El presidente está impulsando la destrucción de lo que somos y de lo que hemos sido. A López Obrador no le importa si en el camino se destruye mucho de lo que se había construido.

Pareciera que hoy estamos viviendo un asedio a nuestra democracia, a nuestra sociedad, a nuestras libertades, a nuestra economía, a nuestro medio ambiente y a nuestro planeta. De acuerdo con el diccionario de la Real Academia, asedio es la “operación por la que un grupo armado rodea un emplazamiento enemigo, impidiendo la entrada y salida del mismo, hasta conseguir su rendición”, o bien la “presión que se ejerce sobre alguien”.

En estos días estoy viendo una serie sobre Isabel la Católica y su camino al poder. Los asedios a ciudades amuralladas eran frecuentes y significativos. Algunas ciudades o reinos resistían hambrunas, muerte y enfermedad hasta que lograban vencer a sus oponentes, mientras que otras ciudades caían ante los invasores. Hoy me recuerda lo que estamos viviendo en nuestro país. Un verdadero asedio a los MEXICANOS (con mayúsculas) por muchos frentes, que se antoja abrumador. Es como si fuera una metralla que no cede, que machaca y machaca, que pone a prueba la resistencia de los ciudadanos y de las instituciones.

Un frente principal, que sacó a cientos de miles de ciudadanos a las calles, es el ataque a los árbitros de nuestro sistema electoral, el INE y ahora el TEPJF, por parte del presidente y todo el aparato del partido oficialista. Como ha quedado claro, este ataque busca anular la competencia pareja para perpetuarse en el poder a costa del voto de los ciudadanos.

Segundo, la militarización del país debilita nuestro Estado democrático, y el presidente ha acrecentado el papel de las Fuerzas Armadas en la vida pública. Desde la seguridad, –pasando por el tránsito de personas, así como el tráfico de bienes y servicios dentro y fuera del territorio nacional– las Fuerzas Armadas se encuentran en las áreas más sensibles en una posición de control, sin transparencia y sin posibilidades de supervisión ni rendición de cuentas. Este frente lleva abierto varios años y va penetrando sin tregua, con la complicidad y anuencia del presidente López Obrador. Los ataques son constantes y la cesión de atribuciones, presupuesto y poder a las Fuerzas Armadas avanza sin obstáculos, salvo los que logre contener la Suprema Corte de Justicia en días y semanas próximas.

Un tercer frente lo constituye el debilitamiento de nuestra economía. Como ocurría en la época medieval, hacer pasar hambre y penuria a la población era una manera de vencer al enemigo. Hoy, lo que vemos es un fuerte detrimento de nuestra economía, con baja inversión, un sector energético muy debilitado (y ahora Pemex nuevamente deja de pagarles a sus proveedores), precariedad en los empleos y persistencia e incluso recrudecimiento de la pobreza.

Un frente más, con repercusiones de largo plazo, es el embate a la educación. Desde la contrarreforma educativa, la ideologización de los libros de texto que minusvalora las libertades, la falta de énfasis en el aprendizaje y la negación de los procesos de evaluación, constituyen ataques a la formación de niños y jóvenes que tendrán menos armas para enfrentarse al mundo que vivimos. La pretendida ley de ciencia es un agregado en este ataque sin tregua. En estos días, el gobierno disparó un nuevo obús al cancelar la producción de datos, de información oficial del INEGI que son indispensables, incluso por ley, para evaluar la política pública en materia educativa. ¿A quién le interesa no evaluar la política educativa?

El descuido de la salud es también una afrenta a la población y a su bienestar. Al igual que los golpes a la economía, el deterioro de la provisión de servicios de salud a la población nos debilita como sociedad. ¿Con qué finalidad? ¿Para que la gente dependa más de las dádivas del gobierno? Ya vimos en la pandemia que al gobierno no le importó que murieran más de 750 mil personas, que escondió medicamentos y que impidió la importación de otros que pudieron salvar miles de vidas, que ha trastocado el sistema nacional de vacunación, que ha destruido el seguro popular y no lo ha sustituido con nada. ¿Por qué? ¿Para qué?

Y así seguimos con otros frentes en los que el presidente está impulsando la destrucción de lo que somos y de lo que hemos sido. Como la forma como está haciendo añicos nuestra tradición de asilo y cuidado de los refugiados, al extremo de perpetrar crímenes de Estado como el de la estación (cárcel) migratoria de Ciudad Juárez. O bien el ecocidio perpetrado en la península de Yucatán por la construcción del Tren Maya, y un largo etcétera.

En estos últimos meses del sexenio, pareciera que los ataques presidenciales se están volviendo más intensos, en más frentes, y buscando a toda costa eliminar a quienes considera sus adversarios. No hay tregua y los ciudadanos apenas podemos resistir. A López Obrador no le importa si en el camino se destruye mucho de lo que se había construido (como el aeropuerto de Texcoco). Pero no nos queda más que aguantar la metralla, resistir el asedio y pertrecharse para el 2024.

Fuente: El Financiero