‘La llegada de la ministra Piña está activando a la Corte como ese recurso de última instancia de defensa del orden constitucional del país’, señala Edna Jaime en su columna.

Las manifestaciones del 8 de marzo siempre me conmueven. Son expresiones a favor de los derechos de las mujeres. Del derecho a vivir y a hacerlo sin miedo, de que se haga justicia si nos violentan de cualquier manera y de recibir protección en caso de ser necesario. El derecho de acceder a las oportunidades (educativas, laborales, culturales) en igualdad de condiciones con respecto a los hombres y de elegir la vida que queremos vivir. En este 8 de marzo me conmovieron todas estas cosas y también el discurso de la ministra Norma Piña. Esas mismas palabras, dichas por otra voz, me habrían impactado menos. Su voz tiene la fuerza de una mujer de talento, de mérito, de carrera. Una mujer que no le debe su puesto a nadie, más que a ella misma, y por eso puede hablar con autoridad moral y no sentir presión para hacerle caravanas a nadie, mucho menos a quien con sus epítetos busca debilitar a la que ha sido su casa por tantos años, el Poder Judicial.

El discurso de la ministra fue muy bueno por emotivo. Encontró el mejor ángulo posible para mostrarse sensible, para convocar a otras mujeres, para mostrar un compromiso con la garantía de acceso a la justicia para las más vulnerables. Hay mérito en ese discurso: si lo hubiera puesto en términos de código legal, habría perdido brío. Ella lo puso en términos de código emocional. Funcionó.

Justo hace unos días, Anne Applebaum, en su más reciente artículo para The Atlantic, refiriéndose a la marcha del 26 de febrero en defensa del INE, cuestionó la utilidad de gritar y exigir “¡Estado de derecho!” a alguien que habla de los duendes del bosque (se refirió al supuesto avistamiento de un aluxe en las obras del Tren Maya). Pero eso, dice Applebaum, es lo que intentaron decenas de miles de mexicanos en aquella concentración. La ministra Piña, en cambio, dio en el clavo con su discurso. No habló de aluxes, pero sí de derechos para ganar alegría. Realmente bonito.

Y eso que la ministra Piña está siendo amenazada, como han sido hostigados desde el púlpito de la Presidencia los juzgadores que, por hacer su trabajo, contravienen la voluntad del presidente. Ya escribí en este mismo espacio sobre el tema, enumerando las veces que López Obrador ha llamado traidores a la patria a algunos juzgadores. El ‘Plan B’ electoral y las múltiples controversias que ha generado pondrá la tensión en su nivel más alto.

Ahora que se empieza a acumular la literatura sobre el ascenso de líderes autoritarios —strongmen, hombres fuertes, caudillos, autócratas— con títulos como Cómo mueren las democracias (2018); El ocaso de la democracia (2021); Strongmen, de Mussolini al presente (2020); Los dictadores del spin: cómo una nueva generación de dictadores manipula la información y falsea la democracia (2022), o La era del strongman: cómo el culto al dirigente amenaza a la democracia (2022), se identifican de inmediato los patrones de su comportamiento. Ni hablar: nuestro hombre fuerte es tan parecido a los otros…

Applebaum, en el artículo al que hago referencia, dice que en la marcha en defensa del INE tuvo la sensación abrumadora de un un déjà vu: una concentración multitudinaria en Varsovia en 2016, cuando el gobierno polaco anuló ilegalmente un fallo del tribunal constitucional de ese país, y nuevamente en 2020, cuando el mismo gobierno torció una vez más las reglas para disciplinar a los jueces que no le gustaban. Sostiene que esta lucha es, por definición, desigual: ciudadanos respetuosos de la ley que se enfrentan a un líder autocrático al que no le podría importar menos la ley. Los primeros tratan de jugar dentro de las reglas. El segundo no lo hace.

Applebaum tiene un pronóstico reservado para nuestro país. Porque si las reformas electorales prosperan, la descomposición puede ser muy rápida. No hay una prescripción contra los hombres fuertes, pero sí un último recurso de contención, que son los poderes judiciales, las cortes supremas, particularmente.

La llegada de la ministra Piña está activando a la Corte como ese recurso de última instancia de defensa del orden constitucional del país. Ella preside un colegiado y ejerce las funciones de la presidencia, que son muy importantes. En sus primeros días en esa función, ha pintado una raya, un antes y después. Ha instalado comisiones de ministros para verificar el orden los turnos y de lo que se enlista para la discusión en el Pleno. Temas que en México Evalúa habíamos vinculado con espacios de discrecionalidad, y que ella está corrigiendo virtuosamente. Ojalá que a estos primeros pasos les sigan muchos más para transparentar la ruta procesal en la Corte, de tal manera que sea clara para el ciudadano. Es el último recurso. Si cae, perdemos al país.

Por si no se ha dado cuenta, estimado lector, admiro a la ministra. No la podemos dejar sola, ni a ella, ni a los ministros de la Corte, ni a los juzgadores de todos los niveles. Que se sienta que estamos con ellas y con ellos.

Empiezo yo. Estoy contigo, ministra, por ser mujer. Celebro tu esfuerzo por hacer una diferencia, y tu discurso del 8 de marzo. También estoy contigo porque, como pocos, entiendes la importancia de la justicia para que este país tenga futuro.

Derechos para la alegría. ¿Qué más podemos pedir?

Fuente: El Financiero