enemigos a los adversarios políticos, la intimidación a la prensa libre, la amenaza permanente de impugnar resultados electorales, el debilitamiento de las instituciones democráticas y organismos autónomos, el control del poder legislativo y judicial, entre otras graves acciones de desmantelamiento institucional.  

La discusión es escabrosa, pero no se puede eludir, se trata de hacer del gobierno una potestad de decisión social, como basamento de toda lógica del poder público, lo que invita a repensar la real politik, y exige un replanteamiento de nuestra era política, en torno a los pasos perdidos.

Los actores implicados en este fenómeno social son, sin duda, la clase política, como epicentro de las manifestaciones institucionales, los partidos políticos como generadores de acceso y detentación del poder público y las élites, eminentemente económicas, las cuales han trazado en la mayor parte de los casos, gobiernos que han hecho del poder público un estamento de privilegios sórdidos para los menos y pesadumbre y amargura para el pueblo.

Esta realidad que encarna el populismo o el fascismo, los gobiernos mesiánicos y los líderes autoritarios, en su arbitrariedad social y represión ciudadana, han construido el laberinto de la soledad de los sujetos sociales, que ante el hambre y la carencia de oportunidades arrebatadas por cofradías políticas (que no parecen terminar y cuya reproducción hegemónica parece ir en ascenso), han causado el desencuentro ciudadano frente a la democracia.

Las democracias del siglo XXI demandan retirar los privilegios de clase, haciendo del poder público un patrimonio político del pueblo, principio decisorio de un gobierno abierto y en público, donde la institucionalidad responde desde el Contrato Social, a los principios de soberanía y garantiza los rubros vitales de desarrollo humano, como la dignidad humana: económica, educativa, cultural y de salud, dentro del Estado Democrático de Derecho.

En esta realidad, ¿Qué es el Estado Democrático de Derecho?

Sin duda, es el marco regulatorio que garantiza el porvenir del pueblo y asegura las oportunidades del desarrollo humano, en concordia y dignidad, tratando con justicia la voluntad del tejido social, en paz y armonía, en la razón y el derecho, en la libertad y la igualdad; ese es su espíritu y su estructura jurídica no puede eludir este deber ni por omisión ni por corrupción.

Es precisamente la institucionalidad lo que tiene que preservarse como la voz del pueblo. Este es un principio sine qua non de la equidad humana y custodio de la Nación, es un valor expreso de la democracia como poder del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, y es condición básica del verdadero dogma jurídico del Contrato Social, que invita al gobierno a hacer de las instituciones, manifiestos nítidos de libertad, igualdad y fraternidad y a dar cabida a las demandas sociales sentidas y observadas. Lo contrario presupone el déficit que ya conocemos: corrupción e impunidad, afianzadas en la violación de los derechos humanos y en el atropello público.

En este déficit en el que agoniza la democracia, los partidos políticos deben ser conductores de la sociedad. Empero, han perdido su papel y lucha histórica por hacer del gobierno un ejercicio del pueblo causando la corrupción del Estado, sus estructuras anquilosadas son directamente proporcionales al déficit democrático, son elefantes blancos que no propician ni organizan las aspiraciones ciudadanas y abandonan el principio de soberanía democrática del voto programático, universal y directo, que mandata la voluntad no sólo de sus representados, sino también del todo social.

No sólo debemos preguntarnos cómo evitar la muerte de la democracia, porque ello ya presupone una batalla límite. Deberíamos defender su valor de manera monolítica como sociedad, pero ello presupone gobiernos y sociedades horizontales, una toma de decisión abierta al pueblo y un pueblo abierto a la concordia y al trabajo de la Nación, condiciones de una conciencia que haga del ejercicio de gobierno realidad social y no simulación política, atrocidad que exige control institucional y redistribución de la riqueza, para generar las oportunidades sociales de desarrollo humano.

La amargura y desencuentro social indican que la democracia no sólo ha sido derrotada por las dictaduras y tiranías, por el populismo y el fascismo, por la corrupción e impunidad; sino, por el egoísmo ciego y los intereses mezquinos de hombres y mujeres, que han abandonado el principio de dignidad y probidad social, para hacer de la política no la voluntad soberana del pueblo, sino la captura del Estado.

Ya es tiempo de quitarle la venda de los ojos a la clase política y a los partidos, porque el pueblo ya tiene una clara visión de la realidad, que refrenda en las calles enfrentando a las dictaduras,  las tiranías, al fascismo, al populismo, y al poder omnímodo de representantes populares, que sólo responden a sus propios intereses, inoculando el virus de la perversión, la arbitrariedad, la impunidad y la corrupción que hoy hacen que la democracia agonice, dejando de ser una opción para el pueblo, lo que no se puede permitir.

Agenda

  • Intercambio de hostilidades entre los Estados Unidos e Irán generan incertidumbre en el Medio Oriente, amenazando a la paz mundial.
  • Las cifras de inseguridad presentan un peligroso ascenso en la estabilidad nacional, que hasta ahora no ha podido contener la escalada de violencia e incertidumbre social.
  • Nuevamente, un tiroteo en una escuela, ahora en Torreón, Coahuila, con saldo fatal para el niño que lo perpetró y una docente, y varios niños heridos, alertando sobre la disponibilidad de las armas de fuego y el deterioro de las relaciones familiares. Mi solidaridad para las víctimas y sus familias.

Por: Esteban Ángeles        

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Fuente: Perspectiva