El pasado 25 de abril de 2024 falleció el Padre Juan Antonio; Padre Toño, como muchos le llamaban.

Perteneció a una pequeña congregación de sacerdotes humildes, nada que ver con la pomposidad de las Catedrales o Parroquias de los Sacerdotes Diocesanos. Entregó su vida a predicar, ayudar, consolar, misionar y, en especial, a algo en lo que él era muy bueno: curar almas. De hecho, ese es el sentido de por qué a los sacerdotes les llaman también “curas”, pues mucha de su misión implica curar almas vacías o lastimadas o heridas, fundamentalmente predicando el amor de Dios e inspirando con ejemplo de vida.

Y esta lamentable pérdida seguramente le pasó de noche a la institución Católica por el también lamentable hecho de que sus mejores pastores no están en el centro del escenario institucional, sino marginados o excluidos en las orillas, en las butacas de hasta atrás o, de plano, en los sótanos.

Simple: en esa Iglesia ya no son los auténticos “curas” de almas los que predominan en la vida institucional, sino los personajes que se han sabido ir incrustando en la estructura y el presupuesto de la institución, arrinconando a las orillas a los de mejor desempeño misional, por la obvia lógica de eliminar o controlar a la competencia.

Esta dinámica perversa dentro de la Iglesia explica en mucho la parálisis de acción social por la que tantos feligreses rezan, pero que difícilmente verán. ¿En quiénes se pueden apoyar si ya no hay prácticamente sacerdotes que impulsen o inspiren? Hoy tenemos, predominantemente, lo que bien podríamos llamar Técnicos Profesionales en Servicios Litúrgicos, y ya.
Este flagelo de parálisis operativa de la Iglesia tiene su causa en la actual regla general de permitir el acceso y la concentración de las decisiones y los recursos en los más incompetentes, condenando con esto a la organización a funcionar de forma deficiente.

La ineptocracia.
El arribo al poder de los más incompetentes en perjuicio de los más talentosos se ha convertido en una regla vigente no sólo en la Iglesia Católica, sino en muy diversas instituciones, especialmente las públicas. El filósofo francés Jean d’ Ormesson ya le había puesto un nombre a este fenómeno: Ineptocracia.

Ineptocracia: sistema en donde los menos aptos toman el control de las decisiones y los recursos de las organizaciones.
Un primer efecto de la ineptocracia es la obvia exclusión de los mejores talentos: estorban. La lógica de inclusión que se espera de una organización saludable es que esté permanentemente atenta a localizar y reclutar talentos útiles para la misión institucional. En las ineptocracias y las organizaciones funcionando bajo este paradigma la lógica se invierte: se suele marginar, excluir o presentarles tramposas barreras de entrada a las personas más competentes, pues todo opera en función de la estabilidad de los ineptos, no de la misión institucional.

Identificando organizaciones ineptas.
En toda organización hay personas talentosas. Como las organizaciones no pueden sobrevivir a lo largo del tiempo si no cumplen con un mínimo de desempeño, desde luego que requieren de personas capaces para determinadas tareas basales. Una organización inepta no es aquella en donde todos los integrantes sean ineptos o ineficaces, sino donde el personal de buen desempeño dentro de ellas es el apenas suficiente para que las instituciones cumplan con las mínimas metas requeridas para justificar su existencia y contar con un presupuesto atractivo y capturable para beneficio de los inútiles.

Bajo esta visión, bien podríamos caracterizar a las organizaciones ineptas. Aquí señalo cuatro identificadores:
1. En una organización saludable podríamos ver a personas talentosas tomando las decisiones y coordinando acciones sensiblemente alineadas a la misión institucional. En una organización inepta también veremos personas de talento, pero no son las que deciden, sino sólo las que operan.
2. Podemos identificar una organización inepta cuando el control de las decisiones y los recursos están en manos de ineptos, quienes presentan al menos dos características importantes: son arribistas y son muy inútiles.
➢Arribistas: personas que se adhieren a la organización porque se les presentó la oportunidad y desean el beneficio personal que les puede representar estar ahí, sin que la vocación o la adhesión a la misión institucional sean su principal motivo.
➢Inútiles: personas incapaces de operar o coordinar proyectos o acciones inteligentes y eficaces en beneficio de la misión institucional, en virtud de su limitación técnica, falta de preparación, ineptitud personal y/o la propia falta de interés misional que es característico del arribista.
3. En una organización saludable existe un significativo porcentaje de personas talentosas (el inepto es una falla, no la regla) y son las que comandan las principales decisiones. En una organización inepta las personas talentosas son un
porcentaje minoritario y, como ya dijimos, no tienen peso determinante en los
espacios de poder.
4. En las organizaciones ineptas es curioso encontrar que las pocas personas talentosas suelen ser excepcionalmente buenas en su tema. Esto es porque deben cubrir con la cuota de su propio trabajo y también con lo que se espera de varios otros puestos ocupados por los inútiles.

El costo del talento ausente.
Omitir la reparación de las reglas de acceso y crecimiento dentro de las organizaciones nos está costando muchísimo: maestros que cumplen papeleo, pero que no sirven para educar, investigadores que escriben libros y gestionan sus becas, pero que no sirven para hacer avanzar la ciencia, policías que rondan su perímetro geográfico, pero que no sirven para prevenir verdaderamente la violencia, jueces que emiten sentencias, pero que no sirven para impartir eficaz justicia, alcaldes que salen en fotos y abrazan a todo mundo, pero que no sirven para producir bien común o sacerdotes que celebran misas “bien bonitas”, pero que no sirven para curar almas ni inspirar fe.

En suma, nuestras organizaciones funcionan con bajísimos estándares de desempeño principalmente porque sus integrantes colocados en los mejores espacios son, en sí mismos, personajes de bajísimo desempeño.
¿Va quedando claro por qué, a pesar de contar con instituciones especializadas, tenemos la fuerte sensación de ausencia de buena educación, buena seguridad, buena salud o, en fin, buen gobierno?

¿Se aprecia que esto no se resuelve sólo agregando más presupuesto a las organizaciones, sino obligándolas a asignarlo a las personas de alto desempeño que sí sepan cómo producir bien común con él y no a sólo mejorar los sueldos y prestaciones de los inútiles?

Este problema descrito debería de ser de los primeros a resolver para generar más eficacia a las instituciones mexicanas, pero, tristemente, no está en las agendas ni de gobernantes ni de candidatos. Esta propensión a no incluir masivamente talentos a las organizaciones sucede en buena medida por la corrupción y ya debería ser un asunto que los Comités de Participación Ciudadana deberían estar impulsando en el Sistema Nacional y Sistemas Estatales Anticorrupción.

La triste historia es que el propio SNA y su CPC funcionan bajo las mismas reglas perversas aquí descritas, por lo menos me consta de forma directa en el caso del Nacional y supongo que ocurre de forma importante en varios sistemas estatales.

El camino de los talentosos.
En un clima institucional tan rudo para los talentosos, hoy están optando por tener éxito en las laderas, en la periferia de las instituciones más grandes y formales: como dirigentes de organizaciones de la sociedad civil, investigadores de iniciativa privada, consultores independientes, formadores privados, empresarios o, como fue el caso del Padre Toño, humildes sacerdotes de Congregación.

Lo preocupante es que esta ruta paralela de los talentosos buenos también la están transitando los talentosos malos. Es triste ver que la pobreza ejecutiva de nuestras instituciones pueda ser fácilmente rebasada por organizaciones que sí saben contratar talento a su servicio: abogados del hampa con mejor desempeño que muchos Ministerios Públicos ineptos o elementos de la delincuencia organizada con mucho mejor desempeño que nuestra improvisada Guardia Nacional, por ejemplo.

Espero que pronto la sociedad pueda empezar a exigirle a los líderes de las organizaciones, desde que son candidatos, que limiten su cuota de ineptos y se comprometan a incluir a más personas talentosas en el duro trabajo de construir un mejor país. Si seguimos con estas reglas actuales sólo ganaremos estar cada vez peor.
Por lo pronto, adiós, Padre Juan Antonio, fue un placen haber compartido contigo este camino, adiós, mi hermano, adiós.

Autor: Pedro Carta Terrón