El presidente ha demostrado, una y otra vez, que no habla con la verdad, que distorsiona la realidad, que no está cumpliendo lo que ofreció, que no está dispuesto a escuchar, que no acepta nada ni a nadie que se oponga a sus decisiones, que puede difamar a cualquiera, que se contradice, que jamás reconoce un error. Para acrecentar su poder, ha pasado por encima de los poderes, de los estados, de los órganos autónomos y de los municipios; y a estas alturas, prácticamente no queda ninguna organización social o académica o artística o empresarial que no haya sido ofendida y sometida por el presidente, directa o indirectamente.

En su plan de gobierno prometió que habría empleos suficientes para todos los jóvenes, que habría una recuperación del 20 por ciento del poder adquisitivo, que se erradicaría la pobreza extrema, que nadie carecería de servicios médicos ni de medicinas, que nadie padecería hambre, que careceríamos al 4 por ciento anual durante el sexenio, que la producción agropecuaria alcanzaría niveles históricos. Y hoy sabemos a ciencia cierta que nada de eso se cumplirá y que, más bien, estamos frente a un gobierno que ha optado por la concentración del poder, la militarización, la quiebra de las instituciones, el autoritarismo, y el discurso de odio.

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Fuente: El Universal

Por: Mauricio Merino