La crisis por la que atraviesa Acción Nacional no es sorprendente. Es común, en las democracias del mundo, que un partido que pierde el gobierno entre en un proceso de recomposición de sus liderazgos, lo que frecuentemente implica una lucha interna por el poder. Los dirigentes que llevaron al partido a la derrota electoral suelen ser llamados a cuentas por la militancia, mientras que los líderes emergentes aprovechan la situación para intentar el relevo. Así es como se da la circulación generacional en la mayor parte de las democracias, sin que tenga que limitarse la posibilidad de reelección de los legisladores o los ayuntamientos.

La derrota del PAN en la elección pasada fue contundente. No sólo perdió su candidata presidencial, sino que el partido quedó relegado al tercer puesto. Sin embargo, por las características del régimen presidencial mexicano y la manera en la que se distribuye el poder dentro del propio partido, la responsabilidad de la derrota no queda clara. En los regímenes parlamentarios, por ejemplo, el candidato a ocupar la primera magistratura suele ser el dirigente del partido, por lo que los triunfos o las derrotas se le atribuyen directamente a su liderazgo. En cambio, en el caso mexicano los líderes formales de los partidos suelen ser distintos de los candidatos, por lo tanto los resultados de una elección presidencial se le atribuyen al candidato y no a la dirigencia partidista, que puede salir indemne de un resultado electoral adverso.

¿A quién se le debe achacar el gran descalabro electoral del PAN en 2012? ¿A la candidata sin fuelle? ¿A la dirección partidista que le regateó su apoyo? ¿Al Presidente saliente y su gobierno desastrado? Sin duda, a cada uno le corresponde parte del fracaso, aunque la responsabilidad principal debería recaer en la incapacidad del presidente Calderón de transmitir a la sociedad una imagen de eficacia –obcecado como estuvo en su guerra– y al hecho de que los dos sucesivos gobiernos de Acción Nacional no dieron muestras de compromiso real con el cambio en terrenos que eran bandera histórica de ese partido, como el combate a la corrupción y al sistema de botín de la administración pública; por el contrario, los panistas en el poder se comportaron igual de depredadores que sus antecesores priistas.

Pero como la derrota es huérfana, en el PAN la culpa se la echan unos a otros y el ajuste de cuentas comienza a manifestarse públicamente, cosa que no debería llamar a escándalo, puesto que los partidos no son entidades monolíticas ni sociedades secretas, sino organizaciones de interés público que deben deliberar de cara a la sociedad, por más que Calderón desde su exilio llame a lavar la ropa sucia en casa.

Lo interesante del litigio abierto es que muestra dos opciones estratégicas diferentes. Por un lado, Gustavo Madero y el grupo que controla al aparato del partido han optado por participar en la gran coalición legislativa que es el Pacto por México, con lo que en los hechos se ha colocado a la saga del gobierno y le ha dado su respaldo para impulsar una agenda que, por más concertada que haya sido, a la vista de la opinión pública aparece como el programa del Presidente Peña Nieto.

Con independencia de las virtudes públicas de las reformas concretas que de ahí están surgiendo, la pertenencia al pacto tendrá consecuencias políticas y, sobre todo, electorales para sus firmantes. El rédito principal de conducir a buen puerto las reformas se lo van a llevar, sin duda, el Presidente y el PRI. No queda claro, en cambio, cuáles pueden ser los efectos electorales para el PAN o para el PRD ¿Premiará el electorado su colaboración? Me temo que los ciudadanos que simpaticen con las reformas tenderán a respaldar electoralmente al partido que aparece como el articulador del acuerdo, mientras que el emergente Morena podría capitalizar buena parte del voto antipriista, en tanto que el PAN y el PRD van a enfrentar dificultades para diferenciar su propuesta y volver redituable el apoyo dado al gobierno.

Es ante esa perspectiva que la oposición a la dirección actual del PAN, encabezada por Ernesto Cordero y Javier Lozano, está presentando su alternativa estratégica. Sin duda en su actitud hay algo de revancha frente al PRI que optó por bloquear la agenda de Calderón en temas relevantes para contribuir a la imagen de ineficacia de su gobierno, pero también influye en su posición un calculo estratégico: la posibilidad de recuperarse electoralmente depende, en buena medida, de diferenciarse y presentar una oferta política propia. El problema al que se enfrentan es que carecen de dicha oferta, mientras que sus imágenes públicas no son precisamente carismáticas.

No queda del todo claro, tampoco, cuál es la apuesta estratégica de Madero y su corriente. La colaboración con el gobierno no parece ser muy atractiva como razón para votar por ellos; romper con el pacto también puede tener costos si no se hace con un buen pretexto y en el momento oportuno, siempre difícil de evaluar. Así las cosas, podría ser que el dirigente del PAN esté apostando a que su supervivencia política dependa de que el acuerdo parlamentario se traduzca en un acuerdo electoral soterrado que implique un reparto de posiciones convenido con el PRI y el PRD, aunque también está en duda la conveniencia para el gobierno de echarle un cable al partido en pleno naufragio para evitar su hundimiento. De ser así, la tendencia hacia la oligarquía tripartidista que comenzó en 1996 seguiría avanzando. No es una buena noticia para los que aspiramos a una sociedad de democracia plural y auténticamente deliberativa.

(FUENTE: http://www.sinembargo.mx )