Y adentro traigo a otros cuatro, me dijo con voz orgullosa la policía que estaba a cargo del grupo mientras cerraba la puerta de la patrulla. Apenas unos minutos antes de ese diálogo, estaban deteniendo a un señor en la puerta de la oficina. El señor no se soltaba de la reja de nuestra puerta. Alrededor de él había cuatro policías que esperaban que lo hiciera para subirlo a la patrulla, mientras dos más estaban en la camioneta.
Lo primero que pensé fue: sin duda vivimos en una ciudad peligrosa. En los cuatro años que la oficina de Fundar lleva en Coyoacán se han robado: un coche, dos estéreos, cuatro pares de espejos y alguna otra autoparte menor. Pero eso es insignificante e intranscendente frente a otros delitos graves que nos han sucedido muy de cerca. Historias de criminalidad que tienen una tristeza e impacto tal que no viene a cuento citar aquí. Lo que sí puedo decir es que han cambiado nuestra percepción del riesgo y los delitos, así como del trabajo policial.
Juan Sánchez se llama el señor detenido. Nosotros lo conocemos como Juanito. Cuando bajé de mi oficina a ver qué sucedía me conmovió ver cómo apretaba con todas sus fuerzas la reja. Buscaba con la mirada apoyo en mis colegas que estaban mezclados con los policías a su alrededor. Entre preguntas, gritos y demás, los policías comenzaron a jalarlo. Juanito es uno de los llamados franeleros. No debe medir más de 1,65 y debe rondar los 65 años. Porta unas botas de hule y sus ropas realmente humildes cubren un cuerpo que es retrato de una vida dura y castigada. Hoy, al igual que todos los días, portaba su chaleco de “trabajador no asalariado”. También portaba con él un permiso emitido por el Gobierno del Distrito Federal con número NDZ351904. A la letra dice: se encuentra autorizado para ejercer la actividad de “cuidador y lavador de vehículos” de conformidad con la licencia expedida a su favor por esta Dirección General con base en los artículos 9 al 14 del Reglamento en vigor para los Trabajadores no asalariados del Distrito Federal. El permiso lo firma Francisco Curi Pérez Fernández, tiene las calles en las que podrá trabajar y el horario para hacerlo. La policía lo tenía rodeado y lo esperaba en esa misma dirección y en ese mismo horario.
Me acerqué a la patrulla y le pedí a la policía que dirigía al grupo que por favor me mostrara una orden de detención o que me dijera cuál había sido la conducta ilegal infraganti en la que había sido sorprendido Juanito. Con soberbia a flor de labios me dijo: son órdenes directas del Delegado. Él ordenó estos operativos. Cuál es el propósito, le repliqué. Verificar que su permiso esté en regla fue la tibia respuesta.
Volví a pensar en los peligros de la ciudad. No sólo eso, también en otros conflictos sociales y en los recientes problemas en la Colonia el Ajusco en la que hubo personas muertas por arma de fuego. ¿Así priorizamos? ¿Seis policías para salir a detener y llevar auténticamente en arresto a una persona que porta un chaleco de cuidador voluntario, sobre la que no pesa queja o denuncia en particular simplemente para verificar que un papel administrativo está en regla? ¿Esas son las órdenes del Delegado?
Finalmente Juanito subió a la patrulla. Ya detenido le informaron que era posible que pasara la noche en el famoso Torito. Para evitarlo tenía que pagar una multa de entre 11 y 15 salarios mínimos. Eso es una montaña de dinero para él. Otras personas estaban ahí en la misma situación. Uno de ellos, un indígena mazateco que dice que es común que los lleven, que los molesten y siempre les piden dinero. Don Matías dice con la voz temblorosa que está ahí para traducir a su suegro, que no habla bien español, que estudio hasta quinto de primaria. También confiesa que no entiende por qué si tiene cartas de recomendación de los vecinos, un permiso y un trabajo honrado, la policía lo detiene. Cuando lo supe pensé inmediatamente en la sonrisa socarrona y ligera de la policía: porque son órdenes del Delegado.
Este viernes el juzgado cívico de Coyoacán se llenó de muchas historias. Todas cargadas de injusticia. Todas reflejando un patrón. La anécdota no hace análisis, cierto. Pero la reiteración sistemática demuestra que es algo estructural. Personas que demostrando que tienen un trabajo distinto fueron detenidas. Personas que esta es la segunda vez que son llevados en la misma semana, a pesar de mostrar el recibo de pago. Patrullas llegando con 8 o 10 personas cada cierto tiempo, incluso con menores de edad. Eso sí, todos pobres. Todos trabajadores de la calle. Pero aquí hay torta de injusticia para todos, también están los policías que dicen que tienen 24 horas sin comer y otros que dicen que si no obedecen estas órdenes absurdas los despiden.
Detrás de todo este circo de respeto a la legalidad están supuestas quejas de vecinos. También el reflejo del déficit de criterio político y de sensibilidad social que reina en la Delegación Coyoacán. Pocas cosas pueden ser tan poco inteligentes como las detenciones masivas, de corte persecutorio, por quejas indeterminadas sobre personas no identificadas. Reconociendo que pudieran existir quejas, no se entiende cómo ante un problema de convivencia social, no violento, bien focalizado y que opera de forma visible a la luz del día, el Delegado responde ordenando el uso de la policia. Peor, el uso discriminatorio de la misma. Deténgase a todo el que parezca franelero, debe ser la orden.
Heredero de las lógicas de la limpieza social, frente a fenómenos complejos asociados al desempleo, falta de oportunidades, tensión sobre el uso del espacio público lo que se le ocurre al Delegado es que las patrullas se llenen de pobres. Llevarlos de un lugar a otro como si fueran mercancía, para que la policía pueda decir socaronamente: ahí traigo otros cuatro, ocho, diez. Para que él pueda sentir que ordena, aunque sean injusticias
Fuente: Sin Embargo