La pandemia por la COVID-19 llegó a México en un contexto de desigualdad social y  precariedad laboral. Antes de la pandemia, el 42% (52.4 millones) de la población  mexicana se encontraba en situación de pobreza —34.5% en situación de pobreza  moderada y 7.4% en situación de pobreza extrema— (CONEVAL, 2019). Y aunque en la  última década se observó un ligero mejoramiento en los indicadores de carencias  sociales, en los dos últimos años (2019 y 2020) los hogares de México redujeron sus  ingresos en 11% y aumentó la carencia de acceso a los servicios de salud en 78%  (Acción Ciudadana Frente a la Pobreza, 2021).  

La pérdida de ingresos y las carencias de salud han provocado que 3.8 millones de personas más se incorporen a las filas de la pobreza (CONEVAL, 2021). Durante este  periodo, el porcentaje de la población en esta situación aumentó de 52 a 55.7 millones  de personas, es decir, en dos años hubo un incremento del 7% de la población en  situación de pobreza. De manera más drástica, el número de personas en situación de  pobreza extrema pasó de 8.7 a 10.8 millones de personas, lo que se traduce en un  incremento del 24% más de la población que ya se encontraba en esta situación.  

A este contexto de pobreza y desigualdad se suman los problemas asociados a  la precariedad del mercado laboral mexicano. De acuerdo con el Instituto Nacional de  Estadística y Geografía (INEGI), el 56% de la Población Económicamente Activa (PEA)  se encuentra en la informalidad (INEGI, 2021). Esto quiere decir que no cuentan con un  contrato, estabilidad laboral y/o con algún esquema de protección social. Con la  pandemia y las medidas de distanciamiento social de marzo a abril de 2020, 12.5  millones de personas perdieron su empleo y a un año de la pandemia sólo  aproximadamente 10 millones han logrado recuperarlo (INEGI, 2021). En su mayoría,  las más afectadas por la pérdida de sus ingresos han sido las mujeres –7 de cada 10  empleos perdidos son de este sector—, así como las y los trabajadores del sector  informal que están expuestos a despidos injustificados, reducciones salariales y a  jornadas excesivas de trabajo.  

Al no contar con esquemas de acceso a instituciones de salud y al estar más  expuestos a la situación de riesgo de contraer el virus de la COVID-19, las personas en  mayor situación de vulnerabilidad se encuentran obligadas a asumir los costos de la  atención médica propia y de familiares. Y, quienes no cuentan con los recursos  necesarios para solventar los gastos médicos corren el riesgo de morir. El estudio  impacto de los determinantes sociales de la COVID-19 en México de la UNAM encontró que de la totalidad de muertes por la COVID-19, el 94% corresponde a sectores en  situación vulnerable como trabajadores operativos, amas de casa, jubilados y  pensionados (Cortés-Meda y Ponciano-Rodríguez, 2021). Estos sectores generalmente  se asientan en los municipios con menor nivel socioeconómico en los que las pruebas  de diagnóstico y detección del virus se realizan menos y en los que se observa mayor  probabilidad de padecer enfermedades crónico-degenerativas (Ibid).

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