Al presidente no le gusta la academia que usa la ciencia para pensar la realidad.
La ciencia es una herramienta de desarrollo, de potenciación del acceso a servicios de salud, infraestructura, movilidad, vivienda y cualquier tema de capacidades básicas para la calidad de vida. Nadie puede negar que el conocimiento resuelve problemas sociales y que los costos de cualquier política pública efectiva siempre se reducen con ciencia. Sin embargo, suele ser intimidatoria para los que ignoran su potencial y para los que prefieren despreciarla en lugar de entenderla. Por ello las dictaduras hacen hogueras con el conocimiento y descalifican la democratización del aprendizaje.
Hay fuegos que queman lento no sólo las páginas del conocimiento, sino que excluyen del servicio que dan a la sociedad a los académicos y académicas señalándolos como aquellos que juegan un rol de opositores, con intereses creados y con desvíos de funciones es el gobierno federal.
El gobierno federal intenta posicionar los ataques a estos académicos bajo el cobijo de que los recursos federales para ciencia y tecnología no deben ser, de alguna forma, desperdiciados o entregados a personas que no los usan para lo que son: para hacer ciencia. No bastó con el madruguete legislativo de la semana pasada en el que lo de menos es que se le haya agregado una “H” al acrónimo del Conacyt. Ayer en la conferencia matutina, la directora del organismo Álvarez Buylla presentó una diapositiva para estigmatizar a 30 académicos relacionados con el Centro de Investigaciones y Docencia Económicas (CIDE).
Los dineros gritan las realidades. El presupuesto de egresos de la federación para el ejercicio fiscal 2023 es muy elocuente en ese sentido. Lo menos importante para el presidente es exigir cuentas a quienes reciben recursos públicos en el rubro del programa de ciencia, tecnología e innovación. Para este año se previnieron recursos por la cantidad de $128,746,300,018 para un total de 98 instituciones, entre ellas el CIDE con una previsión de $477,105,443, es decir, un .37% de todo el rubro.
A esto hay que añadir que hay varias instituciones de las que no conocemos los resultados de la ciencia que producen. Por ejemplo, la Comisión Federal de Electricidad para este rubro de investigación solo recibió $2,326,368,025 ¿Cuáles son los resultados o en qué se ocupa ese dinero? Estos datos mejor que se los pidan al Inai. Pero entonces, ¿por qué los ataques focalizados a la academia de ciertas instituciones?
Uno de los señalados, el doctor Javier Martín Reyes, opina para esta columna que “los gobiernos populistas suelen despreciar a la ciencia y a la academia por varias razones. Primero, porque el trabajo de los científicos exige pluralidad, rigor y apertura a la evidencia, y eso es contrario a la visión maniquea de la política del populismo, en donde el pueblo bueno se asume como ente monolítico y que no se equivoca, y donde la única voz que vale es la del líder. Segundo, porque los populismos necesitan, siempre, de un enemigo, representado por las élites. Y, por desgracia, este gobierno se ha empeñado en construir una élite falsa y ridícula en la comunidad científica, como si sus integrantes fueran parte de una mafia dedicada a saquear al país.”
Otro de los académicos señalados, el doctor Javier Aparicio, no considera que el ataque sea focalizado sino generalizado a toda la academia en varias instituciones, y así describe lo que se está atravesando: “Nos usan de ejemplo, el CIDE es un ejemplo con propositos intimidatorios ‘si son vocales, si protestan, si nos critican, los vamos a tratar como al CIDE’. Me parece lamentable que al mismo tiempo que la nueva ley le quita al CIDE derecho de voto en los cuerpos colegiados de los centros públicos, esa misma ley le da voz y voto a las fuerzas armadas: al Ejército y a la Marina, es un contrasentido”.
Lo cierto es que al presidente no le gusta la academia que usa la ciencia para pensar la realidad del país que él gobierna. Los académicos que nos explican por qué la militarización es inconstitucional o por qué lo que hicieron el viernes sus senadores no se ajusta a la doctrina legislativa, parecen acomplejar a más de uno. Hoy en día solo se celebra aquella ciencia que sirve como referencia para construir aeropuertos inoperantes o disfrazar los datos de una pandemia.
Fuente: El Universal