Cuando uno es muy dado a pensar y volver a pensar queriendo incluso ir a la raíz de las cosas, casi siempre termina yendo a la raíz de las palabras que se utilizan para denominar a las cosas.

En dos mil once, la organización juvenil del Partido Nueva Alianza, que entonces estaba encabezada por el ahora diputado federal, nieto de Elba Esther Gordillo, me invitó a través de su dirigente local en Tlaxcala, que ahora es la dirigente nacional, Sandra Corona a participar en un foro en el que me pidieron que hablara de la relación entre transparencia y corrupción.

Entonces, precisamente por ir a la raíz de esa palabrita, refuté la idea generalizada en la gente de que “todos somos corruptos” o que “todos participamos en la corrupción”; se dice que “desde que le da uno cien pesos al policía de tránsito”. Frases hechas que repetimos como loros por flojera a pensar o investigar.

Que eso lo hagan las personas comunes, es entendible, pero que lo postule el titular del poder ejecutivo, quien ostenta el cargo de presidente de la república, es francamente lamentable.

Veamos, el diccionario de la Real Academia Española (RAE) de la lengua da cuatro definiciones a la palabra corrupción, de las cuales nos interesa la cuarta, que es la que da el Derecho, es decir la ciencia jurídica; o en otras palabras, lo que legalmente significa y por lo tanto es la corrupción. Dice que “En las organizaciones, especialmente las públicas, (es la) práctica consistente en la utilización de las funciones y los medios de aquellas en provecho económico o de otra índole, de sus gestores.”

O sea que los corruptos son los funcionarios públicos (aunque también pueden ser los de las empresas privadas) que se aprovechan de su cargo para obtener dinero ilícito u alguna otra cosa material o personal, punto. Ejemplo, si un(a) funcionario(a) le pide a un subordinado que le dé parte de su salario por el sólo hecho de haberlo contratado, eso es corrupción. Si prácticamente lo obliga a ser su chofer con la promesa de que le puede mejorar su cargo y salario desde luego, eso es corrupción. El corrupto(a) es el jefe, no el subordinado, éste último, digamos que sólo contribuye, en ocasiones porque no le queda de otra, a la corrupción. Y estos ejemplos no son inventados, muchos creo que podemos decir que los hemos visto de cerca.

Que Peña no entienda este “abc”, como dice Mauricio Merino, significa lastimeramente (¡bueno, de pena ajena!) que “no tiene opinión clara sobre el enojoso asunto, ni mucho menos una posición acabada para hacerle frente.” Yo diría, deliberadamente no tiene ninguna intención siquiera de combatirla.

Pero desde hace ya alrededor de once años nació en México el pequeño “David” que en su momento derribará al “Goliat” de la corrupción. Y ese es el Derecho de Acceso a la Información (DAI). La referencia bíblica no me llega por inspiración religiosa y mucho menos mística. No, me llega gracias a una caricatura que hizo “Aviña” para el ABC de la transparencia, que sacó la COMAIP en 2011 y me genera mucha fe en que así será tarde que temprano.

En la propuesta demagógica de inicio de su sexenio Peña dijo que sería el titular de una “presidencia democrática” y entre otras cosas dijo que se iba a crear una Comisión Anticorrupción. Suena bonito y precisamente por eso es demagógica. Ya que como la democracia y la demagogia son como hermanas gemelas dejó dicho Ikram Antaki en su Manual del ciudadano contemporáneo, muchos creyeron o creen que eso era serio.

Igual si va uno al diccionario de la RAE y busca uno la palabra anticorrupción, tal herramienta académica referenciará a las “Fiscalías anticorrupción” o a las “Comisiones anticorrupción”. Qué son o a qué se refiere cada una de ellas, no importa responder ahorita, baste referenciar, en la coyuntura actual, lo que concluye José Bautista Farías en un texto titulado La Comisión Nacional Anticorrupción ¿alternativa o paliativo?: “El ignorar a los especialistas y a los organismos de la sociedad civil que llevan tiempo trabajando con los temas de transparencia, rendición de cuentas y combate a la corrupción no augura un buen final con esta propuesta. Tocará, una vez más, a los actores sociales reposicionar el tema en la agenda pública y exigir al estado resultados en el combate a la corrupción a través de un sistema integral de rendición de cuentas”

Sí, Peña le atina al decir o más bien repetir que la “corrupción es un problema de cultura”, seguro que sus asesores le recomendaron la frase, el problema es que no se aseguraron de que entendiera el paradigma y por lo tanto lo pudiera explicar. Sí, la cultura en su acepción amplia o no elitista es el conjunto de formas de hacer, pensar, hablar, etc. que en una sociedad es una suerte de herencia de generación en generación. Sí, la corrupción es la columna vertebral de la cultura política priista, que llamo así porque se construyó durante el Priato, que es la cultura política de la trampa, del cinismo y de hacer la cosa pública “en lo oscurito”.

De ese tamaño es el reto, sustituir una cultura política corrupta por una cultura política decente o democrática.

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