Los incentivos para la clase política asociados a la construcción de su popularidad están por encima de los relacionados con hacer lo necesario para tener éxito en seguridad pública.
La mayoría en México considera inseguro vivir en su ciudad y menos de la cuarta parte de la población aprueba la política de seguridad pública de López Obrador.
A la vez, el presidente merece 60 % de confianza y su candidata está arriba en las preferencias para el 2 de junio, según el promedio de encuestas aquí publicado. La coexistencia de la popularidad presidencial y la censura a la política de seguridad pública no es nueva. Lo que no sabemos es qué aprendizaje viene acumulando la llamada clase política cuando confirma que la percepción mayoritaria negativa respecto a la seguridad, no necesariamente implica perder la confianza del electorado.
De cara al tercer debate presidencial quisiera saber qué significan estos datos para las candidatas y el candidato, en particular si recordamos el hecho de que un presidente tras otro se aprueba a sí mismo en seguridad, independientemente de la censura registrada en las encuestas de opinión y de los resultados en los registros de delitos y en las tendencias de la victimización.
De hecho, por absurdo que sea, sabiendo cada presidente que casi no se denuncian los delitos más graves, sin pudor termina su sexenio auto aprobándose en seguridad. Increíble, pero cierto.
A esta altura, podemos suponer que quienes compiten por la presidencia ya saben que lo más probable es que, de llegar al cargo, no merecerán la aprobación en su política de seguridad y a pesar de ello sí pueden conseguir la aprobación a su persona.
Me pregunto si la clase política ya asimiló esto traduciendo la inseguridad como un costo inevitable, pero manejable, al menos en cuanto a su impacto en la popularidad. Y me pregunto también si este aprendizaje se conecta a la cesión de la función a los militares.
Cuántas personas civiles en el poder público o buscando ejercerlo se han convencido de que la seguridad tiene poca o ninguna rentabilidad política potencial y prefieren abrir la puerta de la militarización, no porque piensen que las fuerzas armadas la resolverán sino porque así se alejan o se intentan alejar de la percepción del fracaso.
Estoy hablando de que los incentivos para la clase política asociados a la construcción de su popularidad están por encima de los relacionados con hacer lo necesario para tener éxito en seguridad pública.
Esta hipótesis me la confirmó apenas un secretario de seguridad pública que acumula éxitos comprobados en su desempeño; les importa mucho más ganar en popularidad que ganar en seguridad y justo por eso evaden la evidencia de todas las maneras posibles, me dijo. Y agregó: siempre que sepan cómo merecer más aprobación sin tener que ensuciarse las manos en la difícil función de la seguridad, así lo harán.
Aquí tenemos más hipótesis para entender la militarización galopante de la seguridad; aleja costos y deja espacio para hacer otras cosas quizá más rentables desde la lectura hegemónica en el ejercicio del poder civil.
Construir seguridad está cada vez menos en los incentivos de gobiernos civiles, me compartió un brillante periodista cuyo trabajo de investigación incluye regularmente entrevistas en lugares con violencias crónicas extremas. Ciertamente si su interés principal es ser populares, en ese tema la llevan todas de perder, remató.
Fuente: Animal Político