Uno de los absurdos y paradojas que dominó el pensamiento económico durante casi cuatro décadas en México (y en buena parte del mundo) es la suposición de que el incremento de los salarios en una economía de mercado no es bueno, sino incluso contraproducente. A esta fórmula intransigente (Hirschman dixit) se le vistió de todas las ropas posibles: que no se puede, porque genera inflación; que no se puede, porque genera desempleo; que no se puede, porque genera informalidad y en fin, que no se puede si los trabajadores no son más eficientes y aprenden de una vez a escalar su productividad.
Estos fueron los teoremas que se arguyeron durante décadas como telón teórico que promovió -de manera militante- el estancamiento salarial en gran parte del mundo y por supuesto, en el México.
Ya se sabe, si incrementabas el salario mínimo, incrementabas un montón de precios vinculados y obtendrías así, una inflación por default. La profecía neoliberal se cumplía.
De finales de 2018 a 2024, los mínimos se han incrementado en 116 por ciento real y no ha pasado nada de las calamidades bíblicas que auguraban los del santo oficio. Podemos afirmar incluso que está pasando precisamente lo contrario. La creación de empleo formal -con todo y pandemia- ha tenido un ritmo de 400 mil promedio por año a pesar de la pandemia; la inflación ha empezado a bajar después de los choques externos y a pesar de la criminalidad que impone cuotas a muchos productos básicos; y la informalidad ronda los mismos niveles históricos, con todo y que es alimentada ahora por miles de migrantes que se quedan en México.
Ni desempleo, ni inflación, ni informalidad producida. En cambio, los beneficios del aumento salarial se notan en muchas partes. El consumo privado ha visto un ascenso de 10 por ciento en los últimos cinco años y se ha convertido por eso, en un motor bien encendido de la economía mexicana (tenemos un mercado interno vivo por primera vez en todo el siglo XXI). Por fin la redistribución mejora y los salarios vieron crecer su participación en el ingreso nacional en 2.6 por ciento (algo que no veíamos desde los años ochenta). Y lo más importante de todo: 5.1 millones de personas salieron de la pobreza (apenas) en los últimos dos años porque tienen más dinero en el bolsillo, fruto de su propio trabajo.
Todas estas cifras muestran cuán importantes son los salarios en una economía productiva, territorio donde el 63 por ciento de la gente vive de su propio esfuerzo (el 17 por ciento, de programas sociales).
Y sin embargo, los salarios no son un eje central de las campañas ¿Cómo mantener un paso sostenido en el ingreso de quienes trabajan?
Junto a la inseguridad, al sistema de salud, educación y el combate a la corrupción, los ingresos laborales tendrían que ser la columna del gobierno de los próximos seis años -y mejor- parte de un acuerdo nacional, ubicado más allá de la discordia y polarización que envenena.
El aumento del salario mínimo y con él, el aumento de dos o tres escalas salariales arriba, habitadas por 23 millones de trabajadores, nació de esa manera: con estudio, evidencia, deliberación y consenso. El punto es que el crecimiento de los salarios -volvernos una nación de ingresos altos, o sea desarrollada- nos vuelva a importar a todos.
Está demostrado que se puede y a partir de ahora.
Fuente: Crónica